jueves, 13 de junio de 2013

EL TRABAJO ES SAGRADO... ¡NO LO TOQUES!



¿Quién no ha oído hablar hoy de la importancia de la productividad? Por todas partes es un tema que se promueve como lo que hace posible que la sociedad sea más rentable. Sin embargo, pocas veces se nos recuerda que no hay posibilidad de productividad sin laboriosidad. Eso ya no nos gusta tanto y cuánto nos cuesta inculcarlo en la propia vida y en la propia familia. Pero ¿qué es ser laborioso? Ser laborioso no es necesariamente trabajar mucho, sino apreciar los bienes que nacen de esforzarse, de trabajar, es reconocer que, cuando se trabaja, se alcanzan bienes que no se dan cuando todo se recibe o se alcanza sin esfuerzo. La laboriosidad es una virtud que ayuda a valorar lo que en el trabajo hay de bueno. Al ser una virtud, la laboriosidad no siempre se da naturalmente, sino que hay que cultivar el hábito bueno a base de repetición de actos. 
Curiosamente, según lo que hemos dicho, la laboriosidad no nace del afán por el trabajo, sino del reconocimiento de lo que se ha recibido y de lo que se debe dar como correspondencia. Por eso está ligada a la responsabilidad y es totalmente contraria a la negligencia ante las cosas de la vida. El laborioso sabe que los dones que le permiten trabajar no son de él, como no lo es la vida, la salud, o el lugar en el que se nace en la sociedad. Por ello, el laborioso, que se siente responsable de todos esos dones, los pone a fructificar, como un deber de gratitud y como un deber de justicia. El primer lugar en donde se reconoce que nada se tiene por uno mismo, sino que todo le ha sido dado es en la familia que se convierte así en una gran formadora de la laboriosidad, motivada por la gratitud que lleva a hacer que también los demás se beneficien de los propios dones. 
La laboriosidad, como la responsabilidad, no se queda encerrada en el individualismo, por ello, el laborioso descubre que lo que se ha recibido hay que ponerlo a dar fruto y un fruto que se debe compartir con los demás. Ser laborioso es reconocer que a todos nos toca poner una parte en el bien común, el bien que los demás necesitan de él. La laboriosidad permite que el trabajo que se lleva a cabo, pequeño o grande, llamativo o silencioso, esté lleno de sentido y sea enriquecedor, tanto para quien lo hace, como para las personas que lo rodean. Esto nos permite reflexionar sobre otro rostro de la verdadera laboriosidad: Con el trabajo, el ser humano, además de proveer a las necesidades de su familia, puede socorrer al necesitado. La atención a los pobres es una de las formas de amor al prójimo más hermosas que puede vivir una familia. Dar de lo que se posee a quien no tiene nada, compartir con los pobres las propias riquezas, significa reconocer que todo lo que hemos recibido es gracia, y que, en el origen de nuestra prosperidad, en cualquier caso, está presente un don de Dios, que no podemos retener para nosotros, sino que debemos participar a los demás. Esta actitud, promueve la justicia social y contribuye al bien común, rechazando la posesión egoísta de la riqueza y la indiferencia ante la necesidad del otro. Este es el sentido de la laboriosidad que podemos forjar en la familia: un corazón abierto a las necesidades de los demás, ya sean cercanos o lejanos, que nos convierte en signos de esperanza en el mundo y en sembradores de gratitud. Así que lo que a veces se dice: “el trabajo es sagrado… no lo toques”, se puede convertir en “el trabajo que no tocas dejar de ser sagrado”, deja de ser lugar en el que haces un poco mejor el mundo. 

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