viernes, 21 de septiembre de 2012


DE LA DIFERENCIA A LA COMPLEMENTARIEDAD, UN CAMINO EN FAMILIA

RETIRO DE ESPIRITUALIDAD DE FAMILIA – SEPTIEMBRE 2012


1. LA DIFERENCIA, CAMINO DE LA SOLEDAD
Hoy día es complejo entenderse con el diferente. Todos hablamos de tolerancia, de comprensión. Pero a la hora de la hora, nos damos cuenta de que el diferente a mi, es visto como un enemigo mío. La diferencia se ve como un límite, como algo que me corta, que me impide ser yo mismo en plenitud. La diferencia se ve como un motivo de distanciamiento entre las personas, de modo que el otro es alguien de quien me alejo por el hecho de ser diferentes. Cuando esto se aplica a la familia, los problemas se agravan. Pues aunque en la comunidad familiar todos seamos iguales, es claro que todos somos diferentes. La primera diferencia comienza en los esposos. Dos psicologías, dos afectividades, dos modos de ser humano, dos educaciones. Si algo queda claro es que el varón y la mujer son muy diferentes.
De esta diferencia se puede servir el bien o el mal. El mal se sabe servir de la diferencia y la transforma en desconfianza, en incomprensión, en distancia. El mal al que también podemos llamar pecado, se encarga de hacer de la diferencia un motivo para oprimir al otro, para anularlo, o para justificar los propios egoísmos. En el ser humano, la diferencia al servicio del egoísmo, se hace dominio del otro, se hace falta de respeto al otro, afán de imposición de las propias visiones. En el ser humano, la diferencia al servicio del mal se hace imposibilidad de comunicación, se hace cerrazón de corazón.
El pecado hace que la diferencia se convierta en separación. Y entonces viene la soledad. Pero Dios había dicho que no era bueno que el hombre estuviera solo. Con lo cual, la diferencia al servicio del mal, hace que el ser humano camine por el camino de lo “no bueno”. La soledad hace más pesada la vida. La soledad siembra la amargura, la desilusión. La soledad impide salir adelante ante el reto del mal. El mal que se sirve de la diferencia, deja solo al ser humano, y, entonces, el ser humano es más débil y no tiene puntos de referencia para poder encontrar un camino de salida. La soledad encierra, pero no para proteger, sino para vaciar. Desde la soledad es más difícil vencer al pecado, pues es más fácil que el único horizonte sea el del propio egoísmo. Así podemos dar un tercer paso. La diferencia usada por el mal, no solo genera la soledad, sino que también genera la esterilidad. El solitario no puede engendrar, se ve condenado a no tener posteridad. El que esta solo, no tiene apertura a la vida, al futuro, a la esperanza. Aquí se impone un sencillo examen de conciencia sobre lo que puede suceder en la familia respecto a la aceptación del otro, y de este modo, analizar si estamos o no abriendo nuestra vida al que no solo no es yo, sino que tampoco es como yo.

2. LA DIFERENCIA, UNA APERTURA AL OTRO
 Si la presencia de la diferencia no es para la soledad, ¿entonces para qué es? En el plan de Dios, la diferencia entre el hombre y la mujer tiene una finalidad enriquecedora. Lo primero que descubrimos es que la diferencia no es un límite, sino una apertura, una posibilidad. Apertura a la riqueza del otro, posibilidad de multiplicarme por las cosas buenas que el otro tiene. La vida matrimonial y la vida familiar toman un camino totalmente diferente cuando nos damos cuenta de que el otro, precisamente por ser otro, es una riqueza para mi vida.
La presencia del otro en mi vida es una ocasión para el diálogo. El diálogo entendido no solo como intercambio de palabras, sino sobre todo, el diálogo entendido como intercambio de existencias, de interpretaciones de la vida, de sentidos de la historia propia. La presencia del otro en mi vida, me obliga y me enseña al diálogo. Al diálogo no solo con una persona humana, sino también al diálogo con Dios. No podemos dialogar con Dios a quien no vemos, si no somos capaces de dialogar con el hermano a quien sí vemos. La vida de trato con Dios necesita de la vida de trato con el otro.
¿Qué consecuencia tiene este diálogo? ¿Solamente se tratará de intercambiar puntos de vista, o de descubrir cosas muy interesantes en el otro? No. Hay algo más. El diálogo me permite descubrirme a mí, a mi en la verdad de mi ser. El trato con el otro es un espejo de mí mismo, me permite reconocerme con autenticidad. Quien se cierra al otro, acaba por no conocerse a sí mismo y por caminar en una ilusión de lo que uno es en verdad. La vida de matrimonio me descubre a mi mismo como yo soy en verdad y no como me imagino que soy. La vida de familia me hacer ver mis virtudes, mis capacidades, mis oportunidades, en definitiva, me hace entenderme como de verdad soy. Pero para esto, no me puedo cerrar al otro, ese otro que es el cónyuge, ese otro que es el hijo, o el hermano o el padre.

3. LA FAMILIA, APERTURA A LA AYUDA Y A LA COMPLEMENTARIEDAD
La apertura al otro permite descubrir un universo nuevo en la relación de pareja y en la vida de familia. El otro ya no se ve como un obstáculo, sino como una ayuda, el otro ya no se ve como un opuesto, sino como un complemento. Ayuda y complementariedad son los tesoros que abre la verdadera comprensión de la diferencia.
El hombre y la mujer, diferentes el uno del otro, se hacen mutua ayuda. La presencia del otro me da la certeza de que tengo un aliado en la adversidad. La adversidad, esa realidad que se hace constante en la vida humana. La adversidad que nace de los problemas externos, de las personas con las que se convive, o que son parte de la propia historia. La adversidad que proviene del misterio del dolor y de la muerte. Ante todo esto, el cónyuge se convierte en aliado, porque da consuelo, da compañía, da una mirada, una mano, que no solucionan ni disipan la adversidad, pero la hacen más llevadera. El ser humano necesita de la ayuda en la adversidad, pues muchas veces esta se hace más grande en la soledad, y a veces, incluso puede ser ocasión para llegar al pecado: al pecado por la fragilidad ante la tentación, o al pecado por la desesperación ante lo inmenso de la prueba. La presencia de otro que me ama, para el que soy importante, da una especial fortaleza, y sobre todo, otorga una gran esperanza de poder atravesar la dificultad. Esta ayuda no es algo abstracto, sino que se concreta en una persona y un tiempo. La ayuda que me otorga la otra persona no consiste solo en actos externos, sino que tiene el rostro de la comunicación con el otro, del poderle compartir mi interior, y del saber que el otro me abre su interior. El diálogo y la intimidad se convierten así, en las herramientas con las que los esposos y los miembros de la familia enfrentan la soledad y el pecado, que aparecen en la adversidad. El diálogo no son solo las palabras, sino también las miradas y la cercanía de los cuerpos. La intimidad no es solo la sexualidad, sino también el corazón y el espíritu abiertos al otro.
Por otro lado, decáimos que la ayuda se concreta en un tiempo, un tiempo que ha de ser exclusivo para la otra persona, un tiempo dedicado a compartir y a compartirse con el otro, un tiempo por encima de las ocupaciones, de los deberes, de las tareas, de los ritmos de trabajo, que llegan a ser extenuantes, quitan oportunidades y energías para el cuidado de la relación entre los esposos. La pareja y la familia necesitan la ocasión para el diálogo y la intimidad en el tiempo que podríamos llamar de la fiesta, que es la libertad de otra ocupación, la disponibilidad para estar “solamente y a solas” para el otro.
Si el primer elemento es la ayuda, el segundo es la complementariedad. El hombre y la mujer son complementarios en sus cuerpos, signo de que también los son en sus espíritus. El “lenguaje del cuerpo”, o sea, lo que los cuerpos nos enseñan de la complementariedad masculina y femenina, nos dice que hombre y mujer están llamados a una comunión entre si, a una unidad de sus vidas, de sus proyectos. Esta complementariedad manifiesta también que nosotros solos no podemos llegar a ser completos, que necesitamos a otro para serlo. De este modo, la necesidad del otro, manifestada en el cónyuge, nos invita a elevar la mirada a la necesidad del OTRO, la necesidad de una relación personal con el Creador que es también un ser personal. Relación personal que transforma la vida y que se hace santidad, es decir presencia de Dios en todas las dimensiones de la existencia. La complementariedad de los esposos manifiesta de este modo el misterio de Dios: Dios amor, Dios personal, Dios cercano, Dios que se da a sí mismo, Dios misericordioso, Dios dador de vida, Dios que hace con cada ser humano una alianza para siempre,…
La complementariedad es una de las grandes riquezas de la vida familiar y si se usa sin egoísmos, sin prepotencias, sin resentimientos, se hace una oportunidad maravillosa de plenitud para cada uno de los miembros de la familia. La complementariedad enseña tantas virtudes humanas y cristianas: la apertura, la humildad, la tolerancia, la comprensión, el correcto conocimiento de uno mismo y del otro, la misericordia ofrecida y recibida, la unión de las fortalezas y la superación de las debilidades, la caridad,…

En conclusión, la contemplación del hombre y la mujer creados por Dios para formar una sola carne de la que brota la familia, nos permite considerar el designio de Dios, que quiso que, en la pareja humana, más que en cualquier otra criatura, brillase su imagen. El hombre y la mujer que se aman con todo su ser, son la cuna que Dios ha elegido para depositar Su amor, a fin de que los seres humanos, que forman cada familia, puedan conocerlo, acogerlo y vivirlo, de generación en generación, en una relación que se hace experiencia y vida diaria.

PREGUNTAS PARA LA PAREJA DE ESPOSOS
1.    ¿Cómo vivimos el amor y la ternura en nuestra relación?
2.    ¿Qué obstáculos impiden nuestro camino de alianza profunda?
3.    ¿Nuestro amor de pareja se cierra sobre sí mismo o se abre a los hijos, a la sociedad y a la Iglesia? ¿Cómo sucede esto?
4.    ¿Qué pequeña decisión podemos tomar para mejorar nuestro entendimiento?
PREGUNTAS PARA EL GRUPO FAMILIAR Y LA COMUNIDAD
1.    ¿Cómo promover en nuestra comunidad el valor del amor esponsal, es decir del amor que se hace apertura, complementariedad y ayuda?
2.    ¿Cómo favorecer la comunicación y la ayuda recíproca entre las familias?
3.    ¿Cómo ayudar a aquellos que tienen dificultades en la vida de pareja y de familia por la falta de apertura de uno al otro?