miércoles, 20 de junio de 2012

UN DIOS VIVO EN UNA FAMILIA VIVA



FAMILIARIS CONSORTIO 59-62
La familia no puede vivir sin Dios. Si la familia viene de Dios, si él es su creador, su origen y su meta, no puede dejar a Dios al margen. Cuando se habla de esto, también tenemos que pensar que Dios no es un ente alejado, al que solo se le da culto externo. Dios es un ser personal, por eso la revelación cristiana nos habla de la trinidad de personas. Y como tal, requiere una relación personal. Esa relación personal es la oración. La oración alimenta la relación con Dios y la relación con Dios hace viva la oración. De aquí que la oración, como relación personal de la familia con Dios, sea algo vital para la familia. La oración, podríamos decir, es un alimento de la vida de la familia. Como un árbol se nutre de la savia, así la familia se nutre de sus raíces en Dios. Como un árbol da frutos, como parte de la vida misma para perpetuarse, así la familia necesita dar frutos que la hagan ir más allá de un presente inmediato, hacia la eternidad. La oración es parte constitutiva y esencial de la vida cristiana considerada en su integridad y profundidad. Más aún, pertenece a nuestra misma «humanidad» y es «la primera expresión de la verdad interior del hombre, la primera condición de la auténtica libertad del espíritu». Esto es lo que implica lo que a veces llamamos como vida de oración en familia, que no son rezos en familia, sino precisamente la oración como algo vivo y vivificador en la vida familiar.
Los protagonistas de esta vida, no pueden ser otros más que los mismos padres-esposos. De ellos depende que la vida de relación con Dios en la familia se inicie, se prolongue, continúe. Por ello, los esposos no deben dejar de lado su propia vida espiritual entendida como una relación que va de su persona a la persona del otro, y de la mutua relación a la relación con Dios. Como dice Juan Pablo II, la oración en familia es una oración hecha en común, marido y mujer juntos, padres e hijos juntos. La comunión en la plegaria es a la vez fruto y exigencia de esa comunión que deriva de los sacramentos del bautismo y del matrimonio. A los miembros de la familia cristiana pueden aplicarse de modo particular las palabras con las cuales el Señor Jesús promete su presencia: «Les digo en verdad que si dos de ustedes se juntan sobre la tierra en pedir cualquier cosa, se lo otorgará mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Es importante reconocer que la vida de oración en familia no es solo la suma de los rezos en familia, por muy laudables que sean estas prácticas, sino que es sobre todo una vida que se va desarrollando en modo armónico en la relación con Dios. La oración por tanto no es un accidente, una eventualidad, un plus del que se puede prescindir en la vida de familia, sino parte de su misma raíz.

PRIMER MOMENTO: EL CONTENIDO DE LA ORACION EN FAMILIA

Cap.11, 1 Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, ensénanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos». 2 El les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, 3 danos cada día nuestro pan cotidiano, 4 y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación».

La oración no es solo una repetición de palabras, aunque a veces esto sea lo que hacemos mejor. La oración es sobre todo un encuentro con alguien que nos pide que nos relacionemos con él. Cuando los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a orar, posiblemente estaban solamente buscando algunas fórmulas. Sin embargo, Jesús les entrega algo muy distinto. Les entrega una posibilidad de relacionarse con Dios como Padre, como alguien a quien hay que reconocer para la propia vida y como alguien que nos ayuda a reconocernos como lo que nosotros somos en nuestra vida. Tal y como nos le entrega san Lucas, el padrenuestro es una oración de cinco frases a diferencia de las siete de San Mateo.
Pero la estructura de la oración es muy semejante. Comienza con una invocación que ya en sí misma es un programa de relación: Dios es un Padre, por lo tanto alguien a quien nos une no cualquier cosa sino la vida misma. Con Dios no nos une algo abstracto, sino la vida misma que nosotros tenemos. Las peticiones incluyen todo lo que tiene que tener la oración: el reconocimiento de quién es Dios, el reconocimiento de quiénes somos nosotros, lo que él es para nosotros, lo que nosotros necesitamos de Él. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 804 y 805): El primer grupo de peticiones nos lleva hacia El, para Él: ¡tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad! Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquel que amamos. … El segundo grupo de peticiones son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la mirada del Padre de las misericordias. Se refieren a nuestra vida como tal, sea para alimentarla, sea para sanarla del pecado.
El Padrenuestro es por lo tanto el contenido de toda nuestra oración en lo concreto de la vida. En él encontramos todo lo que necesitamos. Lo que acompaña nuestro caminar concreto y hacia lo que se dirige nuestro corazón. Por eso el padrenuestro es la oración de la familia, porque en él se encierra todo el caminar de los esposos, de los padres, de los hijos, de los hermanos, en la misma vida de familia que se desarrolla en las diversas circunstancias, a través de las cuales Dios habla a cada uno y pide de nosotros una respuesta auténtica: alegrías y dolores, esperanzas y tristezas, nacimientos y cumpleaños, aniversarios de la boda de los padres, partidas, alejamientos y regresos, elecciones importantes y decisivas, muerte de personas queridas, etc., señalan la intervención del amor de Dios en la historia de la familia. Por eso, reconocer a Dios como Padre en la vida de familia, lleva también a la acción de gracias, la imploración, el abandono confiado de la familia al Padre común que está en los cielos. De la oración del padrenuestro concluimos que la dignidad y las responsabilidades de la familia cristiana solamente pueden ser vividas con la ayuda incesante de Dios, que será concedida sin falta a cuantos la pidan con humildad y confianza en la oración.

SEGUNDO MOMENTO: LA ACTITUD DE LA ORACION EN FAMILIA

5 Les dijo también: «Si uno de ustedes tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: "Amigo, préstame tres panes, 6 porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle", 7 y aquél, desde dentro, le responde: "No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos", 8 les aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite».

La oración requiere de una actitud fundamental: la certeza de que está basada en la amistad. Lo que el evangelio de Lucas nos deja ver es que la petición tiene como base la raíz de la amistad. Solo desde la amistad entendemos que la oración tiene un sentido. Pensar en una oración desde el miedo al castigo, o pensar en una oración desde el simple intercambio comercial es lo más alejado de la oración cristiana. La oración cristiana nace de la seguridad de que del otro lado hay un amigo que me responde, y en el que tengo la certeza de que me puede ayudar. Un amigo al que las dificultades no le impiden en última instancia estar a mi lado para llenar mis necesidades, pero sobre todo para mostrarme la autenticidad de su amistad por mí. Una amistad que nace de nuestra indigencia, de la conciencia de lo necesitados que somos y de la incapacidad que nosotros solos tenemos para enfrentar los problemas más profundos de la existencia. La oración cristiana brota de la profunda confianza en la amistad, no de los méritos que a veces podríamos tener o de los que podríamos carecer: El es amigo por encima de toda dificultad, es Bueno más allá de toda bondad: Porque el amigo al que buscamos es por encima de todo un amigo fiel que nos da la fuerza para ir más allá de nuestra fragilidad.
La certeza de la amistad nos lleva a saber que a quien nos dirigimos es cercano y comprende desde su corazón nuestras necesidades y sufrimientos. Por eso la oración en la noche de la vida al amigo nace de la confianza que nos pide ser activos en nuestras obras pero al mismo tiempo poner en sus manos toda inquietud agobiante y toda preocupación. Esta certeza no es solo racional, que se descubre por un conocimiento intelectual. Esta certeza es, sobre todo, fruto de la experiencia, y de modo particular, fruto del ejemplo que se ha visto y se ha vivido en la casa. Toca a los padres la hermosa tarea de educar a sus hijos en la plegaria, de introducirlos progresivamente al descubrimiento del misterio de Dios y del coloquio personal con Él. Los hijos aprenderán a descubrir en Dios un amigo al que se puede llegar a cualquier hora de la vida, porque se le conoce, se le ama y se tiene la certeza de que anquen a veces sea de modo misterioso él nunca nos deja irnos con las manos vacías.

TERCER MOMENTO: EL AMOR EN LA ORACION

9 Yo les digo: «Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá. 10 Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. 11 ¿Qué padre hay entre ustedes que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; 12 o, si pide un huevo, le da un escorpión? 13 Si, pues, ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!»

El evangelio de san Lucas termina su instrucción sobre la oración, haciéndonos ver que la clave de toda oración es el amor de Dios por cada uno de nosotros. Los ejemplos son muy claros, ningún padre da un mal a sus hijos, al contrario, lo que da siempre es un bien. Pero sobre todo lo que da con toda certeza es el mayor de los bienes: el Espíritu Santo, es decir su amor hecho persona.
Si de algo no puede prescindir la familia es del amor. Lo que la oración nos da, de modo fundamental, no es un amor cualquiera, pasajero, frágil, inconstante. Nos da el amor que se hace persona en la vida misma de Dios. El amor mismo de Dios es el mayor de los dones que recibimos en la oración. La oración es el desbordarse del amor de Dios hacia nosotros. Un amor que brotando de Dios a quien no vemos tiene que multiplicarse, extenderse, hacia el hermano y la hermana a quien si vemos y de modo especial, hacia los miembros de la familia con la que compartimos la vida y la humanidad. La oración hace que el corazón se abra, y de este modo se llene del amor misericordioso del Padre. De esta forma toda la familia toma la forma de ser de Dios: nunca dará una serpiente en vez de un pescado, nunca dará un alacrán en vez de huevo, nunca dará un mal en vez de bien que se le solicita. De modo especial esto se referirá a una de las tareas más necesarias en la familia y que al mismo tiempo es imprescindible: el perdón en el hogar. El perdón es el mejor reflejo de la presencia de Dios en la vida de familia. Al mismo tiempo, el perdón es la cumbre de la oración cristiana, pues la relación con Dios es recibida en un corazón que sintoniza con la misericordia y no solo con la justicia. El bien que llega hasta el perdón en la familia es un testimonio de que el amor es más fuerte que el pecado.
Todo esto es posible cuando el corazón de la familia se ha ido haciendo al modo del corazón de Dios. Así del corazón de los padres, hecho a imagen y semejanza del corazón de Dios, se irá construyendo el corazón de los hijos, por la fuerza del testimonio de aquellos a quienes les deben la vida. El ejemplo concreto, el testimonio vivo de los padres que oran junto con sus hijos cala profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar. De tal modo que cuando los hijos necesiten, busquen, llamen, sabrán que en el corazón de Dios se saciarán, encontrarán, siempre se les abrirá.

APLICACIONES PARA LA VIDA

Para ser maestros de oración, hay que ser discípulos de oración. Y en este tema, siempre podemos encontrarnos con el problema de viajar por mundos etéreos en los que nos perdemos, faltos de práctica. Ser maestros de oración en la casa se encuentra muchas veces con el obstáculo de nuestra poca formación en lo espiritual o de nuestro poco tiempo. Otras veces es el cansancio a causa del trabajo o el estrés que se produce por los eventos que acompañan a la vida familiar. Por eso nada suple el que de vez en cuando nos demos un tiempo para crecer de modo personal en la vida de oración, o dediquemos momentos para orar en pareja, compartiendo el evangelio o algún texto de tipo espiritual que nos sirva de trampolín para nuestra relación con Dios. Hay una serie de acciones concretas que pueden ser como un gimnasio en el que nos vayamos ejercitando para profundizar nuestra relación con Dios en lo personal y en lo familiar.
·        Tener sencillos momentos de oración doméstica, desde la bendición de los alimentos, la acción de gracias por cosas sencillas que suceden en el hogar, terminar el día con un momento de oración común. También puede ser de ayuda la celebración hogareña y adecuada de los tiempos y fiestas de la Iglesia, como la cuaresma, la navidad, la pascua, a alguna festividad mariana de modo especial. Todo esto sirve de introducción a otros momentos más personales y más profundos de relación con Dios en la oración.
·        Los padres podrán ser para los hijos maestros con sencillez de diversos modos de oración en el hogar adaptada a las diversas exigencias y situaciones de la vida: quizá se puedan mencionar de modo concreto, tener momentos de oración en la mañana y en la noche, dedicar momentos a la lectura y meditación de la Palabra de Dios, aprovechar la preparación a los sacramentos, fomentar la devoción y consagración al Corazón de Jesús, así como la vivencia de las varias formas de culto a la Virgen Santísima, sobre todo el rosario, o la bendición de la mesa, sin dejar de lado las expresiones de la religiosidad popular, como pueden ser peregrinaciones, procesiones, etc.
·        Los padres serán los primeros encargados de la progresiva participación de todos los miembros de la familia cristiana en la Eucaristía, sobre todo los domingos y días festivos, y en los otros sacramentos, de modo particular en los de la iniciación cristiana de los hijos. esto requiere un compromiso personal que no se debe dejar a la deriva. Por supuesto que un elemento esencial será el progresivo compromiso de los miembros de la familia con la comunidad eclesial en sus diversas expresiones: parroquia, diócesis, movimientos laicales, apostolados.
·        La oración nunca puede ser una evasión que desvíe del compromiso cotidiano, sino que ha de ser un fuerte empuje para que la familia cristiana ponga en práctica sus responsabilidades de cara a la sociedad. De la oración tiene que brotar el compromiso con el hermano, de modo especial el pobre, el necesitado, el que no conoce a Dios, el que se encuentra alejado de la relación viva con el Señor. De la oración en familia podrán brotar iniciativas de servicio en la promoción humana de los prójimos, que redundarán en un mejor entorno humano y cristiano.