viernes, 17 de junio de 2011

EL PADRE, UN VIÑADOR PARA CADA HOGAR

La contemplación de la familia requiere la reflexión no solo sobre la maternidad sino también sobre la paternidad. Quizá nuestra cultura ha dado un papel preponderante a la madre por motivos muy valiosos, pero ha dejado del lado al padre ocultando con ello la necesaria presencia del varón en la educación de la familia y en la conformación de la familia. Así lo decía Juan Pablo II: Como la experiencia enseña, la ausencia del padre provoca desequilibrios psicológicos y morales, además de dificultades notables en las relaciones familiares. De modo muy extraño se ha pasado de una cultura patriarcal en la que el varón tenía todo el peso sobre el hogar y los hijos a otra cultura en la que la mujer es la responsable casi omnímoda de todo lo que sucede en los muros del hogar. Y aunque esto es relativamente comprensible en la sociedad industrial urbana de los últimos ciento cincuenta años, sus efectos no dejan de notarse en la educación y en la maduración de los hijos, así como en el crecimiento humano y espiritual de los cónyuges. Cuando el varón descubre, manifiesta y muestra en la tierra la misma paternidad de Dios, enfila el camino que garantiza el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia.
Meditar sobre la figura del padre no es algo exclusivo de los varones. Es algo a lo que estamos comprometidos todos, porque de la reflexión, de la experiencia y del compromiso que todos tengamos para que los varones puedan asumir su misión de esposos y de padres está en juego la misma supervivencia de la familia. No es sencillo porque no siempre en la oración uno puede meter la vocación de la paternidad y de la esponsalidad masculinas. Nos cuesta el siquiera pensarlo. Para ello tenemos que contemplar la obra de Dios en nosotros, verlo a él como el padre de una gran familia y ver en Jesús al esposo de que entrega toda su vida por amor a su esposa. De estos puntos de referencia brota la posibilidad de descubrir al varón como una vocación en el hogar al que se entrega y del que hace brotar a los hijos y a la esposa. ¿Cuáles son los rasgos de esta identidad? Hay una alegoría en la escritura que propone el papel del varón en el hogar de una forma significativa. Usando la imagen de la vid y del viñador así como sus implicaciones nos puede servir para que todos interioricemos el misterio del don del varón a cada familia como esposo y como padre.
Limpiarnos y permanecer
1Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. 2 Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. 3 Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. 4 Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. 5 Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. 6 Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.

 Jesús nos habla de algo  muy conocido para sus oyentes. Se trata de la relación entre un viñador y su viña, pero también de la planta misma. La vid es una planta mediterránea que los judíos conocían muy bien, que conocían en su desarrollo y en su morfología. Por eso Jesús puede perfectamente usarlo como imagen de la relación entre Dios y su pueblo, entre Jesús y sus discípulos y nosotros lo podemos tomar como modelo de la relación entre el varón esposo y padre con la familia que forma. La vid no depende de ella misma, depende de un viñador que la cuida, que la planta, que la protege para que no pierda su vocación. Lo mismo le pasa al varón.
Un texto de la biblia nos recuerda el origen de la familia. En este texto Dios crea a la mujer de la costilla de Adán. Aquí se encierra un misterio hermoso del plan divino. Por un lado el misterio de que el hombre sin la familia que de él nace, se queda solo, se queda rodeado de los animales, rodeado de las plantas, pero tremendamente solo. Es quizá la parábola del varón sin la familia, del varón sin la esposa. Quizá puede ser un gran transformador del mundo, pero le falta lo que le hace ser él mismo, ser completo. El varón sin la familia no es completo. Familia que brota de su mismo costado, de su propio interior, de su propia esencia. La familia no es completa sin la esencia del varón, sin que el varón haga un acto de donación no de los animales o de las plantas, sino de sí mismo. Es como si Dios hubiera creado al varón con dos dimensiones, una la dimensión animal, por la que se relaciona con el mundo que trabaja, y otra la dimensión personal por la que se relaciona con alguien semejante a él. Es en este segundo mundo donde el hombre es él mismo, porque es donde es imagen y semejanza de Dios. Es en la dimensión personal y familiar donde el hombre es más el mismo. Son la conyugalidad y la paternidad las que le hace elevarse sobre la realidad de la creación para poder mirar al creador.
En este sentido el varón es una imagen del papel de Dios en la creación. Dios se da a sí mismo. Esta una reflexión que no afecta solo a los varones. Es una reflexión que afecta de modo especial a toda la familia. La mujer se tiene que preguntar si está colaborando a esta vocación del varón, o si toma en forma muy pasiva el don del varón. Si, según la biblia la mujer es formada del varón, el varón no es completo sin la mujer, la mujer es la que hace íntegro al varón, la que le devuelve la unidad con su propia carne al varón. Esto es algo más que la dimensión física o sexual. Esto es de modo especial la orientación de la vida de modo completo, en la relación con el mundo y en la relación con Dios.
El varón tiene que tener una dimensión de referencia hacia algo más grande que él. Este algo más grande no es una cosa. Es un ser personal que siguiendo la imagen de la vid, lo limpia, lo invita a permanecer en él para que pueda dar fruto. Esto nos habla de un doble dinamismo que debe estar presente en el varón. El varón debe limpiarse de lo que le hace menos esposo y menos padre. Permanecer para dar fruto en quien le hace ser más lo que está llamado a ser. El varón tiene que limpiarse. Limpiarse de lo que le hace menos imagen de Dios. Casi podríamos decir que en la medida en que el varón se acerca al mundo de la imagen de Dios y es capaz de alejarse del mundo previo a ser el mismo un ser familiar.  La imagen de limpiarse y permanecer nos permite entender que el varón tiene que trabajar en sí mismo y que todos tenemos que colaborar a que esto se lleve a cabo.
Dar fruto o perderse
 
7 Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. 8 La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos. 9 Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. 10 Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. 11 Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.  12 Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. 13 No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. 14 Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.

Podemos pensar que seguir la vocación de Dios es como mutilarnos de otras muchas cosas que nosotros quisiéramos hacer, aparentemente más gozosas. El evangelio nos recuerda que el ser humano es él mismo en la medida en que permanece ligado a la fuente de su vocación. La gloria de Dios no es algo ajeno al ser humano. La gloria de Dios es que demos mucho fruto, el fruto lo da quien es discípulo, quien sigue el camino de Jesús. Un camino que no es sino el que de verdad realiza al ser humano: el camino del amor, el camino del amor que da la vida por el amigo. Esto es de verdad la realización del ser humano: dar la vida por un amigo. Esto es también la realización de la vida del varón esposo y padre, llegar a dar la vida por aquellos que el ama. Son muchas las preocupaciones, los problemas, las luchas de cada día y por lo tanto son muchos los vericuetos por los que puede perderse la vocación del varón, por las que la familia puede perder la dimensión de entrega de la vida por quien se ama.
A veces lo que lleva a perder el amor es la opresión que confluye en el machismo, abuso de ciertas prerrogativas que acaban humillando a los demás miembros de la familia y que inhiben el desarrollo de las sanas relaciones familiares, El machismo convierte las relaciones familiares en unidireccionales, las hace incapaces de transmitir el corazón, las imposibilita para llegar al interior de los  hijos, de la esposa, o del mismo varón. Otro de los vericuetos en que el varón se puede perder es, como decía Juan Pablo II, el de las condiciones sociales y culturales que inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia o bien a una presencia menor en la acción educativa. Este es tan serio o tan grave como el anterior. Debido al tipo de sociedad en que vivimos se puede asumir casi sin darse cuenta o verse uno empujado a él de modo imperceptible.  Este ausentismo aleja al varón de su vocación en la familia. En esto no es siempre el varón el único responsable. Ciertas actitudes egoístas o pragmáticas por parte del resto de la familia no son menos culpables de todo esto.
El gran problema de estas dos actitudes en sus diversos grados, la ausencia y la opresión, es que impiden el amor en la familia, porque impiden la amistad, en un caso porque la mata a base de olvido y en el otro caso porque la asfixia a base de opresión. Es necesario reencontrar el camino de en medio, el camino de la donación personal mutua que descubre la amistad como el único modo de dar fruto en la vida. El mandamiento del amor solo es posible en la amistad. Por ello el varón está llamado a inyectar la amistad en la vida de familia. La amistad con la esposa, la amistad con los hijos. También los otros miembros de la familia están llamados a cultivar la amistad con el varón, superando todo rastro de miedo, de apocamiento, de encerramiento, o de egoísmo que usa al otro para las propias ventajas.
La esencia de la amistad
15 Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. 16 No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. 17 Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.

Jesús deja claro cómo es posible llevar a cabo esta vocación: se trata de crear una relación de amigos, no de siervos. ¿Cuál es el rasgo del amigo? La capacidad de conocer la esencia del otro. Si no hay apertura no hay amistad, por mucha convivencia que se pueda tener, por muchas cosas que se puedan compartir. El amigo es alguien que se elige, que entra en el ámbito de nuestra libertad para que nosotros le permitamos entrar en nuestra vida. Esto solo es posible cuando somos capaces de descubrir en el amigo alguien importante para nosotros. Jesús nos elige, y nos convierte en capaces de dar un fruto que dure.
Si esto lo traspasamos a la familia, nos damos cuenta de que el varón necesita hacer una elección, una elección que no puede brotar sino del descubrimiento en la esposa y posteriormente en los hijos de la misma experiencia originaria de Adán, la experiencia de romper la propia soledad por medio del encuentro con alguien que es como él y con quien está llamado a dar fruto. Como lo expresaba Juan Pablo II: ve en la esposa la realización del designio de Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada», y hace suya la exclamación de Adán, el primer esposo: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne». Esto requiere que el varón elija vivir con su esposa «un tipo muy especial de amistad personal» (Pablo VI), es decir que ambos establezcan una sólida relación humana que toca no sólo las fibras del cuerpo, sino también la emocionalidad, el sentido de la vida, la espiritualidad, el proyecto de la existencia. La amistad entre el varón esposo y padre, y la mujer esposa y madre, supone y exige que ambos tengan profundo respeto por la igual dignidad del otro. El hombre y la mujer están llamados a desarrollar una actitud de amor nuevo, manifestando hacia el otro la caridad delicada y fuerte que Cristo tiene a la Iglesia. Ambos están llamados a respetar la particular vocación del otro.
Aplicaciones prácticas
o   Esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre en y por la familia son de una importancia única e insustituible.
o   Dentro de la comunión-comunidad conyugal y familiar, el hombre está llamado a vivir su don y su función de esposo y padre.
o   El amor a la esposa madre y el amor a los hijos son para el hombre el camino natural para la comprensión y la realización de su paternidad.
o   Realizará esta tarea mediante una generosa responsabilidad por la vida que junto a su esposa se le han concedido, a través de
o   un compromiso educativo más solícito y compartido con la propia esposa,(74)
o   un trabajo que no disgregue nunca la familia, sino que la promueva en su cohesión y estabilidad,
o   un testimonio de vida cristiana adulta, que introduzca más eficazmente a los hijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia.