domingo, 20 de noviembre de 2011

LA FAMILIA UN ENCUENTRO EN LA DIMENSION DE DIOS


La familia, encuentro de las personas en la dimensión de Dios
(Familiaris Consortio 51)

La vida de los seres humanos tiende a desarrollarse en varios planos. Uno es el plano de lo cotidiano, de lo que acontece en el devenir del tiempo, de lo que se puede pesar y medir. Otro plano es el de las emociones que acompañan ese flujo, de las decisiones que lo influyen, de los afectos que lo envuelven, de la comprensión individual que va dando un sentido a las cosas que se viven. Pero hay un tercer plano, que no siempre se descubre y que, por lo tanto, menos se vive. Es el plano de la fe, que no es simplemente el plano de la vida religiosa, sino el plano del descubrimiento de lo que Dios diseña en las cosas que vivimos y el plano de la respuesta que nosotros le damos a ese designio de Dios. La fe antes que creer en cosas, es creerle a Alguien. Antes que razón es relación. Por eso, de la relación con Dios nace la posibilidad de ver la vida desde otra perspectiva y de descubrir el verdadero fondo de lo que vivimos en eso que llamamos “plan de Dios sobre el matrimonio y la familia”. Ese descubrimiento no es de golpe. Se lleva a cabo poco a poco en las cosas de todos los días, y se prolonga a lo largo de toda la vida. Es cuestión de ir descubriendo en medio de lo cotidiano un designio de amor y, al mismo tiempo, una riqueza escondida que no se advertía a primera vista. Esta riqueza no es obra solo de la inteligencia humana. Requiere la sintonía con la sabiduría que viene de la relación con Dios y de la iluminación que esta misma relación va proyectando sobre todas las cosas que se viven. De modo particular esto tiene una importancia en el sacramento del matrimonio y en la construcción de la familia. Algo que está lleno de cotidianeidad es al mismo tiempo un tesoro de presencias, de presencia humana y de presencia divina. Por eso se requiere el cultivo de la fe en la vida del matrimonio y de la familia para ser capaces de percibir en plenitud lo que se vive. El encuentro de Jesús con Nicodemo puede ser un marco para contemplar el camino de Dios sobre la familia humana.

1.    LA CAPACIDAD DE DESCUBRIR UNA IDENTIDAD

1 Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos. 2 Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: «Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él». 3 Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios». 4 Nicodemo le preguntó: « ¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?». 5 Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. 6 Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu.

El ser humano puede percibir lo que la vida le ofrece, aunque no siempre sabe exactamente de qué se trata. Nuestra dimensión espiritual nos permite captar valores que a lo mejor no estamos viviendo, pero que somos conscientes de que están ahí, en la vida de otros, en las decisiones de otros. Son valores espirituales que de pronto percibimos en quienes conviven con nosotros siendo iguales a nosotros, con los mismos problemas, con las mismas circunstancias, con las mismas inquietudes. Son estilos de vida que como dice Nicodemo indican que Dios está en la vida de esas personas. A veces lo percibimos con motivo de una tragedia, a veces lo percibimos con motivo de una charla, o de una decisión que no entendemos. Este estilo de vida puede ser que se nos escape, que no entendamos cómo se puede conjugar con lo que nosotros hemos vivido hasta este momento, pero sabemos que es algo especial. Así se lo cuestiona Nicodemo: « ¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?». Así nos lo cuestionamos nosotros: ¿cómo puede un ser humano estar en esta circunstancia y tener estos valores? Jesús da una respuesta que nos habla de un modo distinto de ser. Un modo distinto de ser que nace de un modo distinto de relacionarse con la realidad porque hay algo diferente en el propio interior. Eso es lo que Jesús define como “nacer del agua y del espíritu” es decir tener un principio vital que proviene de una especial relación con Dios. Y que nosotros podríamos explicar cómo vivir de la fe. Esta vida de fe no es algo que uno se da a sí mismo. Nace de una disposición interior de recibir a alguien que es trascendente en la propia vida, nace de una actitud de escuchar lo que la propia vida necesita de aquel que es su creador y su redentor. Nace de la conciencia de estar relacionados con alguien de quien venimos y hacia quien vamos en medio del camino sencillo de cada día. La familia, en este sentido, adquiere una identidad que brota de la relación de los esposos con Dios y que se hace parte de la vida diaria en la que, en todas las cosas, se vive la relación con Dios, se vive desde la perspectiva de Dios, no con una religiosidad asfixiante, sino con una esperanza presente que da motivos de fortaleza, de sabiduría, de caridad y de todo un tesoro de virtudes en las cosas. Esta realidad ayuda a la familia a empezar donde todo parecía que se había acabado, a esperar donde parecía que ya no había ninguna solución y a enfrentar las realidades de la vida con una perspectiva de amor y de eternidad.

2.    LA APERTURA PARA ENCONTRAR UN SENTIDO

 7 No te extrañes de que te haya dicho: “Ustedes tienen que renacer de lo alto”. 8 El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu». 9 « ¿Cómo es posible todo esto?», le volvió a preguntar Nicodemo. 10 Jesús le respondió: « ¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas? 11 Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. 12 Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? 13 Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.

El ser humano no se puede conformar con las cosas que lo anclan a la tierra. Necesita trascendencia, necesita sentido, necesita esperanza. Incluso en la vida de familia en la que lo sencillo, lo práctico son elementos esenciales, no basta con tener solucionado todo lo que es útil. Se requiere un paso más, el paso de lo interior, el paso de todo lo que se encierra en la palabra “corazón”. Esto nos habla de una orientación hacia algo más que la simple unión física de los esposos, su convivencia, la educación de los hijos y el sacarlos adelante. Esto nos habla de que hay un estado que es superior en el ser humano al simple estado material. Un estado sin el cual la vida familiar queda llena de insatisfacción y vacíos. Para esto hay que descubrir ese nivel superior al que somos llamados, para esto hay que ser capaces de ver que la vida conyugal y familiar han sido elevadas a una dignidad especial por Dios, hasta hacer de lo que parecería ser una simple convivencia de individuos de la misma especie, un signo y lugar de la alianza de amor entre Dios y los hombres, entre Jesucristo y la Iglesia esposa suya. Es decir, que la familia y el matrimonio no son solamente una aglomeración humana. Son un signo, una señal de cómo es el amor de Dios hacia la humanidad, una imagen de cómo Dios quiere relacionarse de modo cercano, indisoluble, amoroso, providente, fecundo, libre, responsable, íntimo, con la humanidad. Son un lugar, porque esta realidad se vive en lo concreto, en una casa, con un número de teléfono, con una dirección. Así como Dios quiso hacer del templo de Jerusalén el lugar de su alianza, así Dios hace de cada familia el lugar en el que los seres humanos podemos encontrar la alianza de Dios con la humanidad. Mirar a la familia es mirar la alianza de Dios con la humanidad. Ciertamente que para esto se requiere un trabajo, un progreso un esfuerzo para ser  capaces de recibir la llamada de parte de Dios. Eso requiere escucha, requiere apertura, requiere disponibilidad, como lo requiere cualquier relación humana. A veces esto nos puede costar, porque estamos muy cerrados por el materialismo, o por el egoísmo, o por experiencias negativas de cualquier tipo. Pero si trabajamos un poco, seremos capaces de superarlo y de encontrar que la familia encierra una novedad dentro de su sencillez cotidiana, esta novedad que trae la presencia de Dios en la familia y que la llena de esperanza, de gozo, de amor, de certeza de alcanzar la plenitud, esto es de constructores de santos y de promotores de santidad.

3.    LA FE CAMINO DEL AMOR PARA LA FAMILIA

14 De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, 15 para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. 16 Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. 17 Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. 18 El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. 19 En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. 20 Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. 21 En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios». (Juan (BPD) 3)

La relación con Dios no se puede entender si no es una relación de amor que nos lleva al bien. Un amor que da vida, un amor que da la vida. Un amor que no es indiferente ante lo que suceda con aquellos que ama. Este amor pide una respuesta que es la fe. El amor lleva a creer, a entregarse, como la fe y la entrega llevan a amar. Este amor ilumina toda la vida y ayuda a distinguir entre lo que es bueno, o sea lo que lleva a amar y lo que no lo es, o sea todo lo que aleja del amor. Todo lo anterior nos hace descubrir que la familia es un lugar donde la relación con Dios se transforma en una fuente de amor que se entrega de modo completo. Este amor nace de la misma relación con Dios, nace de la certeza de que a mi familia se le ha entregado un amor que es capaz de darse de modo semejante al modo de Dios, es decir un amor para tener vida, para permanecer, para iluminar todas las circunstancias de la vida. La familia se muere cuando no experimenta este tipo de amor. Y no se experimenta este tipo de amor cuando la familia no crece hacia la trascendencia. Una experiencia que nace de la conciencia que se vive en el hogar del don de relación con Dios que se recibió en el Bautismo y que se alimenta con la educación cristiana. Un amor que se descubre especialmente presente en la celebración del sacramento del matrimonio, que en el fondo de su naturaleza es la proclamación, dentro de la Iglesia, de la Buena Nueva sobre el amor conyugal. Es la Palabra de Dios que «revela» y «culmina» el proyecto sabio y amoroso que Dios tiene sobre los esposos, llamados a la misteriosa y real participación en el amor mismo de Dios hacia la humanidad. Esto hace que toda la vida de los esposos y de la familia, en lo sublime y en lo sencillo, sea una profesión de que se cree en algo, o mejor dicho de que se cree en alguien, de que se tiene una profunda relación con un alguien que es quien los ha llamado a ser parte de esta familia y que los sigue llamando a vivir en esta familia dentro y a través de los hechos, los problemas, las dificultades, los acontecimientos de la existencia de cada día, Dios viene a ellos, revelando y proponiendo las «exigencias» concretas de su participación en el amor de Cristo por su Iglesia, de acuerdo con la particular situación —familiar, social y eclesial— en la que se encuentran. De este modo, cada familia se va convirtiendo en una iglesia doméstica en la que se vive el evangelio, la buena noticia de la cercanía de Dios a la humanidad y al mismo tiempo se proclama el evangelio, el amor inmenso de Dios no solo por la familia propia sino por toda la familia humana. De este modo sencillo, se descubre que todo lo que pasa en la familia acaba siendo camino de salvación, camino de felicidad, camino de amor. Toda la familia se va construyendo según Dios porque se construye en una fe que permite descubrir el amor verdadero.

CONCLUSIONES

Entre los muchos caminos que existen para cultivar la fe en familia, nos fijamos en tres: la oración en familia, el estudio de la doctrina católica, y la vida según las enseñanzas de Cristo. La actitud de fondo que debe acompañarlas, el amor verdaderamente cristiano, da el sentido adecuado a cada una de las acciones que se lleven a la práctica.
1. La oración en familia
·         Sembrar a lo largo del día diversos momentos para dirigirse de modo espontaneo hacia Dios, para ofrecer el día, bendecir los alimentos, agradecer lo que se ha recibido, pedir por las necesidades.
·         Vivir los sacramentos: La familia necesita descubrir la belleza del domingo, la maravilla de la Misa, la importancia de la escucha de la Palabra, la participación consciente y activa en los ritos. El sacramento de la Reconciliación en que es hermoso enseñarles lo que es el pecado y  lo grande que es la misericordia divina.
·         Aprovechas los tiempos litúrgicos: preparar un Belén, la “Corona de Adviento”, la Cuaresma como tiempo de oración, limosna y sacrificio, participar en la Semana Santa,…
2. Aprender la fe en familia
·         La lectura y el estudio de la Biblia, especialmente de los Evangelios. No se trata de una lectura simplemente informativa. Se trata de preguntarse, sencillamente, en un clima de oración: ¿qué quiere decirme Cristo con este texto? ¿Cómo ilumina mi vida?
·         conocer el  “Catecismo de la Iglesia católica”. La lectura del Catecismo permite conocer la fe católica en sus aspectos más importantes.
·         La lectura de buenos libros, adaptados a cada edad. Unos serán cuentos navideños o novelas misioneras. Otros ofrecerán consejos para los adolescentes. Otros irán más a fondo sobre temas de fe, de ciencia, de moral. (cf. http://es.catholic.net/biblioteca/).
·         Educar a los hijos para tener un sano espíritu crítico, guiarlos para saber que no todo lo que se dice por ahí es verdad, y para alcanzar una imagen exacta de la Iglesia y de la vida de buenos católicos.
·         Enseñar a los hijos a vivir con espíritu de fe y de providencia amorosa de Dios todas las circunstancias, las que gustan y las que son difíciles, las que hacen sonreír y las que hacen llorar.
3. Vivir el Evangelio en familia
·         Vivir la caridad en familia. Ese amor se aprende, se hace vida, cuando los hijos ven cómo se tratan sus padres. Aprenderán entonces a dar gracias, a ayudar al necesitado, a compartir sus objetos personales, a escuchar a quien desea hablar, a dar un consejo a quien tenga dudas (de matemáticas o de fe...).
·         Cultivar el discernimiento: La sociedad crea necesidades y los hijos sienten una presión enorme que les hace desear lo que tienen otros y hacer lo que “todos hacen”. Los padres de familia sabrán discernir entre cosas sanas (como deportes no peligrosos y capaces de promover un buen espíritu de equipo) y “necesidades” que son falsas y que pueden llevar a los hijos a la ruina personal, incluso al pecado. Luchar contra corriente puede parecer duro, pero vale la pena.
·         La apertura a los demás. El corazón que aprende a vivir como cristiano descubre en cada uno la presencia del Amor del Padre. Es importante lo que uno hace por el necesitado, y es importante la actitud con la que se hace.
·         Promover el apostolado, al compromiso continuo por conseguir que muchos hombres y mujeres lleguen a conocer a Cristo. Las familias se convierten en “misioneras”. Saben comunicar, con su testimonio y con palabras oportunas, que Dios ama a todos, que Cristo ofrece la Salvación, que la Iglesia es la barca regalada por Dios para acometer la travesía que nos lleva a la Patria eterna.