jueves, 27 de junio de 2013

TEJER LA FAMILIA


Decimos siempre que la familia es la célula de la sociedad, pero esto muchas veces se queda en una formulación barata sin mayor trascendencia. Sin embargo, en la práctica, constatamos cada día que de las familias sanas se producen sociedades y ambientes sanos, y, en un proceso que es reciproco, de sociedades sanas vemos configurarse con más facilidad familias sanas. Con todo, la sociedad actual parece pedir mucho de la familia, como si las familias modernas estuvieran obligadas a un esfuerzo extra en su tarea de cara a la construcción de una sociedad sana. Con mucha frecuencia, la familia se ve impotente ante las olas que de diversos modos le lanza la sociedad, pensemos en el empuje al consumo de todo tipo, incluido el tecnológico, o pensemos en los movimientos sociales, influyentes sobre todo de adolescentes y jóvenes, o pensemos en la fuerza de los medios de comunicación y de las redes sociales que, en ocasiones, interfieren en el papel que la familia puede desarrollar en la educación de los hijos. 
Todo esto provoca que la familia se vea indefensa, o a veces impotente, para transmitir los valores que debería comunicar, a fin de ofrecer a la sociedad seres humanos que puedan forjar estructuras sociales sanas. Queda claro que es un problema de interacción entre la sociedad y la familia, y que por alguna parte se tiene que detener. Por una parte, no es fácil generar las corrientes sociales masivas que pudieran romper las tendencias que impiden a la familia ser lo que tiene que ser, y por otra parte, tampoco es fácil para la familia singular el llegar a influir en la sociedad global: en la mayoría de los casos, cada familia tiene un ámbito de influjo, que es el primer círculo de la propia comunidad, luego se abre a los ámbitos de la familia extendida y, de modo más diluido al alcance social. Quizá, todavía se podría llegar al ámbito de la propia comunidad religiosa o educativa, en algunos casos. Por ello, el único camino que parece viable es que cada familia, además de hacer lo más que pueda en su terreno, dé a los suyos herramientas para construir su propio ambiente y busque ser testimonio de los valores y virtudes que constituyen su proyecto de vida en su ámbito comunitario. En definitiva, la familia, y cada uno de su miembros, debe contar con los hilos que, siendo un programa propositivo para su vida interna, “tejen” a la familia como una “oferta” positiva para la sociedad.

viernes, 21 de junio de 2013

RECETAS FAMILIARES


Cuando miramos para atrás en la vida vemos muchos ingredientes en la receta de nuestra existencia: algunos los han puesto las circunstancias, otros las amistades, otros nuestras decisiones, pero, muchos de ellos, los traemos de nuestra familia. La familia, es el contexto en el que nos formamos en muchas cosas y esto es gracias al compromiso, con sus riquezas y carencias, de los padres. Ante esto, aprender a decir «gracias» es algo que no se puede dar por descontado y es totalmente indispensable. Llevar adelante todo lo que la familia debería entregar a los hijos no es fácil, por eso para mirar para adelante en la vida tenemos que reconocer algo de las riquezas que hemos recibido, vivirlas e intentar transmitirlas en primera persona. En este sentido, nos pueden servir tres ingredientes para la receta que todos necesitamos tener: responsabilidad, laboriosidad y el reconocimiento del otro, en especial el reconocimiento del papel de la mujer.
Siempre hay que fomentar el que todos sean responsables de todos: Cada cual es responsable de la vida de los demás. Todos están llamados a reconocer los dones que han recibido de Dios, a poner los suyos a disposición de los demás y a valorar los de los demás. Esta visión de lo que hemos llamado la responsabilidad “solidaria” permite que las diversas generaciones se entrelacen dentro de la familia, ciertos de que todos tienen algo que aportar a los demás. De modo especial, hoy tenemos que destacar el papel de los ancianos, cuya presencia resulta más valiosa que nunca, en una cultura del individualismo y del utilitarismo, que a veces provoca que su aportación a la vida familiar sea poco reconocida.
En toda familia la laboriosidad es el cimiento de su fundación y el camino de su desarrollo. Trabajo y laboriosidad condicionan el proceso de educación dentro de la familia, precisamente porque cada uno, entre otras cosas mediante el trabajo, “se hace ser humano”, y este es precisamente el fin del proceso educativo familiar. Para ello, en primer lugar hay que tener la actitud de lucha contra la pereza, con celo, exigencia, tenacidad. Esto cuesta porque hoy estamos rodeados de ocio, entretenimiento, tiempo libre, como parte de la vida normal. Es complejo hablar de pereza cuando el ocio es un valor y una conquista. La solución está en el equilibrio y en el sentido. El equilibrio combina las actividades del ser humano y, entre ellas, está el descanso. El sentido da al ocio su objetivo: recuperar fuerzas para el trabajo y disfrutar de los valores que existen en los momentos en que el trabajo no ocupa al ser humano. Queda claro que es fundamental evitar un ocio que lleve a faltar a las responsabilidades y descuidar los compromisos. En segundo lugar, es muy útil vivir la laboriosidad como un entrenamiento ante las fatigas y sacrificios en la vida. Si solo valoramos el descanso y no estamos preparados para las prueba, será difícil afrontar los momentos de dificultad en la vida. La laboriosidad ayuda a enfrentar la fatiga y los sacrificios porque se sabe que el dispendio de las energías tiene un sentido.
Finalmente, hay que volver a plantear la importancia del papel de la mujer. En nuestra cultura es de decisiva importancia, desde el punto de vista práctico y afectivo, que los cónyuges compartan las tareas educativas y colaboren en las tareas domésticas, pero debido a los ritmos de la familia, a la mujer-madre le toca, en momentos muy especiales, sembrar las primeras semillas de la responsabilidad, de la laboriosidad, de la comunicación en los hijos. En este sentido, la insustituible contribución de la mujer a la formación de la familia y al desarrollo de la sociedad está todavía a la espera del debido reconocimiento y la adecuada valoración. La vida familiar, y de la mujer dentro de la familia, no es fácil, sobre todo cuando la mujer se ve obligada a un doble trabajo, dentro y fuera de casa. Es un deber mostrar gratitud para con toda mujer y madre. 
Trabajar y ser responsables, pero con el corazón formado en la solidaridad y la gratitud, esta es parte de la receta que ojalá encontremos en los corazones de muchas familias.



lunes, 17 de junio de 2013

LA COMUNICACIÓN QUE CONSERVA A LA FAMILIA



Cuando contemplamos algo hermoso, como un paisaje lleno de vida, surge en nuestro interior una emoción de plenitud, pero, al mismo tiempo, aparece, como una sombra, un estremecimiento de duda: ¿no lo echaremos a perder lo seres humanos? A lo largo de las últimas entregas, hemos hablado de responsabilidad y de laboriosidad como dos elementos necesarios para la construcción de los valores de la familia y de la mejora de cada una de las personas que la forma. También, poníamos en guardia contra el peligro del egoísmo y del individualismo a la hora de vivir estas virtudes, y, por ello, la necesidad de vivirlas con solidaridad y gratitud ¿Cómo hacer para que lo que a todas luces es valioso, no se corrompa por esta universal tentación que afecta al ser humano? Una clave está en fomentar en la relación familiar una comunicación positiva, generosa, abierta, confiada, pues lo que une a la familia es la comunicación que permite salir de uno mismo, abrirse a los demás, propiciar el mutuo contacto.. Pero ¿de qué comunicación hablamos? ¿No resulta que muchos momentos de comunicación familiar no son precisamente positivos? ¿No pasa que la comunicación familiar se distorsiona, a veces por aspectos interiores, a veces por aspectos exteriores, generando sufrimientos e incomprensiones? Hace falta comunicar adecuadamente y la familia puede ser el contexto propicio para la educación a la sinceridad y a la verdad.. Ello requiere cuidar los modos de la comunicación familiar, evitando, por ejemplo, la murmuración que desfigura al otro, algo muy grave cuando precisamente ese otro es parte de la propia familia. Como decía el Papa Francisco el pasado 27 de marzo: Cuando hablar se convierte en habladuría, murmuración, esto es una venta y la persona que está en el centro de nuestra murmuración se convierte en una mercancía. No sé por qué pero existe una alegría oscura en el chisme. Se comienza con palabras buenas, pero luego viene la murmuración. Y se empieza a despellejar al otro. Deberíamos pensar que cada vez que nos comportamos así, hacemos la misma cosa que hizo Judas, que cuando fue a los jefes de los sacerdotes para vender a Jesús, tenía el corazón cerrado, no tenía comprensión, no tenía amor, no tenía amistad.
La verdadera comunicación implica tres actitudes positivas: la primera, saber dar voz al bien, es decir, buscar comunicar lo bueno por encima de lo malo, evitando que las conversaciones sean sólo de crítica, como cuando se dicen palabras y se lanzan mensajes con ligereza, sin asumir ningún compromiso por las consecuencias de lo que se afirma, incluso cuando hay que admitir los propios errores, pidiendo perdón. La segunda, unir las palabras al ejemplo, para que no suceda que “nuestras obras no dejan oír nuestras palabras”. Los padres tienen la tarea de enseñar a los hijos a cumplir el bien y a evitar el mal y, asimismo, a apreciar el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. La coherencia de vida de los padres fortalece su enseñanza y la hace verdadera, especialmente cuando se refiere al bien que hay que hacer y al amor que hay que vivir. El modelo de quien vive lo que enseña es perennemente válido y, sobre todo hoy, conserva toda su inigualable eficacia. Y la tercera, buscar la sabiduría en lo que hablamos, es decir, comunicarnos con los nuestros desde una visión más elevada, en el caso de la familia cristiana desde la visión de Dios. ¡Qué diferente es la comunicación familiar cuando lo que se habla de los otros o con los otros, pasa por el filtro de la visión de Dios! Nunca está de más hacerse la pregunta: ¿cómo ve Dios a mi hijo, o a mi esposo, o a mi hermano? Si hiciéramos esto, como un estilo de vida en el que se debe educar a los hijos desde tierna edad, nuestro modo de tratar y de tratarnos sería más rico y positivo… además estaríamos cuidando que nada arruinase el paisaje de nuestra familia. 



jueves, 13 de junio de 2013

EL TRABAJO ES SAGRADO... ¡NO LO TOQUES!



¿Quién no ha oído hablar hoy de la importancia de la productividad? Por todas partes es un tema que se promueve como lo que hace posible que la sociedad sea más rentable. Sin embargo, pocas veces se nos recuerda que no hay posibilidad de productividad sin laboriosidad. Eso ya no nos gusta tanto y cuánto nos cuesta inculcarlo en la propia vida y en la propia familia. Pero ¿qué es ser laborioso? Ser laborioso no es necesariamente trabajar mucho, sino apreciar los bienes que nacen de esforzarse, de trabajar, es reconocer que, cuando se trabaja, se alcanzan bienes que no se dan cuando todo se recibe o se alcanza sin esfuerzo. La laboriosidad es una virtud que ayuda a valorar lo que en el trabajo hay de bueno. Al ser una virtud, la laboriosidad no siempre se da naturalmente, sino que hay que cultivar el hábito bueno a base de repetición de actos. 
Curiosamente, según lo que hemos dicho, la laboriosidad no nace del afán por el trabajo, sino del reconocimiento de lo que se ha recibido y de lo que se debe dar como correspondencia. Por eso está ligada a la responsabilidad y es totalmente contraria a la negligencia ante las cosas de la vida. El laborioso sabe que los dones que le permiten trabajar no son de él, como no lo es la vida, la salud, o el lugar en el que se nace en la sociedad. Por ello, el laborioso, que se siente responsable de todos esos dones, los pone a fructificar, como un deber de gratitud y como un deber de justicia. El primer lugar en donde se reconoce que nada se tiene por uno mismo, sino que todo le ha sido dado es en la familia que se convierte así en una gran formadora de la laboriosidad, motivada por la gratitud que lleva a hacer que también los demás se beneficien de los propios dones. 
La laboriosidad, como la responsabilidad, no se queda encerrada en el individualismo, por ello, el laborioso descubre que lo que se ha recibido hay que ponerlo a dar fruto y un fruto que se debe compartir con los demás. Ser laborioso es reconocer que a todos nos toca poner una parte en el bien común, el bien que los demás necesitan de él. La laboriosidad permite que el trabajo que se lleva a cabo, pequeño o grande, llamativo o silencioso, esté lleno de sentido y sea enriquecedor, tanto para quien lo hace, como para las personas que lo rodean. Esto nos permite reflexionar sobre otro rostro de la verdadera laboriosidad: Con el trabajo, el ser humano, además de proveer a las necesidades de su familia, puede socorrer al necesitado. La atención a los pobres es una de las formas de amor al prójimo más hermosas que puede vivir una familia. Dar de lo que se posee a quien no tiene nada, compartir con los pobres las propias riquezas, significa reconocer que todo lo que hemos recibido es gracia, y que, en el origen de nuestra prosperidad, en cualquier caso, está presente un don de Dios, que no podemos retener para nosotros, sino que debemos participar a los demás. Esta actitud, promueve la justicia social y contribuye al bien común, rechazando la posesión egoísta de la riqueza y la indiferencia ante la necesidad del otro. Este es el sentido de la laboriosidad que podemos forjar en la familia: un corazón abierto a las necesidades de los demás, ya sean cercanos o lejanos, que nos convierte en signos de esperanza en el mundo y en sembradores de gratitud. Así que lo que a veces se dice: “el trabajo es sagrado… no lo toques”, se puede convertir en “el trabajo que no tocas dejar de ser sagrado”, deja de ser lugar en el que haces un poco mejor el mundo. 

viernes, 7 de junio de 2013

NARCISISTAS O SOLIDARIOS: CUESTION DE RESPONSABILIDAD


Se supone que la responsabilidad es uno de los elementos fundamentales en los que tiene que ser educado un ser humano. La simple evolución de la vida, nos hace ver que nadie puede eludir la realidad de la responsabilidad. El ámbito primario, casi podría decirse esencial, en el que esto sucede, es la familia. La familia es el lugar donde se siembra la responsabilidad de cara a la vida. La responsabilidad parte de ser consciente de los talentos que cada uno tiene, como dice la famosa frase: “un gran don supone una gran responsabilidad” y la familia es el lugar donde en primer lugar nuestros talentos son reconocidos. Ser responsable en la casa será el mejor modo de ser responsable en las demás actividades de la vida y, sobre todo, de ser responsable en la futura familia o en la futura comunidad que formarán los miembros del hogar.

También es necesario ser consciente de que la responsabilidad no puede ser individualista. Aunque este parece ser uno de los rasgos de la responsabilidad hoy día, cuando se afirma: “YO soy responsable”,  y se  deja de lado que, aunque la responsabilidad se vive ante uno mismo, también tiene que orientarse a los demás. A veces se oye en casa que cada uno es responsable de sí mismo, y se olvida la responsabilidad sobre los demás. ¿Por qué? Porque los demás han sido dados a mi vida para mi realización, y también para mi compromiso con ellos. A veces da la impresión de que en la familia moderna no siempre tenemos claro este aspecto de la responsabilidad. Incluso en el modo en que asignan tareas a los hijos, parecería que solamente los centramos en ellos mismos, como cuando les decimos que su única tarea es estudiar y excluimos que también tienen otras muchas tareas en la casa. No podemos permitir que en la familia se meta la identificación entre responsabilidad y egoísmo. Si no se es solidario, no se es verdaderamente responsable. Los dones y las dotes personales son al mismo tiempo una responsabilidad con Dios y con el prójimo. La familia, al hacernos responsables de demás, nos protege del egoísmo, que haría de la responsabilidad un simple narcisismo. 

La responsabilidad tiene además otro rostro, el rostro de hacer mejores a los demás. Cuando los miembros de la familia viven con responsabilidad, procuran que el otro pueda expresar mejor sus talentos. Con lo cual, el que es responsable, se convierte a su vez en generador de responsabilidad y crecimiento de los demás. La ayuda recíproca permite expresar los propios dones precisamente en la casa. Es lo que podríamos definir como una responsabilidad “solidaria". La responsabilidad, en definitiva, no aísla los propios talentos, sino que los desarrolla de verdad en la medida en que los multiplica en la relación con los otros. Ahora sí ¿soy de verdad responsable?

lunes, 3 de junio de 2013

UNA FAMILIA EN TRANSICION


Con frecuencia se escuchan los problemas que tiene la familia para llevar adelante la formación de los hijos o la convivencia familiar. No faltan anécdotas sobre la falta de formación de los niños, las dificultades entre esposos, o la fragilidad de las familias. Son muchos los factores que pueden influir en ello, desde los externos, como las tecnologías y las modas, hasta los internos, como la falta de hábitos buenos en los miembros de la familia o la incomunicación. Por otra parte, de unos cien años para acá habíamos formado en nuestro imaginario colectivo un tipo de familia que estaba teóricamente formada por los papás y los hijos, con un padre proveedor y una madre hogareña. Sin embargo, ante los empujes de la modernidad, esta imagen parece desvanecerse, provocando en la comunidad familiar el sufrimiento que proviene de muchas tensiones internas y una aguda disgregación. Esto lo vemos en la facilidad con que los hijos prescinden del hogar, aun cuando sigan viviendo en él, así como en la generación de individualismos en la familia desde muy temprano dando la impresión de que, en vez de vivir en hogares, vivimos en hoteles en los que de vez en cuando sus inquilinos se dignan convivir y compartir. 
Nunca ha habido familias perfectas, eso es cierto, pero son preocupantes los cimientos tan frágiles que parece tener hoy la estructura familiar. Son muchos los factores que han influido en esto, pero toman particular importancia los roles que tanto el hombre como la mujer han tomado, así como los que han dejado de tomar. El bombardeo sobre la mujer para la autoafirmación es muy fuerte y el que se produce sobre el varón no lo es menos. En esta situación los hijos se ven en medio y en sus personalidades se acentúan rasgos que no propician precisamente una personalidad sólidamente orientada a la formación de una una familia: por un lado se hacen más autosuficientes y, por otro lado, se van haciendo más acomodados, menos recios. A pesar de todo esto, la familia, también la de nuestra época, no puede dejar de lado su misión de dar, a todos y a cada uno de sus miembros, elementos que los puedan hacer felices de modo integral, así como ofrecerles ambientes y herramientas que conduzcan a este objetivo. En este camino hay virtudes que poseen particular relevancia y que reclaman el compromiso de todos los miembros de la familia y, en especial, el trascendental papel del varón y  de la mujer, cada uno en su especificidad: me quiero fijar en la responsabilidad, la laboriosidad y la comunicación, tres virtudes-valores que sostienen a la familia. Las siguientes entregas de este blog nos servirán para compartir algunas reflexiones a este respecto. Nos vemos (leemos) pronto.