Decimos
siempre que la familia es la célula de la sociedad, pero esto muchas veces se
queda en una formulación barata sin mayor trascendencia. Sin embargo, en la
práctica, constatamos cada día que de las familias sanas se producen sociedades
y ambientes sanos, y, en un proceso que es reciproco, de sociedades sanas vemos
configurarse con más facilidad familias sanas. Con todo, la sociedad actual
parece pedir mucho de la familia, como si las familias modernas estuvieran
obligadas a un esfuerzo extra en su tarea de cara a la construcción de una
sociedad sana. Con mucha frecuencia, la familia se ve impotente ante las olas
que de diversos modos le lanza la sociedad, pensemos en el empuje al consumo de
todo tipo, incluido el tecnológico, o pensemos en los movimientos sociales,
influyentes sobre todo de adolescentes y jóvenes, o pensemos en la fuerza de
los medios de comunicación y de las redes sociales que, en ocasiones,
interfieren en el papel que la familia puede desarrollar en la educación de los
hijos.
Todo esto provoca que la familia se vea indefensa, o a veces impotente,
para transmitir los valores que debería comunicar, a fin de ofrecer a la
sociedad seres humanos que puedan forjar estructuras sociales sanas. Queda
claro que es un problema de interacción entre la sociedad y la familia, y que
por alguna parte se tiene que detener. Por una parte, no es fácil generar las
corrientes sociales masivas que pudieran romper las tendencias que impiden a la
familia ser lo que tiene que ser, y por otra parte, tampoco es fácil para la
familia singular el llegar a influir en la sociedad global: en la mayoría de
los casos, cada familia tiene un ámbito de influjo, que es el primer círculo de
la propia comunidad, luego se abre a los ámbitos de la familia extendida y, de
modo más diluido al alcance social. Quizá, todavía se podría llegar al ámbito
de la propia comunidad religiosa o educativa, en algunos casos. Por ello, el
único camino que parece viable es que cada familia, además de hacer lo más que
pueda en su terreno, dé a los suyos herramientas para construir su propio
ambiente y busque ser testimonio de los
valores y virtudes que constituyen su proyecto de vida en
su ámbito comunitario. En definitiva, la familia, y cada uno de su miembros, debe
contar con los hilos que, siendo un programa
propositivo para su vida interna, “tejen” a
la familia como una “oferta” positiva para la sociedad.