jueves, 27 de diciembre de 2012

EL CAMINO QUE LLEVA A BELEN... Y A NAZARET



Introducción 
Posiblemente el tiempo de Adviento y Navidad es el tiempo que más marca los estilos de la vida de las familias. Es muy llamativo cómo cada familia tiene una forma de celebrarlo, pero también cómo nuestra sociedad nos marca lo que tenemos que hacer en estos días. Y por eso no es raro que las familias se vean como obligadas a asumir unos estilos de vida que originalmente no hubieran querido tenerse. El materialismo, el consumismo, el stress, la exageración, parecen que se imponen en todo. Sin embargo, esta época es solo un síntoma de cómo, a lo largo del año, este problema se hace presente en lo cotidiano. Cuántas decisiones toma una familia en contra de sus valores y convicciones. Qué gran presión tienen los jóvenes, los esposos, los padres, a la hora de afrontar el modo cotidiano de comportarse. Por eso la familia tiene que atreverse a preguntarse si el estilo de vida que tiene es el que quiere o el que se le impone. Hoy son muchos los estilos de vida que intentan sobreponerse a los valores familiares y a veces podemos perdernos en las opciones que tomamos en la familia. El Adviento y la Navidad nos ponen delante de los ojos un marco de referencia, el marco de referencia de la familia de Nazaret, que vamos contemplando en sus decisiones y líneas de comportamiento. Casi podríamos decir que desde el 17 de diciembre hasta el 6 de enero, son tres semanas en las que tenemos delante de los ojos el modelo de la familia que Dios quiso elegir para vivir entre nosotros. Una familia que vivió en un ambiente en el que tuvo que descubrir cómo debía ser para ser fiel a sí misma y, de este modo, ser fiel al querer de Dios. Contemplar el estilo de la Sagrada Familia no es solamente una romántica perspectiva para este tiempo de fin de año, sino que se debería convertir un prototipo del modo en que podemos desarrollar la vida familiar cotidiana. 


1. El estilo de la Sagrada Familia 
La Sagrada Familia tal y como se nos muestra en la Sagrada Escritura tiene un estilo muy sencillo: el estilo que nace de la capacidad de recibir y compartir todo con el otro. El origen de la Sagrada Familia radica en la venida de Jesús al mundo y en la capacidad de recibir, de acoger que tienen José y María. Las palabras que dice María ante el anuncio del ángel lo manifiestan: “hágase en mí”. También esas son las palabras que escuchará José: “no tengas miedo de recibir a María”. Ese será el estilo de la vida en Belén y en Nazaret: ver lo que sucede y guardarlo en el propio corazón. Al mismo tiempo, la familia de Jesús es una familia que comparte todo: Jesús comparte con ellos su divinidad, la presencia de Dios entre nosotros, comparte con ellos la misión que el Padre le ha encomendado y que les hace modificar sus planes en torno a la voluntad de Dios: el matrimonio virginal, la ida a Belén, la huida a Egipto, el regreso a Nazaret… son todos momentos que nos hablan de una familia que va al ritmo de Dios en su vida. Jesús comparte con José y María la misión que él mismo ha recibido, la misión de amor y la misión de ponerse al servicio de la salvación de los hombres. 
Este modo de ser se lleva a cabo, otro rasgo de la familia de Nazaret, en medio de la vida diaria. Jesús viene al mundo, pero no lo hace en lo extraordinario y llamativo, sino en el silencio, en la total inmersión en la vida cotidiana de una familia judía del siglo primero de nuestra era. Podríamos decir que no son José y María los que cambian su estilo, sino que es el hijo de Dios quien se adapta al estilo de sus padres en la tierra. La familia de Nazaret es, por lo tanto, una familia que recibe, una familia que comparte, una familia que vive en medio de su tiempo y cultura. Es llamativo que el plan de Dios sea hacer que Jesús atraviese todas las experiencias normales de un ser humano, en su nacimiento, en su infancia, en su juventud… en todo igual a nosotros, menos en el pecado. Jesús tiene que vivir muchas de las experiencias humanas normales para santificar toda la vida de la familia humana. El se hace uno de nosotros, entra en una familia humana, vive treinta años de normalidad sencilla ante los hombres, que no notan nada raro en el hijo de la familia de José y María, convirtiéndose así en un testimonio de lo importante de lo “no importante” en la vida de la Sagrada Familia. 
En ese contexto de familia normal, Jesús va creciendo. Primero en las entrañas de María, luego en la oscuridad de Belén, después en la normalidad de Nazaret. La Sagrada Familia es así el ámbito en que Jesús va desarrollándose en sabiduría y gracia, nos dice la Sagrada Escritura. Es decir, es en ese ámbito donde Jesús va desarrollando todos sus dones humanos y todos sus dones divinos. Su vida de familia, sin mayores estridencias, le permite este progreso. El evangelio nos muestra paso a paso, como Jesús, la Palabra que viene de lo alto, el Hijo del Padre, asume nuestra humanidad: se hace niño, crece como un muchacho en una familia, vive la experiencia de la religiosidad y de la ley, participa en la vida cotidiana marcada por los días de trabajo, el descanso del sábado, el calendario de las fiestas. El «hijo del Altísimo» hace la experiencia de la fragilidad y de la pobreza, rasgo normal de la vida de Israel en su época. Los personajes que aparecen en su entorno son gentes que tienen como rasgo central su anhelo de hacer presente a Dios en su vida: los pastores, los sabios de oriente, Simeón y Ana que lo encuentran en el templo. Jesús no nace en el poder y en la riqueza, en la abundancia y en el aplauso. Desde el principio, tendrá que experimentar el misterio del rechazo por parte de los seres humanos y aprender a ser humano tocando nuestra miseria. El estilo de la familia de Nazaret es no dejar de lado la realidad de la vida, con su cara no siempre agradable, pero, al mismo tiempo, con una profunda confianza en Dios. 
La experiencia de la familia de Nazaret es de una plena compenetración con la vida humana. Así, en ella, Jesús aprendió las palabras de los hombres, las relaciones familiares, la experiencia de la amistad y de la conflictividad, de la salud y de la enfermedad, de la alegría y del dolor. La familia de Jesús hace que cada cosa que se vive, pueda convertirse en un lenguaje con el cual Dios habla y en el cual a Dios se le escucha. Jesús, como palabra de Dios, nos hablará en esas realidades que el mismo había vivido antes. Es importante recalcar que el estilo de la familia de Nazaret es el de la humildad y el ocultamiento, es decir, el estilo de la mayoría de los seres humanos. Es también en la sencillez de Belen y Nazaret donde se produce el don del amor mismo de Dios, es en la vida sencilla de José y María donde Jesús aprende a descubrir el rostro paterno de Dios. 
Otro rasgo importante de la familia de Jesús es que vive su estilo en su contexto histórico concreto, sufre las vicisitudes económicas, políticas, sociales de la época en la que se encuentra. Jesús vive a fondo su realidad histórica. Asimismo, Jesús vive en una familia marcada por la espiritualidad judía de fidelidad a la ley, que se convertirá en el marco de referencia de encuentro con Dios durante toda su vida. Nada nos hace ver que la familia de Nazaret se excluya de su ambiente, y, al mismo tiempo, vemos que la familia de Nazaret vive su identidad propia en medio de ese ambiente. 

2. La familia un estilo de ser sagrados 
La contemplación que, a lo largo de todo el periodo de Adviento y Navidad, haremos de la Sagrada Familia, se convierte en una invitación a trazar un camino para nuestras familias, de tal modo que podamos poner los puntos de referencia esenciales que marquen el estilo de la familia cristiana. No se trata de ser diferentes, como lo vimos en la familia de Jesús. Se trata de vivir la propia identidad en medio del mundo, en que la familia se encuentra. 
Por eso, el primer rasgo de una familia cristiana que mira a la familia de Jesús, es el de ser un ámbito en el que se recibe a la persona y se le ayuda a caminar hacia su plenitud. La familia no es solo el lugar donde se recibe la vida física, sino también es el sitio en que cada persona se va desarrollando hasta lograr lo mejor de sí. Para esto, cada familia tiene que ser capaz de preservar la propia intimidad, de acompañar con respeto la historia de cada uno, de sembrar y cultivar aquellas tradiciones familiares que enriquecen a todos, de ser fuente de confianza en medio de las circunstancias de la vida, de ser motivadora de la esperanza en el Señor. La familia humana camina en un estilo “sagrado” cuando descubre, valora y comparte los dones recibidos por cada miembro de la misma, cuando se convierte en un lugar de equilibrio en medio de las tensiones diarias del trabajo, cuando llena sus relaciones de afecto y caridad, cuando empuja a sus integrantes a vivir con compromiso y gratuidad mutuas. Esto convierte a la familia en lugar de descanso y de impulso, de llegada y de partida, de paz y de proyecto, de ternura y de responsabilidad. 
Sin embargo, esto no excluye que en muchas ocasiones la familia tenga que hacer frente a presiones externas en las que será difícil lograr lo que se ve como ideal y tendrá que vivir en medio de situaciones que duelen al corazón o a la conciencia. Pero, aun en estas situaciones, la familia cristiana como la Sagrada Familia tiene en su interior la certeza de que puede redimir el mal que enfrenta o con el que convive. Como la sal del mundo, la familia tiene que estar presente en todas las situaciones buenas o malas, para potenciar las buenas y para purificar las malas, con su acción, su testimonio y su oración. 
La familia cristiana puede llevar al crecimiento de cada uno de sus miembros pues genera unos vínculos de afecto, de seguridad, que permiten a sus integrantes crecer en medio de las circunstancias concretas de la vida y así responder a los retos que las circunstancias presentan. El entorno de familiar aporta beneficios muy importantes no solo a la dimensión física, también a la psicológica y la espiritual. La familia hace que los vínculos construyan a las personas: los vínculos del afecto, los de la dimensión religiosa, los de las raíces de la cultura en la que se vive, las personas que rodean, los entornos cotidianos y las posibilidades del futuro. 
Nuestra humanidad la forja una familia, con sus riquezas y sus fragilidades, por eso, la familia que mira al hogar de Nazaret desarrolla la vida de pareja con un estilo singular, que se transmite a los hijos a fin de que se difunda en la sociedad y en la comunidad de la Iglesia. 

3. Los caminos de mi familia hacia Nazaret 
Los días de Adviento y Navidad, y la oportunidad que dan de contemplar el hogar en el que vino a nacer Jesús, son una magnífica ocasión que cada hogar tiene para valorar el tesoro de su identidad que se concreta en su vida. Por ello, la contemplación de Belén y Nazaret conlleva propuestas que una familia puede llevar a cabo en su progreso cotidiano. Esto supondrá, en primer lugar, que la familia luche por tener menos dispersión y más encuentro, menos prisas y más diálogo, menos cosas y más presencia de los miembros de la familia en la casa. Un cuidado particular tendrá que tener la familia en analizar el modo en que lleva los comportamientos en la casa, el modo en que se estructura el hogar, la forma en que se llevan los estilos de comunicarse, el tipo de decisiones que se toman, las ilusiones y esperanzas que se cultivan, la cercanía en los sufrimientos que se atraviesan, las luchas que se sostienen, los proyectos que se comparten. 
La experiencia de la familia de Jesús es una experiencia de confianza, de libertad, de encuentro, de descanso, de compartir. La familia de José y María, que recibe y hace crecer a Jesús, es un lugar de encuentro del hombre con Dios, y también de encuentro del ser humano con el prójimo. La familia cristiana debe ser, por lo tanto, un lugar de encuentro entre hombre y mujer, de encuentro con el Señor en la oración, la Palabra de Dios y la Eucaristía. Además, como la familia de Jesús, la familia cristiana no puede encerrarse sobre sí misma, sino que debe abrirse a la comunidad y a la caridad. 
El amor que sostiene a la familia hace que, cada uno de sus miembros, lo prolongue hacia la acogida, el respeto, el servicio por todo hombre, movidos además por el mandamiento cristiano del amor. Esta caridad se traduce en el compromiso de promover una auténtica comunidad de personas, que difunde en todos sus ambientes un estilo más humano y fraterno de relaciones. El esfuerzo de la familia cristiana por reflejar a la familia de Nazaret tiene una manifestación muy especial en la solidaridad con el hermano que es pobre, débil, sufre, o es tratado injustamente. En esas oportunidades, la caridad de la familia sabrá y enseñará a descubrir el rostro de Cristo en un hermano al que hay que amar y servir. De este modo, la venida de Jesús a la familia de Belén no se limitará a ser un evento de tiempos pasados, sino que será un fermento de vida nueva en el corazón de cada familia. 

PREGUNTAS PARA LA PAREJA DE ESPOSOS 
¿Nuestra familia mira de vez en cuando el modelo de la Sagrada Familia para vivir las distintas dimensiones humanas y cristianas? 
¿Qué decisiones tomamos para que la familia sea espacio para crecer en sabiduría y gracia de Dios? 
¿Qué tipo de vínculos familiares, afectivos, religiosos, alimentan el crecimiento de la pareja y de los hijos? 

PREGUNTAS PARA EL GRUPO FAMILIAR Y LA COMUNIDAD 
¿Cuáles son los nuevos estilos de vida para la familia de hoy para vivir sus valores? 
¿Qué opciones y qué criterios guían las decisiones de familia en nuestra vida diaria? 
¿Qué dificultades comunicativas y sociales se deben afrontar para hacer de la familia un lugar de crecimiento humano y cristiano? 
¿Cuáles son las dificultades culturales que se encuentran a la hora de transmitir las formas de la vida buena y de la fe?