viernes, 20 de mayo de 2011

EL ACEITE, LA LLAMA, EL AMOR EN LA FAMILIA

EL ACEITE, LA LLAMA, EL AMOR EN LA FAMILIA

INTRODUCCION

El amor ha sido comparado con muchas imágenes a lo largo de la historia de la humanidad. La más frecuente es una llama que se enciende. Esta llama se enciende de modo especial en cada familia, donde ilumina a cada uno de los miembros que la componen. Es un amor con diversos rostros: el rostro conyugal, el paterno-materno, el filial, el fraternal. Pero en todos los casos, es el elemento necesario para configurar a la familia. Suprimir el amor en la familia es transformar el hogar en un conjunto de piedras en el que transitan una serie de personas. Sin embargo, el amor no es algo que se dé de modo espontaneo. Es espontánea la atracción, o el instinto materno, o puede serlo el afecto que nace de tanto convivir con alguien. Pero el amor es algo que se descubre, se cultiva, se alimenta, se defiende, se acrecienta, se enseña, se aprende. De otro modo la rutina diaria, los roces constantes, acaban por agrietar o por secar eso a lo que le hemos puesto la etiqueta de amor. Cuando miramos las situaciones de éxito conyugal siempre encontramos junto a elementos de afinidad, de cercanía, de simpatía, de entrega, de servicio, otros elementos de trabajo, de cuidado, de dedicación que se deben precisamente al amor.
La parábola de las jóvenes del cortejo nupcial, nos presenta una ocasión riquísima para reflexionar sobre el amor como principio y como fuerza de la comunión familiar. La familia, fundada y vivificada por el amor, es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los padres y de los hijos, de los parientes. La parábola de las jóvenes que van a la boda nos permite reflexiona r sobre la importancia de poner al amor como base de nuestra relación familiar, relación que comienza con la conyugalidad, relación que se prolonga en los hijos, relación que brota, se alimenta y tiende hacia el amor.


1.    LA IMPORTANCIA DE UN FRASCO DE AMOR

Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. 2 Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. 3 Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, 4 mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. 5 



Este texto es una parábola y por lo tanto se ha de encontrar el significado de los elementos que la misma nos ofrece. El entorno es algo muy común en la época de Jesús. Una boda, en la que las jóvenes tenían que esperar a que el esposo llegara hasta la casa del banquete, la casa de la comunión, la casa de la felicidad. Las jóvenes iban iluminando el camino del novio, como un símbolo de la alegría pero también del amor a la esposa elegida. La costumbre indicaba que las jóvenes eran la corona del amor del esposo a la esposa y le guiaban por el camino. El problema es que las lámparas eran pequeñas y no podían contener una gran cantidad de aceite que alimentara la mecha. Por eso era necesario tener un recipiente con el cual rellenar de vez en cuando la lámpara.
Estas jóvenes están llamadas a ser el símbolo del amor de los esposos. Cada una de ellas ilumina al esposo. La finalidad del amor es llegar con lámpara encendida al encuentro del esposo. Es un símbolo de que cada familia, cada persona ilumina con su persona, con su actitud al esposo, al amor verdadero que tiene que hacerse presente en cada hogar.
Ante este amor puede haber dos actitudes. La actitud de las jóvenes que el evangelio llama prudentes, son las jóvenes que tienen lámparas y además llevan aceite. Y esta la actitud de las que el evangelio llama necias que toman las lámparas y no llevan aceite suficiente. Son dos actitudes ante el amor en la familia. Quienes piensan que ya lo tienen todo y que no se preocupan por renovar, por vivificar su amor y quienes son conscientes de que el amor es una decisión que se ha de renovar constantemente para mantener encendida la llama que ilumina el camino de la familia. La actitud sensata es la de quien sabe que el amor es muy importante, es el sentido de la vida, es la razón de la actividad humana, pero también conoce la fragilidad de cada persona y no se permite el que esta fragilidad lo gane, o por lo menos que esta fragilidad lo vacíe del amor. No hay camino más claro hacia la indiferencia que el camino de la autosuficiencia. No hay sendero más claro hacia la frialdad en la relación de los esposos o en la relación con los hijos que el camino del engreimiento en las capacidades de uno mismo. Tener la prudencia de llevar consigo el amor no solo para ahora, sino para todo el tiempo que sea necesario, es ser capaz de ir más allá de lo inmediato que muchas veces nos hace pensar que tenemos todo. Este es el camino mas claro para que perdure el amor.
El amor ha de acompañar toda la vida matrimonial y familiar a lo largo del tiempo. El amor no puede ser solo para instantes especiales, significativos particulares. Y si no se tiene de reserva es muy posible que se agote. Como nos recuerda Familiaris Consortio: El principio interior, la fuerza permanente y la meta última de tal cometido es el amor: así como sin el amor la familia no es una comunidad de personas, así también sin el amor la familia no puede vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas.

2.    MANTENER VIVO EL AMOR EN MEDIO DEL SUEÑO

Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. 6 Pero a medianoche se oyó un grito: “Ya viene el esposo, salgan a su encuentro”. 7 Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. 8 Las necias dijeron a las prudentes: “¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?”. 9 Pero estas les respondieron: “No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado”.



La vida nos golpea a todos porque el misterio de la fragilidad humana es parte de la vida misma. Sea cual sea nuestra condición, todos somos tocados por el sueño, por la fragilidad, por la miseria de nuestra condición humana. Todos nos quedamos dormidos. Sin embargo, nuestro sueño no impide que se cumpla el tiempo de la llegada del esposo, ni tampoco que enfrentemos nuestra obligación de cumplir con la misión que da sentido a nuestra vida: Salir al encuentro del amor. En ese sueño, puede suceder que se nos apaguen las lámparas, que incluso la lámpara ruede por el suelo derramando el poco o mucho aceite que todavía pudiera tener. Porque cuando uno está dormido no siempre tiene muy claro lo que hace ni donde se encuentra.
Todos tenemos la oportunidad de despertarnos. Pero en ese despertarnos tenemos que haber sido lo suficientemente prudentes como para no habernos quedado sin aceite. El amor en la familia puede despertarse de un sueño en el que se puede haber caído por mil circunstancias diferentes. No basta estar despierto, hace falta el amor. Las relaciones familiares se pueden descubrir como necesarias, convenientes, oportunas, pero no “tener amor” para llevarlas a cabo, pero carecer de ese principio interior que orienta nuestra voluntad hacia el otro. El amor se acaba en el sentido de que nuestra fragilidad humana lo agota, pero no se acaba si nuestra voluntad lo mantiene suficientemente abundante.
Como decía Juan Pablo II: El amor entre el hombre y la mujer en el matrimonio y, de forma derivada y más amplia, el amor entre los miembros de la misma familia —entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, entre parientes y familiares— está animado e impulsado por un dinamismo interior e incesante que conduce la familia a una comunión cada vez más profunda e intensa, fundamento y alma de la comunidad conyugal y familiar. Este dinamismo es el que nunca se ha de terminar, sea cual sea el estado en que a veces nos ponga la vida, aunque a veces el pecado se apodere de nosotros, o la fragilidad haga más torpe nuestra capacidad de convivir. Al lado de nuestra existencia hay que tener el frasco del amor siempre lleno de aceite. Esto no es una casualidad. Esto es una decisión. Esto es un acto que se trabaja constantemente.
Y lo más serio es que esto no se puede compartir. Nadie puede amar por otro. Yo puedo amar a otro, pero yo no puedo sacar amor de otro, ni hacer que el otro ame con el amor con que yo amo. Si la voluntad ha decidido no amar, no habrá nada (fuera de la gracia extraordinaria de Dios) que haga amar, el frasco esta vacio, la lámpara ya no tiene aceite.
Sin embargo todos podemos experimentar la necesidad de amar, al ver que las lámparas de los demás están encendidas. Y entonces tenemos que tener el valor de ir al mercado, de comprarnos el aceite que sabemos que nos hace falta. ¿Qué es este mercado donde se vende el aceite? ¿Quién es el que nos puede vender el amor? Solamente quien ama hasta el final, tiene el amor que no se acaba. Solamente la relación con Dios puede rescatar el amor. Si el ser humano se deja a sí mismo no puede rescatar el amor. ¿Cómo se compra el amor? Jesús en el evangelio nos lo dice. Cuando la samaritana le pide el agua que no se acaba, Jesús le invita a cambiar de vida como primer paso y a hacerlo a Él nuestra fuente de agua como segundo paso. No se puede recibir el amor si no se tiene la decisión firme de abandonar las fracturas de la indiferencia, del egoísmo, de la desconfianza, de la indolencia, en definitiva de todo lo que resquebraja el amor en nosotros. Solo después de una exigente conversión interior, se puede volver a tener el aceite para la lámpara.


3.    CONOCER EL AMOR

10 Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. 11 Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: “Señor, señor, ábrenos”, 12 pero él respondió: “Les aseguro que no las conozco”. 13 Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.



La diferencia entre unas jóvenes y las otras es muy fuerte. Las que estaban preparadas entran en la sala del banquete. Entran en la sala nupcial. La sala del banquete es el símbolo del lugar donde se vive el amor, donde se celebra el amor, donde el amor se hace felicidad. Es donde se lleva a plenitud la persona, porque la persona se encuentra con el amor. Como recordaba Juan Pablo II en su primera encíclica: «El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido, si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente»
Las que no estaban preparadas se quedan fuera. De nada les sirven sus invocaciones. La oración de nada sirve sin el amor. La religión de nada sirve sin el amor. Sin amor la religión no nos hace reconocibles ante el Señor. Es un misterio que Dios mismo sea sordo ante lo que no venga lleno de amor, tocado por el amor. No es cuestión de ir por la vida con el Señor, Señor en la boca. La clave es haber mantenido encendida la lámpara del amor en la vida. Pero la palabra de Jesús es muy dura: no te conozco. Si ahondamos un poco en esta palabra nos damos cuenta de que puede ser más frecuente de lo que pensamos en la vida de familia. Decimos no te conozco cuando negamos el amor al otro. Decimos no te conozco cuando no soy capaz de ver en el otro lo que me hizo amarlo algún día. Decimos no te conozco cuando no hay una relación interior con el otro. Decimos no te conozco en definitiva cuando el amor no es el eje de la relación. La única forma de superar este desconocimiento es recuperando el amor, es almacenando el amor cuyo primer cometido es el de vivir fielmente la realidad de la comunión con el empeño constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas.
La vida matrimonial y la vida familiar necesitan del amor como principio que hace que la comunión de la personas en el hogar sea algo real, algo duradero, algo vivo, algo trascendente. La clave es nunca dejar de estar preparados. Tener siempre en la propia existencia el amor necesario para el resto del camino. El amor que se tiene cuando se es humilde para reconocer el don que se nos ha hecho en el otro, en el esposo, en los padres, en los hijos, en los hermanos.

Aplicaciones prácticas

1.    Cultivar la humildad en el matrimonio y en la familia, es agradecer el don recibido al amar y ser amado por alguien de modo total.
2.    Nuestro amor es indestructible, nuestra vivencia del amor es frágil. Quien tiene esto en cuenta vive siempre de modo prudente su relación en la familia
3.    La vivencia del amor en la familia es una responsabilidad de todos y cada uno de los miembros de la misma. Todos deben ser educados al amor. Todos deben sentirse responsables del amor en el hogar
4.    El amor se sostiene no solo por las capacidades humanas sino de modo muy particular por la vivencia espiritual. La relación con Dios no es un extra en la maduración del amor en la familia y en el matrimonio.
5.    Con frecuencia cada esposo, cada miembro de la familia tiene que revisar el estado de su amor por los demás. Tiene que revisar cuanto aceite tiene en la lámpara y si tiene suficiente provisión en el frasco.