martes, 5 de febrero de 2013

UN PLAN PARA SALIR DE CASA



El proyecto de familia no se puede ver solo hacia dentro. También se tiene que trabajar hacia afuera, hacia las relaciones con las demás personas, con las realidades materiales, con las circunstancias en las que se desarrolla su historia. El primer paso de este camino es esforzarse por evitar que el trabajo o las cosas materiales se conviertan en un ídolo para la familia, algo que sucede cuando la actividad laboral, o la adquisición de bienes, adquieren primacía respecto a las relaciones familiares, o cuando los cónyuges se dejan deslumbrar por el beneficio económico y basan su felicidad solamente en el bienestar material. Una tarea importante de quien forma el proyecto de la familia es dejar claro en el corazón de todos que nada puede tener la primacía respecto a la relación con el otro y a la relación con Dios, sin dejarse absorber por lo material, como si en ello se encontrase la satisfacción de todo deseo. Un justo equilibrio de las actividades, de los valores y de las prioridades, podrá evitar estas derivas, por medio del discernimiento familiar en las decisiones domésticas y profesionales. Como una ayuda a esto, podríamos sugerir algunas líneas que encaucen el trabajo que el proyecto de familia implica:

  • Podemos empezar con la formación en la responsabilidad. Responsabilidad con las cosas, pero también responsabilidad con las personas. Sería muy triste escuchar en una familia la exclamación de Caín: ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano? la familia es la primera escuela donde se aprende a ser responsables, de uno mismo, de los demás y del ambiente común de vida, con vistas al bienestar global y al bien recíproco. 
  • Dice el proverbio chino que “se educa mejor con hambre y con frío”. Sin llegar a extremos, es importante enseñar en familia “el sudor de la frente”, que educa a vivir con más sentido y fortaleza la condición, siempre provisional y precaria, de la vida en la tierra, con su cuota de fatiga y de dolor, tanto en el esfuerzo diario, como en los momentos de particular sufrimiento. En la época actual del «todo y enseguida», educar a trabajar «sudando» resulta muy conveniente. Es importante enseñar a valorar, de modo especial, el sentido y la satisfacción de las fatigas cuando se asumen no para el propio enriquecimiento egoísta, sino para compartir los bienes dentro y fuera de la familia, especialmente con los más pobres y los que sufren. 
  • Un tema central será la correcta distribución de las tareas dentro de la casa. A veces se dejan cosas para el hombre o la mujer que claramente deberían hacer los dos. La responsabilidad dentro de la casa debe ser compartida y mucho más cuando se refiere no a la responsabilidad no de los trastos, sino de las personas. Es un error poner una frontera en la puerta de la casa. Un buen proyecto de familia debe buscar evitar ausencias en el hogar, pero también omisiones, de modo que las cargas se repartan con sabiduría y armonía. Cualquier proyecto de familia tiene que tener en cuenta este equilibrio. 
  • Finalmente, trabajar por la familia implicará la preocupación por la vida religiosa y familiar, como una consecuencia del mandamiento del amor a Dios y al prójimo, que Jesús indicó como el primero y el mayor (cf. Mc 12, 28-31). Será necesario integrar, en las circunstancias cotidianas, el reconocimiento del amor paterno de Dios, de modo especial a través de su providencia y de sus dones.