sábado, 26 de marzo de 2011

CUARESMA, REGRESO AL CORAZON DE LA FAMILIA

Cada cuaresma se convierte en un maravilloso tiempo para la conversión. la conversión es algo que puede parecernos como totalmente individualista, es decir soy yo quien se convierte, quien cambia, quien empieza algo nuevo, sin embargo es necesario mirar también la dimensión, que es la conversión de la familia. Precisamente porque la familia no siempre tiene claro que su camino va hacia Dios, porque la familia también se ve tocada por el mal, por el pecado, por la fragilidad, sea en alguno de sus miembros, sea en las relaciones que se establecen entre ellos.
El día en que cada familia cristiana se funda por el sacramento del matrimonio, la llamada de Dios la orienta a ser el lugar de crecimiento, de realización de cada uno de los miembros que la forman y de los que vendrán en el futuro. Por desgracia esto no sucede y el pecado personal y las redes de pecado que se generan, pueden convertir a la familia en un lugar en el que deja de vivirse esta ley de santidad. Tampoco la familia es siempre coherente con la ley de la gracia y de la santidad bautismal, proclamada nuevamente en el sacramento del matrimonio (familiaris consortio 58, Juan Pablo II). Más aún, a veces la familia o el matrimonio rompen con la presencia de la vida divina en ella de un modo especial por la ruptura de la caridad. La cuaresma puede ser un periodo para replantearse la coherencia con la que se vive la vocación familiar, y de modo particular, la coherencia con la que cada miembro de la familia es para los demás un camino de santidad y de gracia, es decir un camino de crecimiento personal y de incremento en la amistad y en la presencia de Dios. La parábola de la conversión del hijo hacia el padre, como nos la narra san Lucas en el capítulo 15 de su evangelio, no es solo la historia de una conversión personal, es también la historia de una familia que vuelve a ser otra vez lo que Dios quiere de ella.

1.    La salida del corazón de la familia
11 Dijo: «Un hombre tenía dos hijos; 12 y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. 13 Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.

La familia del evangelio no es una familia cualquiera. Es una familia en la que todos comparten todo, en la que no hay exclusivismos, ni favoritismos. Es una familia en la que todo es de todos: “todo lo mío es tuyo”. Estas palabras del padre de familia son una señal de la verdadera ley de la familia en la que la comunión de los bienes, de las personas, de los valores, de las circunstancias es la ley fundamental. La familia no es otra cosa sino una comunidad de vida y de amor. Esto explica que el padre esté dispuesto a compartir la herencia con el hijo. Porque el padre no ve la herencia como algo suyo, con egoísmo posesivo, sino que la ve como parte de la vida que a todos los une. Sin embargo, lo que rompe el corazón de la familia es el egoísmo y la fractura de los lazos que unen. Es lo que está señalado en las palabras “lo reunió todo y se marchó”. En dos pinceladas vemos que el joven del evangelio deja de ser un miembro de la familia, porque toma todo para sí, deja de compartirlo con los otros miembros de la familia y abandona la comunión que había entre ellos. Es el egoísmo como principal fuente de todo pecado en la familia, que luego puede tener otras consecuencias, otras formas de manifestarse, pero todo empieza cuando en el propio corazón se está dispuesto a prescindir de los otros a causa del egoísmo. El pecado después podrá ser la avaricia, o la ira, o la envidia, o la lujuria, pero todo comenzó en el momento en que el miembro de la familia reúne todo para sí y se marcha.
La consecuencia es muy clara y no es un simple “castigo divino”, es la forma concreta de producirse los efectos naturales de las decisiones que se han tomado. Cuando es el egoísmo el rector de las propias decisiones, todo lo que se tiene se pierde, porque antes de eso, se ha perdido uno mismo. Cuando el egoísmo toca la libertad, la transforma en libertinaje. La degrada. Como degrada todos los ámbitos de la familia que toca. Como hace que se malgaste cualquier tipo de hacienda que pueda tener la familia. El egoísmo destroza el patrimonio común que se compartía y destroza a quien se deja llevar por él.

2.    la pérdida del corazón de la familia
14 «Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. 15 Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. 16 Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba.

El pecado no deja intacta a la persona. Como el pecado tampoco deja intacta a la familia. El pecado cuando entra en la familia puede producir una degradación que va vaciando todas las dimensiones, pero sobre todo va vaciando la dignidad de las personas. El pecado hace que el otro deje de ser visto como una persona y empiece a ser tratado como un objeto, un objeto que se puede usar, un objeto que se puede despreciar, un objeto que solo despierta indiferencia. La imagen del evangelio nos muestra el estado al que el egoísmo reduce a la persona. Tanto a la persona que se deja llevar por el egoísmo, como a la persona que es golpeada por el egoísmo ajeno. La persona y su dignidad se debilitan, se acaban careciendo de los recursos necesarios para salir de las dificultades a las que uno se ve sometido, se acaba rebajando uno mismo hasta niveles que jamás se habría imaginado que podría llegar. Es la situación de esclavitud a la que el egoísmo induce.
El problema está en que esta situación no se da solo de cara a uno mismo. Sino que el egoísmo en la familia tiende a hacer a los demás también esclavos, tiende a buscar que el otro también se vea reducido a menos que un puerco, el animal legalmente impuro al que ningún hijo de Israel podría servir. El egoísmo reduce a la persona a sus niveles más bajos. Cómo se pueden explicar si no determinados comportamientos en la vida familiar. Comportamientos que no solo degradan a quien los lleva a cabo sino que buscan degradar también a los demás miembros de la familia. Cuando el pecado se mete en la familia, todos se pueden llegar a convertir en esclavos de los demás. Ya la ley dejar de ser todo lo mío es tuyo, y comienza a ser todo lo tuyo es mío, incluyendo a veces en ese todo lo tuyo a la dignidad de la otra persona, al futuro de la familia, al valor que tienen los hijos. Nada queda intacto ante el daño que hace el pecado en la familia. Aquí aparece otro problema muy grave. Da la impresión de que uno no puede salir por sí mismo, y encima nadie viene en ayuda de uno. Es como si el pecado, el egoísmo o cualquiera de sus rostros, no solo nos privaran de los bienes, sino que además, nos impidiera recibirlos. La situación se puede hacer desesperante en una circunstancia así, se puede hacer destructiva.
3.    La conversión al corazón de la familia
17 Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! 18 Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. 19 Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." 20 Y, levantándose, partió hacia su padre.

¿Por dónde puede empezar el camino de la conversión en la familia? ¿No parecería que no hay solución cuando el mal se adueña de una situación de este estilo? Este evangelio nos da tres claves que convergen hacia el mismo punto. Y parecería que esas tres claves consiguen romper el círculo del egoísmo y del pecado para comenzar de nuevo el círculo de la comunión de amor y de vida.
·         La primera clave es “me muero de hambre”: reconocer la propia necesidad. No siempre será reconocer todavía la propia culpa, pero si reconocer el estado al que me han llevado mis decisiones. El estado de agotamiento interior, de carencia interior, de vacio interior.
·         La segunda clave es “me levantaré e iré”: supone saber que estoy postrado y que estoy atorado. Es un paso más en el reconocimiento de la propia situación. Esta clave nos hace ver que hay una salida, que hay un camino para recorrer que no todas las salidas están cerradas.
·         La tercera clave es “ya no merezco”. Quizá es una de las más importantes, pero a esta clave no se llega sin las otras dos. No merecer es tocar la esencia del amor, que es la cura del egoísmo. El hijo del evangelio pensaba que se merecía la parte de la herencia, que le era debida. Ahora se da cuenta de que no se merece nada, no en el sentido de que no tenga una dignidad, sino en el sentido de que el amor que se da y se recibe tiene que ser gratuito e incondicional. Se da cuenta de que no se merece a las personas con las que convive, como no se merecía todos los bienes que ha malgastado. Ahora se da cuenta de que el amor de verdad es gratis, que las personas son gratis, que la familia es una donación libre, no una posesión forzada.
·         Estas tres claves convergen hacia un mismo punto: “mi padre”. Estas tres claves no funcionan de modo automático ni mucho menos autosuficiente. Si así fuera nos regresarían de nuevo a la disipación de la hacienda y a la esclavitud de nosotros mismos. Estas tres claves necesitan de una referencia, de una persona. Es la persona del padre la que hace ver al hijo la ausencia del pan, es la persona del padre la que le da al hijo fuerza y sentido, es la persona del padre la que le permite reconocerse como hijo (hijo tuyo). Lo que permite la conversión es la persona, es lo que permite el cambio, el volverse a saber parte de una comunión de amor y de vida, el saber que en cualquier circunstancia puedo decir “mi padre”. Este es el camino para pasar de la esclavitud del egoísmo a la libertad de la donación personal. Es necesario darse cuenta de que el amor no se merece, solo se da.

4.    El regreso al corazón de la familia
«Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. 21 El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo." 22 Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. 23 Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, 24 porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado." Y comenzaron la fiesta.

Todo lo que el pecado roba, lo regresa el amor y con creces, de modo sobreabundante. El amor no cuenta, el amor solo se da, se da según la propia medida, no la medida de las cuentas que podría ajustar con el otro. Esa es la gran victoria del amor. El amor no espera, cuando se pone en marcha, se mueve, corre, se lanza, es efusivo. Y todo eso es porque es gratis. Por ello es que puede restaurar la comunión por encima de la simple justicia. Porque el amor busca siempre lo mejor para el otro, el mejor vestido, el anillo, el becerro cebado, la fiesta. Es como si Jesús dijera que no hay otra manera de llevar a cabo la comunión si no es por la sobreabundancia del amor. Ante el amor, el pecado no tiene fuerza, por eso las palabras de confesión del hijo, que recuerdan el pecado y el egoísmo se quedan en el vacío, porque son abrazadas totalmente por el amor del Padre.
Pero para que se pueda dar de nuevo el amor verdadero, la persona tiene que recuperar su dignidad. No puede haber amor si no es desde el reconocimiento de la dignidad de la persona, del reconocimiento del otro como alguien digno, a pesar de su pasado, a pesar de sus decisiones, a pesar de sus pecados y miserias. La familia rescata a quien cae, porque lo reconoce digno de llevar el vestido, de ponerse el anillo, de sentarse a la mesa. Y la dignidad no es por la justicia, la dignidad es por el amor. Solo se regresa a la familia cuando se descubre la dignidad de nuevo, cuando se rompe el ser como un objeto, una cosa, un número. Solo puede haber fiesta entre personas, porque la fiesta es la unión de las alegrías espirituales que todos comparten. Este amor no nace solo de la dimensión humana de las personas. El amor nace de la cercanía del propio corazón al corazón de Dios. El corazón humano siempre se sentirá tentado a medir todo con la vara del ojo por ojo, el corazón de Dios que ve a la persona, siempre mide todo con la vara de la misericordia.

5.    La reconstrucción del corazón de la familia (conclusiones prácticas)
25 «Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; 26 y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. 27 El le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano." 28 El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. 29 Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; 30 y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" 31 «Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; 32 pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado."»

Sin embargo, no basta con la fiesta, la verdadera conversión de la familia tiene que regresar a la comunión perfecta, tiene que regresar a borrar en la medida de lo posible las trazas de egoísmo que pueda haber sembrado el mal en la propia casa, en la propia familia. Hay que reconstruir con esfuerzo, con dedicación la clave de la familia: tu estas siempre conmigo y todo lo mío es tuyo, que es la clave que generó la familia, que es la clave que seguirá rompiendo el mal a lo largo de la historia de la familia. Esto se puede concretar en los siguientes aspectos sencillos y cotidianos:
·         Tener claro el plan de Dios sobre la familia, siempre tener a la vista la función de crecimiento y de comunión que debe significar la vida familiar. Parte esencial y permanente del cometido de santificación de la familia cristiana es la acogida de la llamada evangélica a la conversión, dirigida a todos los cristianos que no siempre permanecen fieles a la «novedad» del bautismo que los ha hecho «santos».
·         Ser muy consciente de las realidades internas y externas que afectan a la familia. La ingenuidad de cara a uno mismo y a los demás puede hacer que el egoísmo este más presente de lo que pensamos. El arrepentimiento y perdón mutuo tienen un papel fundamental en la vida cotidiana de la familia cristiana. Un análisis frecuente sin señalar culpables, pero indicando tareas a realizar es muy importante.
·         Saber acercarse a las situaciones de los demás, a sus inquietudes, caídas, esperanzas y temores. Acercamiento que con sabiduría transmita los valores con prudencia y sabiduría. Lo que se siembre brotara algún día de alguna manera.
·         Formar el corazón en el compromiso con los demás, de modo especial con los de la propia familia. Lograr esta tarea requiere que en los hogares se cultive la experiencia del amor, la generosidad del corazón y el espíritu de sacrificio. Se requiere que los padres no renuncien a su labor de educadores, orientando, corrigiendo oportunamente, acompañando a los hijos con una presencia respetuosa, pero decidida y estimulante.
·         Inculcar la certeza de la presencia de la gracia de Dios en todas las situaciones por las que tenga que atravesar la familia, para que nunca se separe del corazón la seguridad del camino hacia la casa del Padre. : «Y si el pecado les sorprendiese todavía, no se desanimen, sino que recurran con humilde perseverancia a la misericordia de Dios, que se concede en el Sacramento de la Penitencia». Dios «rico en misericordia», infundiendo su amor más fuerte que el pecado, reconstruye y perfecciona la alianza conyugal y la comunión familiar.