RETIRO DE
ESPIRITUALIDAD DE FAMILIA - OCTUBRE 2012
La familia es una
obra de Dios, que es el creador del ser humano. Pero a veces, los seres humanos
desfiguramos el proyecto que Dios tiene sobre nosotros. A veces por errores, otras
veces es de modo voluntario como se desfigura la familia. Lo desfiguramos con nuestros
pecados, también lo desfiguramos con nuestras fragilidades y con nuestros comportamientos
involuntarios. Sin embargo Dios había creado algo diferente, pues Dios había propuesto
un plan positivo para la familia. ¿Cuál es el rasgo central que Dios había propuesto?
Se puede resumir en cinco palabras: VIO DIOS QUE ERA BUENO. La familia es algo bueno
para el ser humano. Otra cosa es lo que nosotros hacemos con ella. De vez en cuando
es positivo reflexionar sobre la imagen original del plan de Dios sobre la familia
y sobre la actividad humana, porque así nos vuelve a quedar claro el ideal hacia
el que tendríamos que tender, o vemos más claro en qué puntos podemos estar flaqueando
en nuestra familia.
Lucas
12,22 Y dijo a sus discípulos: Por eso
les digo: No se preocupen por su vida, qué comerán; ni por su
cuerpo, qué vestirán. 23
Porque la vida es más que el alimento, y el cuerpo más que la ropa. 24 Consideren los cuervos, que ni
siembran ni siegan; no tienen bodega ni granero, y sin embargo, Dios
los alimenta; ¡cuánto más valen ustedes que las aves! 25 ¿Y quién de ustedes, por ansioso
que esté, puede añadir una hora al curso de su vida? 26 Si ustedes, pues, no pueden
hacer algo tan pequeño, ¿por qué se preocupan por lo demás? 27 Consideren los lirios, cómo
crecen; no trabajan ni hilan; pero les digo que ni Salomón en toda su gloria se
vistió como uno de éstos. 28 Y
si Dios viste así la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno,
¡cuánto más hará por
ustedes, hombres de poca fe! 29
Ustedes, pues, no busquen qué han de comer, ni qué han de beber, y no estén
preocupados. 30 Porque los pueblos del mundo
buscan ansiosamente todas estas cosas; pero su Padre sabe que necesitan estas
cosas. 31 Mas busquen su reino, y estas
cosas les serán añadidas. 32
No temas, rebaño pequeño, porque su Padre ha decidido darles el reino. 33 Vendan sus posesiones y den
limosnas; háganse bolsas que no se deterioran, un tesoro en los cielos que no
se agota, donde no se acerca ningún ladrón
ni la polilla destruye. 34
Porque donde esté su tesoro, allí también estará su corazón
LA PERSONA CRECE
EN LA FAMILIA EN LA QUE CRECE LA DIGNIDAD
Quizá el primer
punto, para seguir tomando como referencia el plan de Dios, en el que nos tendríamos
que fijar, es si en la familia las personas se reducen a la categoría de objetos,
de cosas que se pueden usar. Debido al estilo de vida de la familia, puede pasar
que nos olvidemos de las personas y remarquemos las funciones. O sea, que, de pronto,
las personas de mi familia sean más importantes por lo que hacen, por lo que aportan
que por lo que son. Si el marido o la mujer aportan trabajo y dinero, entonces son
buenos. Si los hijos aportan buenas calificaciones o trabajo, entonces son buenos.
Esto nos puede pasar con todos los miembros de la familia.
Sin embargo la dignidad de cada persona hace que
no podamos establecer una verdadera relación con alguien, mientras sea motivo de
uso, y no motivo de admiración. Cuando contemplamos algo bonito, somos capaces de
descubrir su riqueza. Cuando contemplamos a un hijo, cómo es en su persona, es cuando
podemos hacer algo por él. Sin embargo, cuando vemos al hijo solo como un motivo
de satisfacción personal, solo como un motivo de enaltecimiento personal, corremos
el riesgo de dejar de lado el valor que el hijo tiene en sí, para ver solo el valor
que el hijo tiene para nosotros. Eso es utilizar al otro. Usar a alguien es robarle
la belleza de su interior, porque es ponerlo al servicio de la propia conveniencia,
en vez de tener la perspectiva de lo que es bueno para él mismo. Cuando usamos al
otro dejamos de contemplar su belleza.
Una pregunta importante
de la relación familiar no es ¿qué quiero yo de mis hijos? sino, ¿qué quiere Dios
de mi hijo? ¿Para qué me lo dio? Esa misma pregunta aparece de cara al cónyuge.
¿Qué quiere Dios de esta persona que es mi esposo o mi esposa? En la familia son
necesarios los momentos en los que la admiración del otro, de su trabajo, de su
presencia, se hace consciente para descubrir su dignidad y su bien. Momentos en
los que se rompe la tentación del consumismo y del utilitarismo no solo respecto
a los bienes, sino también respecto a las personas. Cuando nos hacemos estas preguntas
y las respondemos adecuadamente descubrimos que la presencia del otro en nuestra
vida es muy buena, como dice la Biblia.
LA PERSONA CRECE
EN LA FAMILIA QUE CRECE EN DIALOGO
El segundo aspecto
que brota del primero es ser conscientes de que las relaciones con los demás, son
siempre una especie de diálogo: es como si siempre apareciera la pregunta: ¿qué
me dice mi hijo? ¿Qué me dice mi cónyuge? La esencia de la relación
de Dios con nosotros es una palabra: EMPIEZA A EXISTIR. La esencia de nuestra relación
con los miembros de nuestra familia es también el dialogo. Pero si yo reduzco al
silencio al otro en mi familia, estoy matando lo que Dios quiso para él. En el momento
en que callamos al otro, es como si lo hiciéramos nuestro sirviente, nuestro esclavo,
que ya no tiene derecho a hablar, a ser persona. La posibilidad del dialogo es el
símbolo de la dignidad y de la libertad del otro, símbolo de que el otro no puede
ser reducido a un objeto.
Callamos al otro
cuando lo hacemos un simple trabajador del hogar, en cualquier campo. Cuando lo
reducimos a un trabajador que me reporta un beneficio. Esto puede sonar duro. Pero
es un aspecto que tenemos que examinar en nuestro corazón. Cuando la persona no
es tenida en cuenta por ella misma, la hago mi esclava. Toda relación en casa, debe
llevarse siempre a cabo desde el respeto a la dignidad del otro, respeto que se
vive dándole la seguridad de que a mi lado, en mi casa, siempre será querido. No
hay cosa peor que una relación incierta, inestable, en la que uno de los miembros
de la familia no sabe si mañana seguirá siendo lo que hoy es para el otro. Cuando
no se da la estabilidad, la relación se hace de miedo, sin garantías. Una relación
de miedo se hace estéril, porque, en el fondo, no tiene futuro. Todo lo que se lleva
a cabo en la casa debe salvaguardar y promover la dignidad de persona de cada uno
de los miembros de la misma. Esto es especialmente
importante cuando el otro atraviesa momentos difíciles, en sus relaciones, en su
salud, en su desempeño profesional.
LA PERSONA CRECE
EN LA FAMILIA QUE CRECE EN GRATUIDAD
En tercer lugar,
la familia siempre tiene que garantizar la dignidad. Si se pierde la admiración
por la dignidad del otro, se le convierte en un funcionario y el hogar deja de ser
un lugar habitable y acogedor. En cierto sentido, podemos hablar de una ecología
del hogar, es decir, de un respeto por el entorno que el hogar tiene que tener,
evitando la degradación de las relaciones, la contaminación de los afectos, la despreocupación
por los problemas ajenos. No podemos olvidar que todos somos responsables de todos
en la casa. Todos somos responsables de todos en sus diversas tareas como miembros
del mismo hogar. Esto se logra cuando la relación familiar
se establece desde la gratuidad, es decir, desde el hacer las cosas no por lo que
me reditúan sino por el bien de la persona con las que las hago. La gratuidad hace
verdaderas las relaciones interpersonales y sociales. La gratuidad consolida los
afectos familiares. La gratuidad es un rasgo esencial de la comunidad familiar humana.
La gratuidad nace del cariño, nace del reconocimiento del otro.
La gratuidad pide respeto y también pide tiempo. ¿Por qué? Porque la gratuidad nos recuerda que el tiempo dado al otro puede ser
más valioso que el tiempo que a veces llamamos productivo, el tiempo en que se gana
dinero, se hace carrera, se consolidan influencias laborales. El tiempo dado al
otro en familia es un tiempo que nos hace
personas enriquecidas por las relaciones humanas que la comunidad familiar genera.
Si esto no se valora, si a esto no se le da importancia, siempre se corre el riesgo
de dejar de lado lo que la familia es para uno. Ciertamente eso no es fácil por
los ritmos de trabajo de hoy, que dictados por la economía del consumo, limitan
hasta casi anularlos, especialmente en el caso de ciertas profesiones, los espacios
de la vida común, sobre todo en familia. La presencia invadente de la tecnología
en el hogar hace parecer que el progreso tecnológico en vez de aumentar el tiempo
libre, lo reduce todavía más. Los frenéticos ritmos laborales, los viajes para ir
al trabajo y volver a casa, reducen drásticamente el espacio para confrontarse y
compartir entre los cónyuges y la posibilidad de estar con los hijos. Siempre queda
el reto de vivir en el mundo moderno sin perder la riqueza de las relaciones humanas,
familiares y comunitarias.
LA PERSONA CRECE
EN LA FAMILIA QUE CRECE EN DESCANSO
En cuarto lugar
descubrimos que la familia no un simple lugar de funcionamiento, sino que también
es un lugar de descanso. Dios no solo crea. Dios también descansa. Más aún, la biblia
nos habla de que Dios bajaba a descansar por la tarde con la primera pareja humana.
Descansar en la familia no es solo no hacer nada. Descansar en la familia es tener
los espacios en los que las relaciones entre los miembros de la misma no son de
acumulación, sino de compartir, no son de predominar, sino de estar disponible,
no son de tener más poder, sino de servir más. La familia es un lugar de descanso
cuando en ella se cultivan las relaciones gratuitas de los afectos familiares y
de los vínculos de amistad que nacen de provenir de la misma carne y sangre. En
este sentido, la familia nos protege de ser vistos por los demás y también por nosotros
mismos en función de algo, como si fuéramos un producto intercambiable por algo
más.
Esto tiene una
gran relevancia porque el descanso en familia permite no solo dar su lugar a las
personas: También permite dar su lugar a Dios. Parte de la visión que tenemos que
tener de nuestra familia, es verla en la perspectiva de Dios. Cuando la familia
solo se ve desde lo que somos los seres humanos, estamos contemplándola como algo
que un día se acaba. Cuando la vemos en la perspectiva de Dios, la estamos contemplando
como algo que se perpetúa no solo en la carne y la sangre, sino también en la eternidad.
La familia vista a la luz de Dios es un lugar de gratitud. Gratitud por el don del
otro. Gratitud por el regalo de las personas que nos acompañan. Por eso el tiempo
para Dios en la familia nos permite ver que no venimos nada más de un origen casual
de dos personas que se encontraron, sino que venimos de un amor que nos pensó como
somos en la eternidad. El tiempo para Dios en la familia es la experiencia de que
la acción de Dios sigue viva entre cada uno de los miembros que la configuran. Sin
Dios, la familia, se dirige a la nada. Con Dios, la familia surge de la nada por
un gesto de amor, vive en ese gesto de amor y se perpetúa en esa dimensión de amor.
Si la familia tiene
un tiempo para Dios, descubrimos que el otro, el esposo, el hermano, el hijo, son
personas con las que me vincula algo más que la simple funcionalidad. Todo lo que
hago, lo hago como una persona para otras personas. El pan que cada
uno a su modo se gana trabajando, no es sólo para uno mismo, sino que da sustento
a los demás con los que se vive, al tiempo que cada uno recibe un sustento de aquéllos
con los que vive. Una visión así de la familia, hace que todo lo que en ella se
lleva a cabo, tenga como fruto el nutrir la relación de los esposos entre sí y con
la vida de cada uno de los hijos. Si el otro es para mí un hijo de Dios, descubro
que, aun con mis debilidades, y aun con las suyas, no lo puedo tratar de cualquier
manera. Lo tengo que tratar con justicia y tengo que buscar, junto con él, el bien
común de toda la familia. Esto no debe sonarnos a filosofía abstracta sino a un
comportamiento concreto que genere un bien mayor dentro de la familia. Desde este
fundamento, se establece un serio compromiso para la construcción de la comunidad
familiar, entendida como un ámbito en el que todos tenemos un sitio.
CONCLUSION
La armonía de la familia proviene en definitiva de un
montón de factores, ordenados todos ellos a hacer mejor a la persona humana. La
armonía de la familia no es tanto el hecho de que no haya problemas, cuanto el que
en la vida de familia todos vayan creciendo según su propia identidad y desde la
relación con la comunidad familiar. Ser capaces de servir y colaborar, sin servirse de los demás ni transformar la individualidad
en individualismo, hace de las funciones
que cada uno desempeña en la familia un motivo de reciproca bendición. Así todo
lo que cada uno aporta lo hace en generosidad y en respeto. Así todo lo que uno
recibe lo hace en gratuidad y gratitud. La oración en familia se hace así bendición
no solo por lo que se recibe, sino por aquellos con quienes se comparten los bienes.
PREGUNTAS PARA LA PAREJA DE ESPOSOS
¿Nos sentimos realizados en el modo en que cada uno colabora al bien de
la comunidad familiar dentro y fuera del hogar?
¿Dialogamos sobre cómo nos enriquecemos en aquello que hacemos dentro o
fuera de la casa: en el servicio mutuo, en la escuela, en el trabajo?
¿Hay algo en el modo en que funciona nuestra comunidad familiar que entre
en conflicto con nuestros vínculos conyugales y familiares?
¿Tenemos la costumbre de hacer presente a Dios en algún momento de nuestro
día? ¿Qué significado damos a la bendición de los alimentos o a otro momento de
oración en familia?
PREGUNTAS PARA EL GRUPO FAMILIAR Y LA COMUNIDAD
¿En nuestro ambiente se presta atención a evitar la utilización del otro
en los servicios que presta?
En la Caritas in veritate Benedicto XVI habla de condiciones para un «trabajo
decente» (CV 63) ¿hay algún modo en que podemos hacer más digno el trabajo que los
demás hacen para nosotros?
¿Cómo podemos hacer más beneficioso el uso de las tecnologías para la mejora
de la comunidad familiar?
¿Qué formas de idolatría del consumo están presentes en la sociedad en
la que vivimos?