domingo, 20 de noviembre de 2011

LA FAMILIA UN ENCUENTRO EN LA DIMENSION DE DIOS


La familia, encuentro de las personas en la dimensión de Dios
(Familiaris Consortio 51)

La vida de los seres humanos tiende a desarrollarse en varios planos. Uno es el plano de lo cotidiano, de lo que acontece en el devenir del tiempo, de lo que se puede pesar y medir. Otro plano es el de las emociones que acompañan ese flujo, de las decisiones que lo influyen, de los afectos que lo envuelven, de la comprensión individual que va dando un sentido a las cosas que se viven. Pero hay un tercer plano, que no siempre se descubre y que, por lo tanto, menos se vive. Es el plano de la fe, que no es simplemente el plano de la vida religiosa, sino el plano del descubrimiento de lo que Dios diseña en las cosas que vivimos y el plano de la respuesta que nosotros le damos a ese designio de Dios. La fe antes que creer en cosas, es creerle a Alguien. Antes que razón es relación. Por eso, de la relación con Dios nace la posibilidad de ver la vida desde otra perspectiva y de descubrir el verdadero fondo de lo que vivimos en eso que llamamos “plan de Dios sobre el matrimonio y la familia”. Ese descubrimiento no es de golpe. Se lleva a cabo poco a poco en las cosas de todos los días, y se prolonga a lo largo de toda la vida. Es cuestión de ir descubriendo en medio de lo cotidiano un designio de amor y, al mismo tiempo, una riqueza escondida que no se advertía a primera vista. Esta riqueza no es obra solo de la inteligencia humana. Requiere la sintonía con la sabiduría que viene de la relación con Dios y de la iluminación que esta misma relación va proyectando sobre todas las cosas que se viven. De modo particular esto tiene una importancia en el sacramento del matrimonio y en la construcción de la familia. Algo que está lleno de cotidianeidad es al mismo tiempo un tesoro de presencias, de presencia humana y de presencia divina. Por eso se requiere el cultivo de la fe en la vida del matrimonio y de la familia para ser capaces de percibir en plenitud lo que se vive. El encuentro de Jesús con Nicodemo puede ser un marco para contemplar el camino de Dios sobre la familia humana.

1.    LA CAPACIDAD DE DESCUBRIR UNA IDENTIDAD

1 Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos. 2 Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: «Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él». 3 Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios». 4 Nicodemo le preguntó: « ¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?». 5 Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. 6 Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu.

El ser humano puede percibir lo que la vida le ofrece, aunque no siempre sabe exactamente de qué se trata. Nuestra dimensión espiritual nos permite captar valores que a lo mejor no estamos viviendo, pero que somos conscientes de que están ahí, en la vida de otros, en las decisiones de otros. Son valores espirituales que de pronto percibimos en quienes conviven con nosotros siendo iguales a nosotros, con los mismos problemas, con las mismas circunstancias, con las mismas inquietudes. Son estilos de vida que como dice Nicodemo indican que Dios está en la vida de esas personas. A veces lo percibimos con motivo de una tragedia, a veces lo percibimos con motivo de una charla, o de una decisión que no entendemos. Este estilo de vida puede ser que se nos escape, que no entendamos cómo se puede conjugar con lo que nosotros hemos vivido hasta este momento, pero sabemos que es algo especial. Así se lo cuestiona Nicodemo: « ¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?». Así nos lo cuestionamos nosotros: ¿cómo puede un ser humano estar en esta circunstancia y tener estos valores? Jesús da una respuesta que nos habla de un modo distinto de ser. Un modo distinto de ser que nace de un modo distinto de relacionarse con la realidad porque hay algo diferente en el propio interior. Eso es lo que Jesús define como “nacer del agua y del espíritu” es decir tener un principio vital que proviene de una especial relación con Dios. Y que nosotros podríamos explicar cómo vivir de la fe. Esta vida de fe no es algo que uno se da a sí mismo. Nace de una disposición interior de recibir a alguien que es trascendente en la propia vida, nace de una actitud de escuchar lo que la propia vida necesita de aquel que es su creador y su redentor. Nace de la conciencia de estar relacionados con alguien de quien venimos y hacia quien vamos en medio del camino sencillo de cada día. La familia, en este sentido, adquiere una identidad que brota de la relación de los esposos con Dios y que se hace parte de la vida diaria en la que, en todas las cosas, se vive la relación con Dios, se vive desde la perspectiva de Dios, no con una religiosidad asfixiante, sino con una esperanza presente que da motivos de fortaleza, de sabiduría, de caridad y de todo un tesoro de virtudes en las cosas. Esta realidad ayuda a la familia a empezar donde todo parecía que se había acabado, a esperar donde parecía que ya no había ninguna solución y a enfrentar las realidades de la vida con una perspectiva de amor y de eternidad.

2.    LA APERTURA PARA ENCONTRAR UN SENTIDO

 7 No te extrañes de que te haya dicho: “Ustedes tienen que renacer de lo alto”. 8 El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu». 9 « ¿Cómo es posible todo esto?», le volvió a preguntar Nicodemo. 10 Jesús le respondió: « ¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas? 11 Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. 12 Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? 13 Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.

El ser humano no se puede conformar con las cosas que lo anclan a la tierra. Necesita trascendencia, necesita sentido, necesita esperanza. Incluso en la vida de familia en la que lo sencillo, lo práctico son elementos esenciales, no basta con tener solucionado todo lo que es útil. Se requiere un paso más, el paso de lo interior, el paso de todo lo que se encierra en la palabra “corazón”. Esto nos habla de una orientación hacia algo más que la simple unión física de los esposos, su convivencia, la educación de los hijos y el sacarlos adelante. Esto nos habla de que hay un estado que es superior en el ser humano al simple estado material. Un estado sin el cual la vida familiar queda llena de insatisfacción y vacíos. Para esto hay que descubrir ese nivel superior al que somos llamados, para esto hay que ser capaces de ver que la vida conyugal y familiar han sido elevadas a una dignidad especial por Dios, hasta hacer de lo que parecería ser una simple convivencia de individuos de la misma especie, un signo y lugar de la alianza de amor entre Dios y los hombres, entre Jesucristo y la Iglesia esposa suya. Es decir, que la familia y el matrimonio no son solamente una aglomeración humana. Son un signo, una señal de cómo es el amor de Dios hacia la humanidad, una imagen de cómo Dios quiere relacionarse de modo cercano, indisoluble, amoroso, providente, fecundo, libre, responsable, íntimo, con la humanidad. Son un lugar, porque esta realidad se vive en lo concreto, en una casa, con un número de teléfono, con una dirección. Así como Dios quiso hacer del templo de Jerusalén el lugar de su alianza, así Dios hace de cada familia el lugar en el que los seres humanos podemos encontrar la alianza de Dios con la humanidad. Mirar a la familia es mirar la alianza de Dios con la humanidad. Ciertamente que para esto se requiere un trabajo, un progreso un esfuerzo para ser  capaces de recibir la llamada de parte de Dios. Eso requiere escucha, requiere apertura, requiere disponibilidad, como lo requiere cualquier relación humana. A veces esto nos puede costar, porque estamos muy cerrados por el materialismo, o por el egoísmo, o por experiencias negativas de cualquier tipo. Pero si trabajamos un poco, seremos capaces de superarlo y de encontrar que la familia encierra una novedad dentro de su sencillez cotidiana, esta novedad que trae la presencia de Dios en la familia y que la llena de esperanza, de gozo, de amor, de certeza de alcanzar la plenitud, esto es de constructores de santos y de promotores de santidad.

3.    LA FE CAMINO DEL AMOR PARA LA FAMILIA

14 De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, 15 para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. 16 Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. 17 Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. 18 El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. 19 En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. 20 Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. 21 En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios». (Juan (BPD) 3)

La relación con Dios no se puede entender si no es una relación de amor que nos lleva al bien. Un amor que da vida, un amor que da la vida. Un amor que no es indiferente ante lo que suceda con aquellos que ama. Este amor pide una respuesta que es la fe. El amor lleva a creer, a entregarse, como la fe y la entrega llevan a amar. Este amor ilumina toda la vida y ayuda a distinguir entre lo que es bueno, o sea lo que lleva a amar y lo que no lo es, o sea todo lo que aleja del amor. Todo lo anterior nos hace descubrir que la familia es un lugar donde la relación con Dios se transforma en una fuente de amor que se entrega de modo completo. Este amor nace de la misma relación con Dios, nace de la certeza de que a mi familia se le ha entregado un amor que es capaz de darse de modo semejante al modo de Dios, es decir un amor para tener vida, para permanecer, para iluminar todas las circunstancias de la vida. La familia se muere cuando no experimenta este tipo de amor. Y no se experimenta este tipo de amor cuando la familia no crece hacia la trascendencia. Una experiencia que nace de la conciencia que se vive en el hogar del don de relación con Dios que se recibió en el Bautismo y que se alimenta con la educación cristiana. Un amor que se descubre especialmente presente en la celebración del sacramento del matrimonio, que en el fondo de su naturaleza es la proclamación, dentro de la Iglesia, de la Buena Nueva sobre el amor conyugal. Es la Palabra de Dios que «revela» y «culmina» el proyecto sabio y amoroso que Dios tiene sobre los esposos, llamados a la misteriosa y real participación en el amor mismo de Dios hacia la humanidad. Esto hace que toda la vida de los esposos y de la familia, en lo sublime y en lo sencillo, sea una profesión de que se cree en algo, o mejor dicho de que se cree en alguien, de que se tiene una profunda relación con un alguien que es quien los ha llamado a ser parte de esta familia y que los sigue llamando a vivir en esta familia dentro y a través de los hechos, los problemas, las dificultades, los acontecimientos de la existencia de cada día, Dios viene a ellos, revelando y proponiendo las «exigencias» concretas de su participación en el amor de Cristo por su Iglesia, de acuerdo con la particular situación —familiar, social y eclesial— en la que se encuentran. De este modo, cada familia se va convirtiendo en una iglesia doméstica en la que se vive el evangelio, la buena noticia de la cercanía de Dios a la humanidad y al mismo tiempo se proclama el evangelio, el amor inmenso de Dios no solo por la familia propia sino por toda la familia humana. De este modo sencillo, se descubre que todo lo que pasa en la familia acaba siendo camino de salvación, camino de felicidad, camino de amor. Toda la familia se va construyendo según Dios porque se construye en una fe que permite descubrir el amor verdadero.

CONCLUSIONES

Entre los muchos caminos que existen para cultivar la fe en familia, nos fijamos en tres: la oración en familia, el estudio de la doctrina católica, y la vida según las enseñanzas de Cristo. La actitud de fondo que debe acompañarlas, el amor verdaderamente cristiano, da el sentido adecuado a cada una de las acciones que se lleven a la práctica.
1. La oración en familia
·         Sembrar a lo largo del día diversos momentos para dirigirse de modo espontaneo hacia Dios, para ofrecer el día, bendecir los alimentos, agradecer lo que se ha recibido, pedir por las necesidades.
·         Vivir los sacramentos: La familia necesita descubrir la belleza del domingo, la maravilla de la Misa, la importancia de la escucha de la Palabra, la participación consciente y activa en los ritos. El sacramento de la Reconciliación en que es hermoso enseñarles lo que es el pecado y  lo grande que es la misericordia divina.
·         Aprovechas los tiempos litúrgicos: preparar un Belén, la “Corona de Adviento”, la Cuaresma como tiempo de oración, limosna y sacrificio, participar en la Semana Santa,…
2. Aprender la fe en familia
·         La lectura y el estudio de la Biblia, especialmente de los Evangelios. No se trata de una lectura simplemente informativa. Se trata de preguntarse, sencillamente, en un clima de oración: ¿qué quiere decirme Cristo con este texto? ¿Cómo ilumina mi vida?
·         conocer el  “Catecismo de la Iglesia católica”. La lectura del Catecismo permite conocer la fe católica en sus aspectos más importantes.
·         La lectura de buenos libros, adaptados a cada edad. Unos serán cuentos navideños o novelas misioneras. Otros ofrecerán consejos para los adolescentes. Otros irán más a fondo sobre temas de fe, de ciencia, de moral. (cf. http://es.catholic.net/biblioteca/).
·         Educar a los hijos para tener un sano espíritu crítico, guiarlos para saber que no todo lo que se dice por ahí es verdad, y para alcanzar una imagen exacta de la Iglesia y de la vida de buenos católicos.
·         Enseñar a los hijos a vivir con espíritu de fe y de providencia amorosa de Dios todas las circunstancias, las que gustan y las que son difíciles, las que hacen sonreír y las que hacen llorar.
3. Vivir el Evangelio en familia
·         Vivir la caridad en familia. Ese amor se aprende, se hace vida, cuando los hijos ven cómo se tratan sus padres. Aprenderán entonces a dar gracias, a ayudar al necesitado, a compartir sus objetos personales, a escuchar a quien desea hablar, a dar un consejo a quien tenga dudas (de matemáticas o de fe...).
·         Cultivar el discernimiento: La sociedad crea necesidades y los hijos sienten una presión enorme que les hace desear lo que tienen otros y hacer lo que “todos hacen”. Los padres de familia sabrán discernir entre cosas sanas (como deportes no peligrosos y capaces de promover un buen espíritu de equipo) y “necesidades” que son falsas y que pueden llevar a los hijos a la ruina personal, incluso al pecado. Luchar contra corriente puede parecer duro, pero vale la pena.
·         La apertura a los demás. El corazón que aprende a vivir como cristiano descubre en cada uno la presencia del Amor del Padre. Es importante lo que uno hace por el necesitado, y es importante la actitud con la que se hace.
·         Promover el apostolado, al compromiso continuo por conseguir que muchos hombres y mujeres lleguen a conocer a Cristo. Las familias se convierten en “misioneras”. Saben comunicar, con su testimonio y con palabras oportunas, que Dios ama a todos, que Cristo ofrece la Salvación, que la Iglesia es la barca regalada por Dios para acometer la travesía que nos lleva a la Patria eterna.

jueves, 22 de septiembre de 2011

ENVIADOS EN FAMILIA

La cultura moderna tiende a ver la unión del hombre y de la mujer en el matrimonio como una realidad cerrada sobre sí misma, sin embargo en el designio de Dios, esta comunidad es un lugar abierto de modo maravilloso a otras realidades, la realidad de los hijos, la realidad de la sociedad, la realidad de la Iglesia. Esta apertura es parte de su misma esencia y por lo tanto de la realización de la misión de la comunidad familiar. La familia no es solo la célula de la sociedad, la familia tiene la vocación de hacer presente el Reino de Dios en la historia, es decir, está llamada a hacer viva la presencia de Dios entre los hombres, es la celula de la presencia de Dios entre los hombres. Del mismo modo en que Adán y Eva hacia presente a Dios en el amanecer de la creación, cada familia está llamada a ser testigo de que Dios está presente en todos los momentos de la vida y que la vida se tiene que referir de modo concreto a Dios y a su providencia entre nosotros. De un modo particular, este testimonio de cada familia debe llevarse a cabo por medio de la presencia de cada familia en la vida de la Iglesia y por medio de la presencia de la Iglesia en la vida de cada familia. Así, cada familia esta llamada a hacer presente a Dios en medio de los seres humanos como un reflejo de la presencia de Dios en medio de ella. Por ello es importante descubrir, meditar, reflexionar sobre esta parte de la vocación esencial que encierra cada hogar. Para ello nos puede servir la contemplación de Jesús que envía a sus discípulos al final del evangelio de San Mateo.
Mateo 28 16 Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. 17 Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. 18 Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. 19 Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo».
Podríamos comenzar contemplando el ambiente en el que se lleva a cabo este pasaje del evangelio para entender porqué se convierte en algo esencial para la vocación de cada familia. El momento en que Jesús envía a sus apóstoles es el momento final del evangelio. Es como si quisiera decir que todo lo que se ha escrito antes que esto debe ser anunciado y llevado a los seres humanos después de esto. No es estrictamente un cierre de una historia: “y vivieron felices…” sino el inicio de una historia. Es como lo que sucede con cada matrimonio, que en el día de su boda es precisamente cuando todo comienza. Es como sucede en cada familia, que casi podríamos decir que cada día todo comienza, porque cada día toda la familia está llamada a ser coherente con los valores que la constituyen, con la esencia que le da sentido.
16 Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. 17 Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra
Es llamativo que todo comience y termine en una montaña. Jesús comienza su ministerio en una montaña. Es en la montaña donde Jesús da a los discípulos su ley, que se resume en las bienaventuranzas. Ley que concluye invitando a los disciulos a recordar que él es la roca sobre la que tiene que construirse cada casa, la vida de cada cristiano, la vida de cada familia. También este pasaje se lleva a cabo en una montaña y precisamente ahí, Jesús les dice a sus discípulos que a él le ha sido dado todo poder, es decir que él es la roca sobre la que tienen que basarse para anunciar a toda la creación la buena nueva de la presencia de Dios en medio de la vida humana. Esta presencia se encierra en lo que Jesús indica como el Nombre de Dios Padre, Hijo y Espiritu Santo. La familia también es llamada a experimentar esta fuerza de Cristo. Ella no esta sola en su misión entre los seres humanos y de cara a las personas que las conforman. Es lícito que haya dudas, que haya miedos, pero siempre deberán apoyarse en la fuerza que viene del compromiso que el Señor hace con cada familia humana y con cada familia cristiana.
19 Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado.
Jesús nos deja un proceso para vivir la relación con él. Un proceso que forma como un triángulo: hacerse discípulos de Jesús, hacer la experiencia viva del nombre de Dios que Jesús nos manifiesta como comunidad de amor en la unidad divina, lo que nosotros hoy llamamos la Santísima Trinidad, y aprender a cumplir lo que él nos manda. Estos tres momentos están unidos y se convierten en una espiral ascendente en la vida cotidiana, el discípulo hace la experiencia y vive más a fondo el mandato. Vivir el mandato me hace discípulo que me abre a la experiencia de Dios. Hacer la experiencia de Dios me da fuerza para vivir el mandato que me convierte en mejor discípulo. Esto tiene un profundo sentido para la vida de cada familia. Pues cada familia es invitada a vivir la experiencia de Dios en lo cotidiano, en la presencia de la providencia, en la caridad compartida, en la solidaridad en las dificultades. Cada familia está llamada a aprender de la vida, del diálogo mutuo, de la oración, de la conciencia interior, de la superación personal, cuál sea el camino de Dios para ella. Cada familia está llamada a estructurarse en torno a una identidad cristiana que la identifica en medio del mundo, cada familia está llamada a reproducir una serie de rasgos que hagan su presencia algo positivo en medio del mundo que viven, cada familia está llamada a transmitir el tesoro que a su vez recibieron como hogar cristiano.
Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo».
El pasaje termina con una certeza fundamental para cada cristiano, que tambien lo es para cada familia. En el camino que cada persona y cada familia tienen que emprender a partir de esa montaña no están solos, tienen una presencia de amistad, tienen una presencia de una persona: el mismo que les dice: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo2. ¿Cómo se hace presente Jesús a lo largo de la historia? Pueden ser muchos elementos, pero hay una presencia muy particular, la presencia que se lleva a cabo a través de la Iglesia y en segundo lugar la presencia que lleva a cabo a través de los sacramentos.
A veces se nos olvida que la presencia de la Iglesia en la vida de los esposos va más allá del rito del matrimonio, que sin embargo es central porque es el sacramento en el que la gracia de Dios, es decir su presencia, su fuerza, su amistad hacen brotar el matrimonio no de la simple y sola voluntad humana sino del mismo amor de Dios. Este amor, que es fuente de amor, da la certeza de que los novios-esposos no caminan solos en la vida, sino que, como en un rio, su amor va sostenido, cuidado, fortalecido, sanado, iluminado. Este amor es el don que se recibe en el sacramento del matrimonio.
Pero esto no es lo único. El don de la presencia de Jesús en cada matrimonio tiene otras dimensiones que son fundamentales para que la familia no se pierda en las dificultades que cada día tiene que atravesar. La primera es que la presencia de Jesús revela a la familia cristiana su verdadera identidad, lo que es y debe ser según el plan del Señor. Esto da a cada familia la certeza de que en medio de mil modelos, de mil circunstancias siempre hay un marco de referencia en el que puede desarrollarse con la certeza de que no se pierde a sí misma, con la seguridad de que puede caminar hacia la propia realización y la realización de cada uno de sus miembros. Lo que es y lo que debe ser nos habla de una identidad y de un camino, de un ideal y de un esfuerzo, de una realidad y de una superación.
La segunda dimensión es que con la celebración de los sacramentos, la Iglesia enriquece y confirma a la familia cristiana con la gracia de Cristo, en orden a su santificación para la gloria del Padre. Es decir no solo la Iglesia nos dice lo que debemos ser, sino que nos da los medios para poderlo ser o si lo queremos ver en otro sentido, Jesús no solo nos dice cual es el camino sino que nos da la fuerza para caminarlo y nos da la fuerza, no como quien se resigna a andar, sino como quien lo hace de modo activo, de modo dinámico. Nos da la fuerza como quien sabe que  puede crecer, como quien sabe que no se conforma con la mediocridad sino que puede ir más allá. Esta superación, este enriquecimiento, acaba siendo para cada familia un modo de dar gloria a Dios, es decir un modo de hacer presente en el mundo la maravilla de lo que Dios propone a cada persona y a cada familia.

Y la tercera dimensión es una invitación a que cada familia se proyecte hacia los demás por medio de una renovada vivencia del mandamiento nuevo de la caridad, de modo que cada familia pueda ser hacia dentro y hacia fuera un testigo del amor de Cristo, que es lo que la constituye, la alimenta y la sostiene.
Conclusiones para el camino
De todo lo que hemos dicho podemos sacar unas conclusiones que nos ayuden a vivir el sentido de la misión que Jesús le deja a la familia cristiana. La clave de todo está en meditar y descubrir lo que somos como familia. No somos como familia nada más un lugar de convivencia, o un lugar desde el que se educa a los hijos y se les saca adelante con más o menos éxito. La familia nace de un misterio de amor. De un misterio de amor de los esposos y de un misterio de amor de Dios a esa familia y de un amor de Dios a la humanidad en esta familia concreta. Por eso, cada familia se convierte en un signo del amor de donación y sacrificio que el Señor Jesús nutre hacia toda la humanidad. Esto es tan importante que no lo podemos dejar de lado. Porque cada familia tiene la misión de hacer ver a cada uno de sus miembros, a través del amor mutuo, el amor con el que Dios los ama y no de modo genérico, sino sumamente concreto  en la entrega que Jesús hace de sí mismo en la cruz por cada uno de los seres humanos. Cada familia es testigo y lugar donde sus miembros experimentan que alguien ha entregado la vida por él y que ese alguien es concreto, diario, vivo, como lo debe ser la experiencia del amor de Jesús por cada uno de los miembros de la familia.
Una segunda conclusión, es llegar a descubrir la familia como un don particular, diferente de otros dones en la comunidad cristiana. A veces nos olvidamos de que el estado y forma de vida es constructor de la comunidad cristiana, de que es necesario el don de la familia para la comunidad cristiana. Podemos considerar la familia como una segunda división de la vida cristiana. Pero como lo comprobamos una y otra vez la familia es esencial en la vida cristiana: sin familia no hay Iglesia, sin familia no hay convivencia humana, sin familia no hay vocaciones a servir a los hermanos, sin familia el pueblo de Dios queda incompleto. Por eso el cultivo de la familia cristiana, de la familia con identidad cristiana es tan necesaria, identidad cristiana que es más que ir a misa juntos los domingos. Identidad cristiana que es vivencia de las virtudes cristianas en el hogar, comenzando por la fe, la esperanza, la caridad, siguiendo por la fortaleza, la prudencia, la justicia y la templanza, y así todas las demás. Identidad cristiana que es la presencia de momentos de oración en la vida de hogar como manifestación expresa de la presencia de Dios en la vida del hogar con fuente de inspiración, como fortaleza en las dificultades, como gratitud en los beneficios, como consuelo en los dolores. Identidad cristiana que se manifiesta en la coherencia y en la autenticidad entre la fe que se dice profesar y las obras que se llevan a cabo en el caminar cotidiano.
Una tercera conclusión es la invitación que cada familia recibe a transmitir el amor de Cristo de tal modo que la familia sea una comunidad salvadora. Esto significa que la familia se convierte en un oasis de bien en medio del mal. No solo. La familia se convierte también en un lugar donde el mal es sanado a fuerza de bien. La familia es un irradiador de bien en medio de un mundo que puede estar dominado por el pecado. Sabemos que nada hay perfecto, que son muchas las fragilidades, las miserias, las fracturas y que muchas de ellas son inevitables. Precisamente por eso hace falta una corriente de redención que ponga perdón, que ponga esperanza, que ponga renovación. Y la familia puede llevar a cabo esto cuando la familia está alimentada por el amor de Cristo, cuando la familia testimonia que el amor de Cristo perdona siempre, está cerca siempre, sostiene siempre. Y que lo hace de un modo concreto, porque lo hace en las circunstancias diarias de la vida.

viernes, 17 de junio de 2011

EL PADRE, UN VIÑADOR PARA CADA HOGAR

La contemplación de la familia requiere la reflexión no solo sobre la maternidad sino también sobre la paternidad. Quizá nuestra cultura ha dado un papel preponderante a la madre por motivos muy valiosos, pero ha dejado del lado al padre ocultando con ello la necesaria presencia del varón en la educación de la familia y en la conformación de la familia. Así lo decía Juan Pablo II: Como la experiencia enseña, la ausencia del padre provoca desequilibrios psicológicos y morales, además de dificultades notables en las relaciones familiares. De modo muy extraño se ha pasado de una cultura patriarcal en la que el varón tenía todo el peso sobre el hogar y los hijos a otra cultura en la que la mujer es la responsable casi omnímoda de todo lo que sucede en los muros del hogar. Y aunque esto es relativamente comprensible en la sociedad industrial urbana de los últimos ciento cincuenta años, sus efectos no dejan de notarse en la educación y en la maduración de los hijos, así como en el crecimiento humano y espiritual de los cónyuges. Cuando el varón descubre, manifiesta y muestra en la tierra la misma paternidad de Dios, enfila el camino que garantiza el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia.
Meditar sobre la figura del padre no es algo exclusivo de los varones. Es algo a lo que estamos comprometidos todos, porque de la reflexión, de la experiencia y del compromiso que todos tengamos para que los varones puedan asumir su misión de esposos y de padres está en juego la misma supervivencia de la familia. No es sencillo porque no siempre en la oración uno puede meter la vocación de la paternidad y de la esponsalidad masculinas. Nos cuesta el siquiera pensarlo. Para ello tenemos que contemplar la obra de Dios en nosotros, verlo a él como el padre de una gran familia y ver en Jesús al esposo de que entrega toda su vida por amor a su esposa. De estos puntos de referencia brota la posibilidad de descubrir al varón como una vocación en el hogar al que se entrega y del que hace brotar a los hijos y a la esposa. ¿Cuáles son los rasgos de esta identidad? Hay una alegoría en la escritura que propone el papel del varón en el hogar de una forma significativa. Usando la imagen de la vid y del viñador así como sus implicaciones nos puede servir para que todos interioricemos el misterio del don del varón a cada familia como esposo y como padre.
Limpiarnos y permanecer
1Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. 2 Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. 3 Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. 4 Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. 5 Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. 6 Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.

 Jesús nos habla de algo  muy conocido para sus oyentes. Se trata de la relación entre un viñador y su viña, pero también de la planta misma. La vid es una planta mediterránea que los judíos conocían muy bien, que conocían en su desarrollo y en su morfología. Por eso Jesús puede perfectamente usarlo como imagen de la relación entre Dios y su pueblo, entre Jesús y sus discípulos y nosotros lo podemos tomar como modelo de la relación entre el varón esposo y padre con la familia que forma. La vid no depende de ella misma, depende de un viñador que la cuida, que la planta, que la protege para que no pierda su vocación. Lo mismo le pasa al varón.
Un texto de la biblia nos recuerda el origen de la familia. En este texto Dios crea a la mujer de la costilla de Adán. Aquí se encierra un misterio hermoso del plan divino. Por un lado el misterio de que el hombre sin la familia que de él nace, se queda solo, se queda rodeado de los animales, rodeado de las plantas, pero tremendamente solo. Es quizá la parábola del varón sin la familia, del varón sin la esposa. Quizá puede ser un gran transformador del mundo, pero le falta lo que le hace ser él mismo, ser completo. El varón sin la familia no es completo. Familia que brota de su mismo costado, de su propio interior, de su propia esencia. La familia no es completa sin la esencia del varón, sin que el varón haga un acto de donación no de los animales o de las plantas, sino de sí mismo. Es como si Dios hubiera creado al varón con dos dimensiones, una la dimensión animal, por la que se relaciona con el mundo que trabaja, y otra la dimensión personal por la que se relaciona con alguien semejante a él. Es en este segundo mundo donde el hombre es él mismo, porque es donde es imagen y semejanza de Dios. Es en la dimensión personal y familiar donde el hombre es más el mismo. Son la conyugalidad y la paternidad las que le hace elevarse sobre la realidad de la creación para poder mirar al creador.
En este sentido el varón es una imagen del papel de Dios en la creación. Dios se da a sí mismo. Esta una reflexión que no afecta solo a los varones. Es una reflexión que afecta de modo especial a toda la familia. La mujer se tiene que preguntar si está colaborando a esta vocación del varón, o si toma en forma muy pasiva el don del varón. Si, según la biblia la mujer es formada del varón, el varón no es completo sin la mujer, la mujer es la que hace íntegro al varón, la que le devuelve la unidad con su propia carne al varón. Esto es algo más que la dimensión física o sexual. Esto es de modo especial la orientación de la vida de modo completo, en la relación con el mundo y en la relación con Dios.
El varón tiene que tener una dimensión de referencia hacia algo más grande que él. Este algo más grande no es una cosa. Es un ser personal que siguiendo la imagen de la vid, lo limpia, lo invita a permanecer en él para que pueda dar fruto. Esto nos habla de un doble dinamismo que debe estar presente en el varón. El varón debe limpiarse de lo que le hace menos esposo y menos padre. Permanecer para dar fruto en quien le hace ser más lo que está llamado a ser. El varón tiene que limpiarse. Limpiarse de lo que le hace menos imagen de Dios. Casi podríamos decir que en la medida en que el varón se acerca al mundo de la imagen de Dios y es capaz de alejarse del mundo previo a ser el mismo un ser familiar.  La imagen de limpiarse y permanecer nos permite entender que el varón tiene que trabajar en sí mismo y que todos tenemos que colaborar a que esto se lleve a cabo.
Dar fruto o perderse
 
7 Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. 8 La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos. 9 Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. 10 Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. 11 Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.  12 Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. 13 No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. 14 Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.

Podemos pensar que seguir la vocación de Dios es como mutilarnos de otras muchas cosas que nosotros quisiéramos hacer, aparentemente más gozosas. El evangelio nos recuerda que el ser humano es él mismo en la medida en que permanece ligado a la fuente de su vocación. La gloria de Dios no es algo ajeno al ser humano. La gloria de Dios es que demos mucho fruto, el fruto lo da quien es discípulo, quien sigue el camino de Jesús. Un camino que no es sino el que de verdad realiza al ser humano: el camino del amor, el camino del amor que da la vida por el amigo. Esto es de verdad la realización del ser humano: dar la vida por un amigo. Esto es también la realización de la vida del varón esposo y padre, llegar a dar la vida por aquellos que el ama. Son muchas las preocupaciones, los problemas, las luchas de cada día y por lo tanto son muchos los vericuetos por los que puede perderse la vocación del varón, por las que la familia puede perder la dimensión de entrega de la vida por quien se ama.
A veces lo que lleva a perder el amor es la opresión que confluye en el machismo, abuso de ciertas prerrogativas que acaban humillando a los demás miembros de la familia y que inhiben el desarrollo de las sanas relaciones familiares, El machismo convierte las relaciones familiares en unidireccionales, las hace incapaces de transmitir el corazón, las imposibilita para llegar al interior de los  hijos, de la esposa, o del mismo varón. Otro de los vericuetos en que el varón se puede perder es, como decía Juan Pablo II, el de las condiciones sociales y culturales que inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia o bien a una presencia menor en la acción educativa. Este es tan serio o tan grave como el anterior. Debido al tipo de sociedad en que vivimos se puede asumir casi sin darse cuenta o verse uno empujado a él de modo imperceptible.  Este ausentismo aleja al varón de su vocación en la familia. En esto no es siempre el varón el único responsable. Ciertas actitudes egoístas o pragmáticas por parte del resto de la familia no son menos culpables de todo esto.
El gran problema de estas dos actitudes en sus diversos grados, la ausencia y la opresión, es que impiden el amor en la familia, porque impiden la amistad, en un caso porque la mata a base de olvido y en el otro caso porque la asfixia a base de opresión. Es necesario reencontrar el camino de en medio, el camino de la donación personal mutua que descubre la amistad como el único modo de dar fruto en la vida. El mandamiento del amor solo es posible en la amistad. Por ello el varón está llamado a inyectar la amistad en la vida de familia. La amistad con la esposa, la amistad con los hijos. También los otros miembros de la familia están llamados a cultivar la amistad con el varón, superando todo rastro de miedo, de apocamiento, de encerramiento, o de egoísmo que usa al otro para las propias ventajas.
La esencia de la amistad
15 Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. 16 No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. 17 Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.

Jesús deja claro cómo es posible llevar a cabo esta vocación: se trata de crear una relación de amigos, no de siervos. ¿Cuál es el rasgo del amigo? La capacidad de conocer la esencia del otro. Si no hay apertura no hay amistad, por mucha convivencia que se pueda tener, por muchas cosas que se puedan compartir. El amigo es alguien que se elige, que entra en el ámbito de nuestra libertad para que nosotros le permitamos entrar en nuestra vida. Esto solo es posible cuando somos capaces de descubrir en el amigo alguien importante para nosotros. Jesús nos elige, y nos convierte en capaces de dar un fruto que dure.
Si esto lo traspasamos a la familia, nos damos cuenta de que el varón necesita hacer una elección, una elección que no puede brotar sino del descubrimiento en la esposa y posteriormente en los hijos de la misma experiencia originaria de Adán, la experiencia de romper la propia soledad por medio del encuentro con alguien que es como él y con quien está llamado a dar fruto. Como lo expresaba Juan Pablo II: ve en la esposa la realización del designio de Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada», y hace suya la exclamación de Adán, el primer esposo: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne». Esto requiere que el varón elija vivir con su esposa «un tipo muy especial de amistad personal» (Pablo VI), es decir que ambos establezcan una sólida relación humana que toca no sólo las fibras del cuerpo, sino también la emocionalidad, el sentido de la vida, la espiritualidad, el proyecto de la existencia. La amistad entre el varón esposo y padre, y la mujer esposa y madre, supone y exige que ambos tengan profundo respeto por la igual dignidad del otro. El hombre y la mujer están llamados a desarrollar una actitud de amor nuevo, manifestando hacia el otro la caridad delicada y fuerte que Cristo tiene a la Iglesia. Ambos están llamados a respetar la particular vocación del otro.
Aplicaciones prácticas
o   Esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre en y por la familia son de una importancia única e insustituible.
o   Dentro de la comunión-comunidad conyugal y familiar, el hombre está llamado a vivir su don y su función de esposo y padre.
o   El amor a la esposa madre y el amor a los hijos son para el hombre el camino natural para la comprensión y la realización de su paternidad.
o   Realizará esta tarea mediante una generosa responsabilidad por la vida que junto a su esposa se le han concedido, a través de
o   un compromiso educativo más solícito y compartido con la propia esposa,(74)
o   un trabajo que no disgregue nunca la familia, sino que la promueva en su cohesión y estabilidad,
o   un testimonio de vida cristiana adulta, que introduzca más eficazmente a los hijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia.

viernes, 20 de mayo de 2011

EL ACEITE, LA LLAMA, EL AMOR EN LA FAMILIA

EL ACEITE, LA LLAMA, EL AMOR EN LA FAMILIA

INTRODUCCION

El amor ha sido comparado con muchas imágenes a lo largo de la historia de la humanidad. La más frecuente es una llama que se enciende. Esta llama se enciende de modo especial en cada familia, donde ilumina a cada uno de los miembros que la componen. Es un amor con diversos rostros: el rostro conyugal, el paterno-materno, el filial, el fraternal. Pero en todos los casos, es el elemento necesario para configurar a la familia. Suprimir el amor en la familia es transformar el hogar en un conjunto de piedras en el que transitan una serie de personas. Sin embargo, el amor no es algo que se dé de modo espontaneo. Es espontánea la atracción, o el instinto materno, o puede serlo el afecto que nace de tanto convivir con alguien. Pero el amor es algo que se descubre, se cultiva, se alimenta, se defiende, se acrecienta, se enseña, se aprende. De otro modo la rutina diaria, los roces constantes, acaban por agrietar o por secar eso a lo que le hemos puesto la etiqueta de amor. Cuando miramos las situaciones de éxito conyugal siempre encontramos junto a elementos de afinidad, de cercanía, de simpatía, de entrega, de servicio, otros elementos de trabajo, de cuidado, de dedicación que se deben precisamente al amor.
La parábola de las jóvenes del cortejo nupcial, nos presenta una ocasión riquísima para reflexionar sobre el amor como principio y como fuerza de la comunión familiar. La familia, fundada y vivificada por el amor, es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los padres y de los hijos, de los parientes. La parábola de las jóvenes que van a la boda nos permite reflexiona r sobre la importancia de poner al amor como base de nuestra relación familiar, relación que comienza con la conyugalidad, relación que se prolonga en los hijos, relación que brota, se alimenta y tiende hacia el amor.


1.    LA IMPORTANCIA DE UN FRASCO DE AMOR

Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. 2 Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. 3 Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, 4 mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. 5 



Este texto es una parábola y por lo tanto se ha de encontrar el significado de los elementos que la misma nos ofrece. El entorno es algo muy común en la época de Jesús. Una boda, en la que las jóvenes tenían que esperar a que el esposo llegara hasta la casa del banquete, la casa de la comunión, la casa de la felicidad. Las jóvenes iban iluminando el camino del novio, como un símbolo de la alegría pero también del amor a la esposa elegida. La costumbre indicaba que las jóvenes eran la corona del amor del esposo a la esposa y le guiaban por el camino. El problema es que las lámparas eran pequeñas y no podían contener una gran cantidad de aceite que alimentara la mecha. Por eso era necesario tener un recipiente con el cual rellenar de vez en cuando la lámpara.
Estas jóvenes están llamadas a ser el símbolo del amor de los esposos. Cada una de ellas ilumina al esposo. La finalidad del amor es llegar con lámpara encendida al encuentro del esposo. Es un símbolo de que cada familia, cada persona ilumina con su persona, con su actitud al esposo, al amor verdadero que tiene que hacerse presente en cada hogar.
Ante este amor puede haber dos actitudes. La actitud de las jóvenes que el evangelio llama prudentes, son las jóvenes que tienen lámparas y además llevan aceite. Y esta la actitud de las que el evangelio llama necias que toman las lámparas y no llevan aceite suficiente. Son dos actitudes ante el amor en la familia. Quienes piensan que ya lo tienen todo y que no se preocupan por renovar, por vivificar su amor y quienes son conscientes de que el amor es una decisión que se ha de renovar constantemente para mantener encendida la llama que ilumina el camino de la familia. La actitud sensata es la de quien sabe que el amor es muy importante, es el sentido de la vida, es la razón de la actividad humana, pero también conoce la fragilidad de cada persona y no se permite el que esta fragilidad lo gane, o por lo menos que esta fragilidad lo vacíe del amor. No hay camino más claro hacia la indiferencia que el camino de la autosuficiencia. No hay sendero más claro hacia la frialdad en la relación de los esposos o en la relación con los hijos que el camino del engreimiento en las capacidades de uno mismo. Tener la prudencia de llevar consigo el amor no solo para ahora, sino para todo el tiempo que sea necesario, es ser capaz de ir más allá de lo inmediato que muchas veces nos hace pensar que tenemos todo. Este es el camino mas claro para que perdure el amor.
El amor ha de acompañar toda la vida matrimonial y familiar a lo largo del tiempo. El amor no puede ser solo para instantes especiales, significativos particulares. Y si no se tiene de reserva es muy posible que se agote. Como nos recuerda Familiaris Consortio: El principio interior, la fuerza permanente y la meta última de tal cometido es el amor: así como sin el amor la familia no es una comunidad de personas, así también sin el amor la familia no puede vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas.

2.    MANTENER VIVO EL AMOR EN MEDIO DEL SUEÑO

Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. 6 Pero a medianoche se oyó un grito: “Ya viene el esposo, salgan a su encuentro”. 7 Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. 8 Las necias dijeron a las prudentes: “¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?”. 9 Pero estas les respondieron: “No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado”.



La vida nos golpea a todos porque el misterio de la fragilidad humana es parte de la vida misma. Sea cual sea nuestra condición, todos somos tocados por el sueño, por la fragilidad, por la miseria de nuestra condición humana. Todos nos quedamos dormidos. Sin embargo, nuestro sueño no impide que se cumpla el tiempo de la llegada del esposo, ni tampoco que enfrentemos nuestra obligación de cumplir con la misión que da sentido a nuestra vida: Salir al encuentro del amor. En ese sueño, puede suceder que se nos apaguen las lámparas, que incluso la lámpara ruede por el suelo derramando el poco o mucho aceite que todavía pudiera tener. Porque cuando uno está dormido no siempre tiene muy claro lo que hace ni donde se encuentra.
Todos tenemos la oportunidad de despertarnos. Pero en ese despertarnos tenemos que haber sido lo suficientemente prudentes como para no habernos quedado sin aceite. El amor en la familia puede despertarse de un sueño en el que se puede haber caído por mil circunstancias diferentes. No basta estar despierto, hace falta el amor. Las relaciones familiares se pueden descubrir como necesarias, convenientes, oportunas, pero no “tener amor” para llevarlas a cabo, pero carecer de ese principio interior que orienta nuestra voluntad hacia el otro. El amor se acaba en el sentido de que nuestra fragilidad humana lo agota, pero no se acaba si nuestra voluntad lo mantiene suficientemente abundante.
Como decía Juan Pablo II: El amor entre el hombre y la mujer en el matrimonio y, de forma derivada y más amplia, el amor entre los miembros de la misma familia —entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, entre parientes y familiares— está animado e impulsado por un dinamismo interior e incesante que conduce la familia a una comunión cada vez más profunda e intensa, fundamento y alma de la comunidad conyugal y familiar. Este dinamismo es el que nunca se ha de terminar, sea cual sea el estado en que a veces nos ponga la vida, aunque a veces el pecado se apodere de nosotros, o la fragilidad haga más torpe nuestra capacidad de convivir. Al lado de nuestra existencia hay que tener el frasco del amor siempre lleno de aceite. Esto no es una casualidad. Esto es una decisión. Esto es un acto que se trabaja constantemente.
Y lo más serio es que esto no se puede compartir. Nadie puede amar por otro. Yo puedo amar a otro, pero yo no puedo sacar amor de otro, ni hacer que el otro ame con el amor con que yo amo. Si la voluntad ha decidido no amar, no habrá nada (fuera de la gracia extraordinaria de Dios) que haga amar, el frasco esta vacio, la lámpara ya no tiene aceite.
Sin embargo todos podemos experimentar la necesidad de amar, al ver que las lámparas de los demás están encendidas. Y entonces tenemos que tener el valor de ir al mercado, de comprarnos el aceite que sabemos que nos hace falta. ¿Qué es este mercado donde se vende el aceite? ¿Quién es el que nos puede vender el amor? Solamente quien ama hasta el final, tiene el amor que no se acaba. Solamente la relación con Dios puede rescatar el amor. Si el ser humano se deja a sí mismo no puede rescatar el amor. ¿Cómo se compra el amor? Jesús en el evangelio nos lo dice. Cuando la samaritana le pide el agua que no se acaba, Jesús le invita a cambiar de vida como primer paso y a hacerlo a Él nuestra fuente de agua como segundo paso. No se puede recibir el amor si no se tiene la decisión firme de abandonar las fracturas de la indiferencia, del egoísmo, de la desconfianza, de la indolencia, en definitiva de todo lo que resquebraja el amor en nosotros. Solo después de una exigente conversión interior, se puede volver a tener el aceite para la lámpara.


3.    CONOCER EL AMOR

10 Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. 11 Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: “Señor, señor, ábrenos”, 12 pero él respondió: “Les aseguro que no las conozco”. 13 Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.



La diferencia entre unas jóvenes y las otras es muy fuerte. Las que estaban preparadas entran en la sala del banquete. Entran en la sala nupcial. La sala del banquete es el símbolo del lugar donde se vive el amor, donde se celebra el amor, donde el amor se hace felicidad. Es donde se lleva a plenitud la persona, porque la persona se encuentra con el amor. Como recordaba Juan Pablo II en su primera encíclica: «El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido, si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente»
Las que no estaban preparadas se quedan fuera. De nada les sirven sus invocaciones. La oración de nada sirve sin el amor. La religión de nada sirve sin el amor. Sin amor la religión no nos hace reconocibles ante el Señor. Es un misterio que Dios mismo sea sordo ante lo que no venga lleno de amor, tocado por el amor. No es cuestión de ir por la vida con el Señor, Señor en la boca. La clave es haber mantenido encendida la lámpara del amor en la vida. Pero la palabra de Jesús es muy dura: no te conozco. Si ahondamos un poco en esta palabra nos damos cuenta de que puede ser más frecuente de lo que pensamos en la vida de familia. Decimos no te conozco cuando negamos el amor al otro. Decimos no te conozco cuando no soy capaz de ver en el otro lo que me hizo amarlo algún día. Decimos no te conozco cuando no hay una relación interior con el otro. Decimos no te conozco en definitiva cuando el amor no es el eje de la relación. La única forma de superar este desconocimiento es recuperando el amor, es almacenando el amor cuyo primer cometido es el de vivir fielmente la realidad de la comunión con el empeño constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas.
La vida matrimonial y la vida familiar necesitan del amor como principio que hace que la comunión de la personas en el hogar sea algo real, algo duradero, algo vivo, algo trascendente. La clave es nunca dejar de estar preparados. Tener siempre en la propia existencia el amor necesario para el resto del camino. El amor que se tiene cuando se es humilde para reconocer el don que se nos ha hecho en el otro, en el esposo, en los padres, en los hijos, en los hermanos.

Aplicaciones prácticas

1.    Cultivar la humildad en el matrimonio y en la familia, es agradecer el don recibido al amar y ser amado por alguien de modo total.
2.    Nuestro amor es indestructible, nuestra vivencia del amor es frágil. Quien tiene esto en cuenta vive siempre de modo prudente su relación en la familia
3.    La vivencia del amor en la familia es una responsabilidad de todos y cada uno de los miembros de la misma. Todos deben ser educados al amor. Todos deben sentirse responsables del amor en el hogar
4.    El amor se sostiene no solo por las capacidades humanas sino de modo muy particular por la vivencia espiritual. La relación con Dios no es un extra en la maduración del amor en la familia y en el matrimonio.
5.    Con frecuencia cada esposo, cada miembro de la familia tiene que revisar el estado de su amor por los demás. Tiene que revisar cuanto aceite tiene en la lámpara y si tiene suficiente provisión en el frasco.