jueves, 22 de septiembre de 2011

ENVIADOS EN FAMILIA

La cultura moderna tiende a ver la unión del hombre y de la mujer en el matrimonio como una realidad cerrada sobre sí misma, sin embargo en el designio de Dios, esta comunidad es un lugar abierto de modo maravilloso a otras realidades, la realidad de los hijos, la realidad de la sociedad, la realidad de la Iglesia. Esta apertura es parte de su misma esencia y por lo tanto de la realización de la misión de la comunidad familiar. La familia no es solo la célula de la sociedad, la familia tiene la vocación de hacer presente el Reino de Dios en la historia, es decir, está llamada a hacer viva la presencia de Dios entre los hombres, es la celula de la presencia de Dios entre los hombres. Del mismo modo en que Adán y Eva hacia presente a Dios en el amanecer de la creación, cada familia está llamada a ser testigo de que Dios está presente en todos los momentos de la vida y que la vida se tiene que referir de modo concreto a Dios y a su providencia entre nosotros. De un modo particular, este testimonio de cada familia debe llevarse a cabo por medio de la presencia de cada familia en la vida de la Iglesia y por medio de la presencia de la Iglesia en la vida de cada familia. Así, cada familia esta llamada a hacer presente a Dios en medio de los seres humanos como un reflejo de la presencia de Dios en medio de ella. Por ello es importante descubrir, meditar, reflexionar sobre esta parte de la vocación esencial que encierra cada hogar. Para ello nos puede servir la contemplación de Jesús que envía a sus discípulos al final del evangelio de San Mateo.
Mateo 28 16 Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. 17 Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. 18 Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. 19 Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo».
Podríamos comenzar contemplando el ambiente en el que se lleva a cabo este pasaje del evangelio para entender porqué se convierte en algo esencial para la vocación de cada familia. El momento en que Jesús envía a sus apóstoles es el momento final del evangelio. Es como si quisiera decir que todo lo que se ha escrito antes que esto debe ser anunciado y llevado a los seres humanos después de esto. No es estrictamente un cierre de una historia: “y vivieron felices…” sino el inicio de una historia. Es como lo que sucede con cada matrimonio, que en el día de su boda es precisamente cuando todo comienza. Es como sucede en cada familia, que casi podríamos decir que cada día todo comienza, porque cada día toda la familia está llamada a ser coherente con los valores que la constituyen, con la esencia que le da sentido.
16 Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. 17 Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra
Es llamativo que todo comience y termine en una montaña. Jesús comienza su ministerio en una montaña. Es en la montaña donde Jesús da a los discípulos su ley, que se resume en las bienaventuranzas. Ley que concluye invitando a los disciulos a recordar que él es la roca sobre la que tiene que construirse cada casa, la vida de cada cristiano, la vida de cada familia. También este pasaje se lleva a cabo en una montaña y precisamente ahí, Jesús les dice a sus discípulos que a él le ha sido dado todo poder, es decir que él es la roca sobre la que tienen que basarse para anunciar a toda la creación la buena nueva de la presencia de Dios en medio de la vida humana. Esta presencia se encierra en lo que Jesús indica como el Nombre de Dios Padre, Hijo y Espiritu Santo. La familia también es llamada a experimentar esta fuerza de Cristo. Ella no esta sola en su misión entre los seres humanos y de cara a las personas que las conforman. Es lícito que haya dudas, que haya miedos, pero siempre deberán apoyarse en la fuerza que viene del compromiso que el Señor hace con cada familia humana y con cada familia cristiana.
19 Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado.
Jesús nos deja un proceso para vivir la relación con él. Un proceso que forma como un triángulo: hacerse discípulos de Jesús, hacer la experiencia viva del nombre de Dios que Jesús nos manifiesta como comunidad de amor en la unidad divina, lo que nosotros hoy llamamos la Santísima Trinidad, y aprender a cumplir lo que él nos manda. Estos tres momentos están unidos y se convierten en una espiral ascendente en la vida cotidiana, el discípulo hace la experiencia y vive más a fondo el mandato. Vivir el mandato me hace discípulo que me abre a la experiencia de Dios. Hacer la experiencia de Dios me da fuerza para vivir el mandato que me convierte en mejor discípulo. Esto tiene un profundo sentido para la vida de cada familia. Pues cada familia es invitada a vivir la experiencia de Dios en lo cotidiano, en la presencia de la providencia, en la caridad compartida, en la solidaridad en las dificultades. Cada familia está llamada a aprender de la vida, del diálogo mutuo, de la oración, de la conciencia interior, de la superación personal, cuál sea el camino de Dios para ella. Cada familia está llamada a estructurarse en torno a una identidad cristiana que la identifica en medio del mundo, cada familia está llamada a reproducir una serie de rasgos que hagan su presencia algo positivo en medio del mundo que viven, cada familia está llamada a transmitir el tesoro que a su vez recibieron como hogar cristiano.
Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo».
El pasaje termina con una certeza fundamental para cada cristiano, que tambien lo es para cada familia. En el camino que cada persona y cada familia tienen que emprender a partir de esa montaña no están solos, tienen una presencia de amistad, tienen una presencia de una persona: el mismo que les dice: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo2. ¿Cómo se hace presente Jesús a lo largo de la historia? Pueden ser muchos elementos, pero hay una presencia muy particular, la presencia que se lleva a cabo a través de la Iglesia y en segundo lugar la presencia que lleva a cabo a través de los sacramentos.
A veces se nos olvida que la presencia de la Iglesia en la vida de los esposos va más allá del rito del matrimonio, que sin embargo es central porque es el sacramento en el que la gracia de Dios, es decir su presencia, su fuerza, su amistad hacen brotar el matrimonio no de la simple y sola voluntad humana sino del mismo amor de Dios. Este amor, que es fuente de amor, da la certeza de que los novios-esposos no caminan solos en la vida, sino que, como en un rio, su amor va sostenido, cuidado, fortalecido, sanado, iluminado. Este amor es el don que se recibe en el sacramento del matrimonio.
Pero esto no es lo único. El don de la presencia de Jesús en cada matrimonio tiene otras dimensiones que son fundamentales para que la familia no se pierda en las dificultades que cada día tiene que atravesar. La primera es que la presencia de Jesús revela a la familia cristiana su verdadera identidad, lo que es y debe ser según el plan del Señor. Esto da a cada familia la certeza de que en medio de mil modelos, de mil circunstancias siempre hay un marco de referencia en el que puede desarrollarse con la certeza de que no se pierde a sí misma, con la seguridad de que puede caminar hacia la propia realización y la realización de cada uno de sus miembros. Lo que es y lo que debe ser nos habla de una identidad y de un camino, de un ideal y de un esfuerzo, de una realidad y de una superación.
La segunda dimensión es que con la celebración de los sacramentos, la Iglesia enriquece y confirma a la familia cristiana con la gracia de Cristo, en orden a su santificación para la gloria del Padre. Es decir no solo la Iglesia nos dice lo que debemos ser, sino que nos da los medios para poderlo ser o si lo queremos ver en otro sentido, Jesús no solo nos dice cual es el camino sino que nos da la fuerza para caminarlo y nos da la fuerza, no como quien se resigna a andar, sino como quien lo hace de modo activo, de modo dinámico. Nos da la fuerza como quien sabe que  puede crecer, como quien sabe que no se conforma con la mediocridad sino que puede ir más allá. Esta superación, este enriquecimiento, acaba siendo para cada familia un modo de dar gloria a Dios, es decir un modo de hacer presente en el mundo la maravilla de lo que Dios propone a cada persona y a cada familia.

Y la tercera dimensión es una invitación a que cada familia se proyecte hacia los demás por medio de una renovada vivencia del mandamiento nuevo de la caridad, de modo que cada familia pueda ser hacia dentro y hacia fuera un testigo del amor de Cristo, que es lo que la constituye, la alimenta y la sostiene.
Conclusiones para el camino
De todo lo que hemos dicho podemos sacar unas conclusiones que nos ayuden a vivir el sentido de la misión que Jesús le deja a la familia cristiana. La clave de todo está en meditar y descubrir lo que somos como familia. No somos como familia nada más un lugar de convivencia, o un lugar desde el que se educa a los hijos y se les saca adelante con más o menos éxito. La familia nace de un misterio de amor. De un misterio de amor de los esposos y de un misterio de amor de Dios a esa familia y de un amor de Dios a la humanidad en esta familia concreta. Por eso, cada familia se convierte en un signo del amor de donación y sacrificio que el Señor Jesús nutre hacia toda la humanidad. Esto es tan importante que no lo podemos dejar de lado. Porque cada familia tiene la misión de hacer ver a cada uno de sus miembros, a través del amor mutuo, el amor con el que Dios los ama y no de modo genérico, sino sumamente concreto  en la entrega que Jesús hace de sí mismo en la cruz por cada uno de los seres humanos. Cada familia es testigo y lugar donde sus miembros experimentan que alguien ha entregado la vida por él y que ese alguien es concreto, diario, vivo, como lo debe ser la experiencia del amor de Jesús por cada uno de los miembros de la familia.
Una segunda conclusión, es llegar a descubrir la familia como un don particular, diferente de otros dones en la comunidad cristiana. A veces nos olvidamos de que el estado y forma de vida es constructor de la comunidad cristiana, de que es necesario el don de la familia para la comunidad cristiana. Podemos considerar la familia como una segunda división de la vida cristiana. Pero como lo comprobamos una y otra vez la familia es esencial en la vida cristiana: sin familia no hay Iglesia, sin familia no hay convivencia humana, sin familia no hay vocaciones a servir a los hermanos, sin familia el pueblo de Dios queda incompleto. Por eso el cultivo de la familia cristiana, de la familia con identidad cristiana es tan necesaria, identidad cristiana que es más que ir a misa juntos los domingos. Identidad cristiana que es vivencia de las virtudes cristianas en el hogar, comenzando por la fe, la esperanza, la caridad, siguiendo por la fortaleza, la prudencia, la justicia y la templanza, y así todas las demás. Identidad cristiana que es la presencia de momentos de oración en la vida de hogar como manifestación expresa de la presencia de Dios en la vida del hogar con fuente de inspiración, como fortaleza en las dificultades, como gratitud en los beneficios, como consuelo en los dolores. Identidad cristiana que se manifiesta en la coherencia y en la autenticidad entre la fe que se dice profesar y las obras que se llevan a cabo en el caminar cotidiano.
Una tercera conclusión es la invitación que cada familia recibe a transmitir el amor de Cristo de tal modo que la familia sea una comunidad salvadora. Esto significa que la familia se convierte en un oasis de bien en medio del mal. No solo. La familia se convierte también en un lugar donde el mal es sanado a fuerza de bien. La familia es un irradiador de bien en medio de un mundo que puede estar dominado por el pecado. Sabemos que nada hay perfecto, que son muchas las fragilidades, las miserias, las fracturas y que muchas de ellas son inevitables. Precisamente por eso hace falta una corriente de redención que ponga perdón, que ponga esperanza, que ponga renovación. Y la familia puede llevar a cabo esto cuando la familia está alimentada por el amor de Cristo, cuando la familia testimonia que el amor de Cristo perdona siempre, está cerca siempre, sostiene siempre. Y que lo hace de un modo concreto, porque lo hace en las circunstancias diarias de la vida.