domingo, 19 de diciembre de 2010

SEMBRADORES DE AMOR (III) UN CORAZON DE PEDREGAL

5 Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; 6 pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron.( 20 El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, 21 pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. )


El segundo campo es el terreno pedregoso. Aquí el enemigo de la vocación al amor es otro. Se trata de la superficialidad de vida. Las semillas son maravillosas, pero cuando las recibimos con superficialidad, el amor está llamado a perderse. La superficialidad parece divertida en cierto sentido. Resulta entretenido vivir de chistes, dejar de crecer y madurar, vivir la vida loca. Pero todo eso no es indiferente para la semilla del amor. Tarde o temprano, el sol sale, y la tierra no tiene la suficiente cantidad de humedad para resistir su fuerza. Incluso estábamos orgullosos de la pequeña plantita que había conseguido salir a la superficie, nos encantaban sus brotes, su color. Pero no había con qué sostenerla.
El evangelio habla de tribulaciones o de persecuciones, poniéndonos en guardia precisamente contra estos riesgos que, como el sol, acaban saliendo en el horizonte de la vida. Las tribulaciones, lo costoso de llevar adelante la vida de pareja, lo costoso de llevar adelante la educación de los hijos, los problemas con la dimensión material de la existencia en la economía, la salud, el ambiente de vida. Y las persecuciones precisamente por ser lo que eres, por ser esposo y esposa, por estar casados. Persecuciones de quienes buscan que se acabe la semilla de amor sembrada, persecuciones de la familia, persecuciones del ambiente, persecuciones a veces de la propia psicología o de los propios hábitos. No importa, todos tienen el mismo final que se resume en  una palabra: sucumbe, cae debajo, se desploma. Ahí siguen los brotes, ahí siguen las hojitas. Todo seco, sin vida.
Quizá uno de los ámbitos que se deben ahondar es el de la profundidad en la vida afectivo-sexual, que es uno de los signos más patentes del amor de donación mutua entre los esposos. En una cultura que al banalizar el cuerpo y sus relaciones, banaliza también el amor que a través del cuerpo se expresa, es necesario volver a escuchar estas palabras de Juan Pablo II: la sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano, solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte. La donación física total sería un engaño si no fuese signo y fruto de una donación en la que está presente toda la persona, incluso en su dimensión temporal; si la persona se reservase algo o la posibilidad de decidir de otra manera en orden al futuro, ya no se donaría totalmente.
Esto puede ser una imagen paradójica de muchos matrimonios, que ahí están, que todos los ven, pero que, por superficialidad, se encuentran totalmente secos. Esta superficialidad no siempre afecta a todas las áreas del matrimonio, pero no deja de ser interesante el analizar dónde pienso que hay brotes cuya vida está en riesgo: en la comunicación conyugal, en el respeto mutuo, en el crecimiento espiritual como pareja. Si no hay hondura en la vida, no hay vida en cuanto salga el sol.

lunes, 6 de diciembre de 2010

SEMBRADORES DE AMOR (II) UN CORAZON DE CAMINO

Evangelio de San Mateo cap 13, nn. 4-9 y 19-23

Les decía: «El sembrador salió a sembrar. 4 Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. (19 Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.)


Somos imagen de Dios porque él ha sembrado una semilla en nosotros, la semilla de su imagen y semejanza. Nuestro espíritu es semejante al de Dios. No somos Dioses, pero somos como Dios en la medida en que replicamos en nosotros la imagen que en nosotros se ha sembrado. Por el contrario, cuando desfiguramos esa imagen, todo comienza a desmoronarse en nuestro interior, perdemos la imagen, perdemos la referencia. El matrimonio es también una imagen de Dios. Con frecuencia en la biblia encontramos la imagen del Dios esposos de su pueblo, esposo de la humanidad.
Por eso cuando Dios siembra el matrimonio en una pareja, también está sembrando su imagen esponsal. Dios no es un ser egoísta que se queda encerrado en sí mismo, sino que por ser un Dios cuya esencia es el amor, sale a sembrar este mismo amor en su creación y de modo especial siembra ese amor en sus creaturas espirituales, en los ángeles y en nosotros. En el caso concreto del ser humano esta imagen de Dios amor se lleva a cabo no de modo individual, sino de modo complementario a través del hombre y de la mujer. Dios sale a sembrar el matrimonio en el mundo, Dios sale a sembrar su imagen de amor en el mundo. Como dice Juan Pablo II en Familiaris Consortio n.11: Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor. Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano. En cuanto espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en el cuerpo informado por un espíritu inmortal, el hombre está llamado al amor en esta su totalidad unificada. El amor abarca también el cuerpo humano y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual.
Esta acción de Dios que siembra su imagen de amor, encuentra diversos campos sobre los que cae este esfuerzo por llenar de amor a la humanidad. La forma en que cada campo lo recibe, marca el efecto del amor de Dios. Cada uno de estos campos nos enseña también los diversos modos de responder en la vida matrimonial al amor de Dios.
El primer campo es el camino. Aunque cada matrimonio está llamado a recibir todo el amor de Dios, a veces los matrimonios pueden ser tierra de camino. La tierra de camino es dura, alguna vez fue fértil, es capaz de permitir que broten algunas hierbas, pero todo está llamado a durar poco. Así sucede con algunas situaciones de la vida matrimonial. El paso de las personas, del tiempo, de las circunstancias, han ido haciendo de lo que una vez fue campo fértil sea una simple tierra de camino. Ya no se es capaz de recibir las semillas, los granos, que caen con abundancia, rebotan sobre la superficie, quedándose peligrosamente expuestos. Y el destino de la gran mayoría de esos granos será caer en los picos de los pájaros, de los animales que están listos para recoger lo que no se acepta con sinceridad.
También muchos matrimonios tienen áreas de su vida que son así. Áreas que se han dejado endurecer a base de decepciones, a base de dolor. Áreas que se han dejado endurecer a base de egoísmos, a base de perezas. Áreas que se han dejado endurecer porque nunca se quisieron cultivar, porque siempre fue más cómodo dejarlo como tierra de paso. El ser humano se puede olvidar de su vocación al amor y permitirse el endurecimiento en una decisión de egoísmo. Los frutos sin embargo quedan patentes en la parábola. El matrimonio queda estéril, marcado por una soledad que nace del sentimiento de despojo de lo que podría haber sido un fruto maravilloso.

jueves, 25 de noviembre de 2010

SEMBRADORES DE AMOR (I) ¿DE DONDE VIENE EL AMOR?

La experiencia central de dos esposos brota del día en que el amor llegó a su vida.  No tanto del día en que se enamoraron, o del que se gustaron. Sino del día en que descubrieron que lo que había en su corazón hacia el otro era amor. La gran pregunta es de donde viene el amor  a la vida del ser humano. Como dice la canción de Andrea Bocelli: Dell’amore non si sa, quando viene o se ne va, dell’amore non si sa, quando sarà, da dove arriverà (del amor no se sabe cuando viene o cuando se va, del amor no se sabe, cuando existirá, de dónde llegará). Sin embargo, la palabra de Dios nos da una idea del origen del amor. San Juan nos dice que Dios es amor: el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados. (1 Juan 4,7-10). Y este amor puede llegar a nosotros gracias a que somos imagen y semejanza de Dios[1] . Solo quien es imagen del amor puede recibir el amor y amar al mismo tiempo. El amor decía Aristóteles, o nos encuentra iguales o nos hace iguales. No podemos amar sin cambiar, sin transformarnos, sin identificarnos. Cuando esto no sucede, cuando cada uno de los que se aman se mantiene en sus posiciones, no tardará en producirse la fractura inevitable.

Por eso podemos considerar a Dios como el gran sembrador del amor en nuestra vida y de modo especial podemos considerar a Dios como el gran sembrador del amor en la vida de cada uno de los esposos. El amor que Dios siembra hace no solo que los esposos sean imagen del amor de Dios, sino también que los esposos puedan ser imagen el uno del otro y de este modo se haga realidad la bendición de ser una sola carne[2].como decía Juan Pablo II en Familiaris Consortio: el matrimonio, es decir, el pacto de amor conyugal o elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer aceptan la comunidad íntima de vida y amor, querida por Dios mismo, que sólo bajo esta luz manifiesta su verdadero significado. La institución matrimonial no es una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad ni la imposición intrínseca de una forma, sino exigencia interior del pacto de amor conyugal que se confirma públicamente como único y exclusivo, para que sea vivida así la plena fidelidad al designio de Dios Creador. Esta fidelidad, lejos de rebajar la libertad de la persona, la defiende contra el subjetivismo y relativismo, y la hace partícipe de la Sabiduría creadora.
Las reflexiones que seguirán en las próximas entregas nos pueden ayudar a descubrir esta realidad que es la esencia y el sentido de todo matrimonio y que es también su punto de partida: el ser humano es imagen de Dios Amor.


[1]Génesis ,26-27: Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo”. Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer.
[2] Génesis 2, 23-25: El hombre exclamó: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre”. 24 Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne. 25 Los dos, el hombre y la mujer, estaban desnudos, pero no sentían vergüenza.

jueves, 11 de noviembre de 2010

EL MATRIMONIO: DE LA CIZAÑA AL TRIGO (III Y FINAL)









4. Para pasar de la cizaña al trigo
Los peones replicaron: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”. 29 “No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. 30 Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha,

Ante el mal, siempre aparecerá la tentación de arrancar todo de cuajo. Pero la realidad humana nos enseña que, normalmente, no es esto lo mejor, que los procesos humanos, de la misma manera que se generan de modo lento, también requieren de tiempo para corregirse. Por otro lado, nunca dejamos de cambiar, nunca dejamos de mejorar, nunca dejamos de estar expuestos a las tentaciones, a las caídas y por eso nunca dejamos de estar llamados a un proceso continuo, permanente. Este proceso lleva poco a poco a la integración de los dones de Dios y de las exigencias de su amor definitivo y absoluto en toda la vida personal y social del hombre (JPII). Es decir, lleva a que el bien para el matrimonio y la familia no sean algo teórico, lejano, frío, sino algo práctico, cercano, vivencial.
¿Cuáles son los elementos fundamentales en un matrimonio para este proceso de cambio?
·        El primero, es volver a centrar el propio matrimonio en Cristo, es decir, volver a poner en el centro de la vida matrimonial la alianza que se llevó a cabo el día del matrimonio, una alianza que rechaza el egoísmo en la propia vida. Poner a Cristo como centro, no es un elemento de pía devoción, es poner al amor que entrega su vida por el otro, al amor que no busca ser servido sino servir, en definitiva al amor que vence al egoísmo. Y este amor encuentra su modelo, su fuerza, su camino en la persona de Cristo.
·        El segundo, es exigirse el alejamiento interior de todo mal y la adhesión al bien en su plenitud, (JPII). Es decir, tiene que haber una decisión de la voluntad de apartarse de todo lo que la conciencia reclame como malo, y de integrar en la propia vida todo lo que la conciencia proponga como bueno. Este movimiento no puede ser solo exterior, superficial, externo. Tiene que ser del corazón, con sinceridad, con rectitud. Lo que se debe buscar tampoco es un bien cualquiera: Es el bien mejor, el bien mayor, el bien pleno.
·        El tercero, es poner en la práctica las consecuencias para la propia vida de los dos primeros pasos. Sin una actuación concreta que conduzca cada vez a metas mejores, a metas más importantes, es difícil que el bien pueda perseverar en el propio corazón. Las decisiones por el bien tienen que tocar la vida diaria, rutinaria, sencilla, en sus manifestaciones más prácticas.
Pero ¿cómo aplicar todo esto? Podríamos centrarnos en dos cosas, la primera se resume en la frase camino pedagógico de crecimiento, es decir un progreso, que se va comprendiendo poco a poco, según las propias circunstancias, según las propias posibilidades, y que lleva a ser cada vez mejor. Da la impresión de que siempre hay algo más que hacer y al mismo tiempo de que cada paso que se da es sólido, certero, arraigado. La segunda cosa en la que podríamos centrarnos, tiene un nombre: Paciencia, ser conducidos pacientemente más allá, dice Juan Pablo II.
Hay que partir de lo que se ha recibido, nunca dar por supuesto nada, siempre revisar desde donde se da el siguiente paso. Y al mismo tiempo, ser paciente en el crecimiento, porque no siempre se avanzará en la vida moral matrimonial, en los frutos que se esperan de los hijos, en la integración de la comunión de los esposos al ritmo que se querría. Como en el evangelio de la cizaña y el trigo, hay que dar tiempo al tiempo… Sólo el tiempo decanta y aclara muchas situaciones… Es lo que el señor quiere decir cuando indica a los siervos esperar a que crezcan tanto el trigo como la cizaña, precisamente para no arrancar el trigo en lugar de la cizaña…

5. Conservar el trigo
Y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero”».

Así llegamos al último momento del camino. Esto lo podemos dejar para el juicio final, o lo podemos vivir cada día. Cada día se pueden cosechar frutos en el matrimonio, cada día podemos decir qué fue trigo y qué fue cizaña en la vida. De este modo, vamos adquiriendo un mejor y mayor conocimiento de nosotros mismos, de nuestra vida, y vamos enriqueciendo nuestra personalidad. Con ello, cada familia se hace también más rica, la vida de pareja se hace más rica. Los esposos, van descubriendo más trigo y menos cizaña, se van purificando a través de quemar manojos de cizaña cada día, apartando lo que no es tan bueno, guardando en el granero del corazón lo que sí merece la pena de la convivencia y de la comunión con el otro, con los hijos. Guardando en el granero del corazón el bien desde el que hay que partir el día siguiente. En cada campo hay siempre cizaña y trigo, separarlos requiere una sabia combinación de tolerancia (con los demás) y exigencia (con uno mismo).
Y esta riqueza no se encierra en la comunión de los cónyuges sino que construye una mejor familia y desde ahí una mejor sociedad, una sociedad verdaderamente tolerante, es decir una sociedad que sabe sobrellevar el mal desde la verdad del bien. Eso redunda en la justicia, en la solidaridad, en la capacidad de renovar las estructuras en las que se vive cada día.

CONCLUSIONES PRÁCTICAS
1.     Hacer con frecuencia un examen en pareja de las situaciones de trigo y cizaña que pueden presentarse
2.     Buscar aquellos bienes a los que podemos estar llamando males y aquellos males a los que quizá llamamos bienes.
3.     Orar juntos ante las cosas que hoy no se pueden cambiar y pedirle a Dios fuerza, paciencia, misericordia, y luz para descubrir el momento en que sí se puedan cambiar
4.     Hacer un programa de trabajo en pareja para ver cuál es el trigo que hay que hacer crecer en la propia familia
5.     Analizar en qué hay que tener paciencia en este momento concreto de la vida personal o matrimonial, no como quien ignora la seriedad de los asuntos sino como quien sabe que el camino no es siempre corto.

jueves, 4 de noviembre de 2010

EL MATRIMONIO: DE LA CIZAÑA AL TRIGO (II)



2. La presencia de la cizaña
25 Pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. 26 Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña.


Con todo, no podemos negar la presencia del mal. El mal que en el matrimonio proviene de diversas fuentes. A veces proviene de los hábitos que se han adquirido a lo largo de la educación en los años previos. A veces proviene de las decisiones equivocadas que se han tomado, tanto a la hora de hacer el compromiso, como a la hora de establecerlo y vivirlo. A veces proviene de la aceptación de estilos y modos, que van en contra de lo que los dos han determinado como valores prioritarios en la familia.
Tarde o temprano, aparece la cizaña. La cizaña es parásita, se alimenta del bien que hay en el matrimonio, crece a su lado, pero no sirve como alimento del ser humano. Es difícil que podamos eludir que se haga presente en el campo de la vida. Como dice Juan Pablo II: la injusticia originada por el pecado —que ha penetrado profundamente también en las estructuras del mundo de hoy— y que con frecuencia pone obstáculos a la familia en la plena realización de sí misma y de sus derechos fundamentales.
Así, la cizaña penetra profundamente en la realidad humana, poniendo obstáculos a la familia y al matrimonio en la plena realización de sí mismos y destruyendo su capacidad de dignificar al ser humano. La cizaña penetra en la estructura matrimonial y apaga la fidelidad, debilita la fortaleza, fomenta el egoísmo, hace crecer el individualismo, oscurece la conciencia moral, nubla el juicio sobre lo necesario y prudente en las decisiones que se toman o en las actitudes que se asumen.
Además, la cizaña ciega la capacidad de ver los derechos del otro, los derechos de los hijos, la dignidad de la otra persona y las consecuencias que esta dignidad tiene en la vida diaria. La cizaña nada más permite verse a uno mismo, pensar para uno mismo, desplaza a los demás de la propia vida, de las propias decisiones y del propio corazón.
El pecado origina una grave injusticia en el matrimonio, injusticia con el cónyuge, injusticia con los hijos, injusticia con las promesas realizadas, injusticia con las personas que confían en uno. Es la injusticia que proviene del egoísmo, de la soberbia, de la búsqueda del propio placer, por encima de la dignidad de los demás, de la avaricia que se infiltra y endurece los corazones, de la falta de caridad que destruye a los otros en la propia vida.

3. Llamar a las cosas por su nombre y autor
27 Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: “Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?”. 28 Él les respondió: “Esto lo ha hecho algún enemigo”.


El primer paso para combatir la presencia de la cizaña en la propia vida, es su reconocimiento como un daño para la familia y para el matrimonio. Es un daño que no debe sorprendernos, dadas las características de fragilidad del ser humano. Un daño que uno no esperaría, un daño que uno no querría, pero no por ello, un daño menor. Pero sigue siendo un daño.
Un daño que además lo hace un enemigo. Es decir, no es un daño para nuestro bien, es un daño para nuestro mal, para destruir el bien que es el matrimonio y la familia, para destruir el bien que es la plenitud personal, la realización propia, la santidad del corazón. Mientras no veamos al mal como un enemigo, como fruto de un enemigo, será muy difícil combatirlo, cambiarlo, derrotarlo. El problema es que muchas de los criterios de nuestro entorno no solo minimizan el mal, también lo justifican, incluso lo proponen como camino de realización personal. Y entonces es imposible salir de él. No es una cuestión de juzgar puritanamente a nuestra sociedad o a los males que descubrimos en nosotros, es una cuestión de llamar a cada cosa por su nombre con gran realismo.
“El discípulo le pregunta al maestro: Si Dios viera a los buenos blancos y a los malos negros, ¿cómo me vería a mí? Y el maestro respondió: A rayas…”. Nadie es perfecto, como en esta historia. Pero tenemos que distinguir las rayas de la vida, para saberlas poner en su lugar y manejarlas adecuadamente.
Solamente cuando vemos el mal como mal, y como fruto de un enemigo del matrimonio, se puede comenzar un camino de conversión, de cambio, de mejora en el matrimonio, solamente así se puede establecer una renovación en la vida conyugal. Este cambio comienza con la reconstrucción de la mente (hay algo malo) y del corazón (no quiero eso malo que hay). Este cambio sigue con el crecer interior de la oposición al mal en nuestro interior, en modo serio, exigente, progresivo. Mientras la conciencia justifica el pecado o el mal, seguiremos confundiendo el trigo con la cizaña.
(...)

jueves, 28 de octubre de 2010

EL MATRIMONIO: DE LA CIZAÑA AL TRIGO (I)

EL MATRIMONIO DE LA CIZAÑA AL TRIGO


Es un tema común decir que el matrimonio está en crisis y señalar la facilidad con que las fracturas se hacen presentes en la existencia de los cónyuges. Por otro lado, la vida de hoy tampoco ayuda mucho a que el matrimonio sea estable, pues, aunque suene a tópico, las tentaciones son abundantes y el paso del tiempo no siempre es una solución, al contrario, a veces es un agravante. ¿Por qué? Porque uno se cansa, circula por senderos distintos, y lo que en un momento fueron líneas convergentes, se transforman en derroteros divergentes.
A esto se añade la presencia del pecado en la vida matrimonial, el pecado del egoísmo, el pecado de la comodidad, el pecado de la soberbia, el pecado del materialismo. En ocasiones este pecado se hace estructura y se perpetúa de modo cotidiano, y otras veces, el pecado se hace presente como una realidad que nadie puede eludir, por los problemas de la vida, la presión de ciertas situaciones, la imposibilidad de encontrar otra salida a los problemas.
Es la parábola de la cizaña y el trigo vivida en el matrimonio. Todo parecía ir bien, hasta que empezó a ir mal. En tiempos de Jesús, esta parábola sale al paso del desconcierto por parte de los discípulos ante la convivencia entre el bien y el mal, y la aparente indiferencia de Dios ante esta situación… Pero su lectura es más amplia, pues también recoge la confusión ante la presencia de “bien y mal” en la misma casa… Un problema siempre actual… ¿Cómo le podemos dar una solución a esto? Contemplar este pasaje de San Mateo nos puede dar algunas pistas.

MATEO 13, 24-30
1. Un buen campo para una buena semilla
Y les propuso otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo;


A veces podríamos pensar que todo está mal, sin embargo tenemos que partir de una convicción: lo que se sembró en nuestras vidas fue bueno. Fue bueno el amor que atrajo a los dos, fue buena la intención que empujó al compromiso, fue bueno el interés por ser feliz con el otro y hacer feliz al otro, fue bueno el compromiso de construir juntos un hogar, fue bueno el deseo de que otras vidas vinieran a compartir la felicidad que tenían. A pesar de los muchos chistes que podamos hacer, el matrimonio es bueno y la semilla que la gracia de Dios siembra en él, también.
El matrimonio es una realidad buena, es una semilla buena, sembrada en la vida de los cónyuges, para que puedan vivir la vida común. El campo, que es la existencia de los cónyuges, recibe el día del matrimonio el don de Dios, como una presencia especial, para que su amor los construya todos los días de la vida, para que la fidelidad cuente con la seguridad de ser más fuerte que el pecado, para que el respeto sea la ley entre los esposos, para que la perseverancia selle la plenitud de la familia.

martes, 19 de octubre de 2010

EL BIEN PRECIOSO DEL MATRIMONIO Y LA FAMILIA (III Y FINAL)

51 ¿Comprendieron todo esto?». «Sí», le respondieron. 52 Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo».



La riqueza del matrimonio y la familia no sirve nada más para uno mismo. Familias sanas generan hijos sanos, familias sanas generan ambientes sanos, familias sanas estimulan a que familias que no lo son tanto, se animen a emprender caminos diferentes. Todo esto nos hace ver que el bien que es la familia no se queda estático en el interior de un confortable hogar, sino que se multiplica en su entorno en una difusión del bien. Por eso, el bien de la sociedad, está ligado al bien de la familia. Esto es algo que debe comprender cada familia y, en la medida de lo posible, cada miembro de la familia. El bien que se tiene no es para uno mismo. El bien que se tiene es para todos. La clave está en tener la sabiduría para saberlo administrar, para saberlo entregar a las siguientes generaciones, para saberlo entregar a quienes lo necesitan de tal modo, que lo puedan recibir.
La parábola final nos habla de cómo se puede hacer esto. Parecería que es cuestión de aprenderse un manualito de procedimientos, que se aplican como se aplica una receta de cocina. Jesús nos deja claro que no basta con comprender. La expresión “escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos” es una llamada a integrar de modo activo a la propia vida, los valores que el evangelio puede aportar a la sociedad, en este caso, es una llamada a integrar a la propia vida los valores que el evangelio siembra en la familia y que se hacen parte de su “genoma”. Estos valores tienen consecuencias muy importantes, pues revitalizan la familia, la enriquecen en todas sus dimensiones, la renuevan ante los desgastes normales de lo cotidiano.
Pero hay algo más. Los valores del evangelio que hacen brillar con plenitud el bien del matrimonio y de la familia, hacen de la persona alguien capaz de dar respuestas a todas las situaciones. Alguien capaz de sacar siempre el bien de todas las circunstancias, alguien capaz de revertir los procesos negativos para revitalizar situaciones que empujaban a la disgregación. Esto es lo que significa ser “escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos”. El matrimonio requiere de la adquisición de esta sabiduría, el matrimonio y la familia requieren de esta renovación, que no viene de otra parte más que de la riqueza interior de quienes la componen.

LÍNEAS CONCLUSIVAS

·         No perder de vista la riqueza del don que se recibe al ser llamado a formar un matrimonio y una familia
·         No dejar a la casualidad la construcción de la familia
·         Formarse como profesionales de los valores de la familia
·         Redescubrir con frecuencia el rico significado del plan de Dios sobre la familia y el matrimonio
·         Es parte de la realidad el encontrarse mezclados los bienes y los males
·         Ejercer constantemente una tarea de discernimiento de lo que se recibe
·         La fuerza que viene de Cristo permite separar de la propia vida, del propio matrimonio y de la propia familia, el bien del mal
·         con la ayuda de la gracia de Dios el ser humano puede realizar en medio de las luchas la plenitud de su vocación al amor.
·         La riqueza del matrimonio y de la familia es un bien para el entorno porque el bien de la sociedad está ligado al bien de la familia.
·         Integrar a la propia vida los valores del evangelio tiene como consecuencia la revitalización de la familia
·         Descubrir el bien del matrimonio y la familia hacen capaces de responder con una riqueza especial a las diversas situaciones de la vida

sábado, 16 de octubre de 2010

EL BIEN PRECIOSO DEL MATRIMONIO Y LA FAMILIA (II)

47 El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. 48 Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. 49 Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, 50 para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.



Cuando se tiene la mirada clara sobre una realidad, es más fácil discernir lo bueno o lo malo que hay a su alrededor, lo que le puede dañar o beneficiar. Es más fácil discernir lo que dentro de esa misma realidad está funcionando de modo adecuado, o por el contrario, está dañando a todo el resto.
La parábola de la red barredera parte de una realidad humana. No siempre podemos recoger sólo cosas buenas en la vida. Debido al carácter frágil de las personas, debido al entorno fracturado en que vivimos y del que no es sencillo desprenderse, debido a los problemas naturales de una realidad limitada, no todo lo que se recoge en la red es igual de valioso, incluso a veces puede ser dañino. La escena que Jesús cuenta, tuvo que haberla visto miles de veces en el mar de Galilea. El trajín de la pesca, el esfuerzo tempranero de los hombres por traer a la orilla el fruto de un duro trabajo a lo largo de la noche, la suma de cansancios a la hora de tener que seleccionar los pescados que se iban a vender en el mercado, el desecho de lo que no sirve que, siendo necesario, llena de una cierta desilusión por el esfuerzo que se ha desperdiciado en lo que no vale.
La red del matrimonio y la familia, en el mar del mundo no puede evitar recoger lo que en el mundo hay. Muchas de esas cosas son buenas. Otras no lo son tanto. Otras son definitivamente nocivas para la familia. El matrimonio arrastra con todo eso, en un difícil esfuerzo cotidiano, que hay que enfrentar con realismo. No es posible aislarse, pero no es posible permitir contagiarse.
Todo lo que hay en la red son peces, pero no todo lo que hay en la red lo puedo llevar al mercado de la vida. Todo lo que una familia recibe a lo largo de cada día se queda en su red: los egoísmos, las perezas, los cansancios, las iras, las avaricias, las prepotencias, las fallas de la psicología, los arranques de la afectividad, los momentos de entrega, los actos de generosidad, los esfuerzos llenos de sacrificio, las luchas por ser mejores, los actos de bondad, los desprendimientos personales, los actos de servicio, las superaciones personales, los actos de dominio propio,… los pescados son muchísimos, pero no todo se puede vender. No todo se puede aceptar para el mercado de la construcción de la familia y de la vida de pareja. Hay que sentarse a discernir lo bueno de lo malo. Hay que tomar la decisión de no meter en la canasta lo que no sirve. De otro modo se va deformando y a veces incluso destruyendo la familia, porque se deforma o destruye la propia persona, la capacidad de relación, la orientación hacia el bien de todos.
Esta parábola llena de esperanza, porque nos habla de la posibilidad de separar el bien del mal, de la posibilidad de que no sea el mal lo que se queda en la canasta de nuestra existencia. Esto es una buena noticia para el matrimonio y la familia, para las personas que lo forman y pueden haber caído en el desánimo, para quienes con un cierto temor se acercan a construir en la propia vida un matrimonio y una familia. Este evangelio nos dice que es posible conseguir que, en la canasta de la propia existencia, se haya separado el mal del bien.
Este evangelio nos dice que en medio de los problemas naturales, lógicos, reales, la familia puede seguir siendo motivo de esperanza cuando tiene sólidos los criterios de discernimiento ante las realidades que vive. Pero para esto es necesario la aceptación y la vivencia de una serie de valores que no nos vuelvan ciegos, indolentes, desanimados, incapaces. Son los valores del evangelio, los valores de un estilo de vida según Cristo que mantienen nuestra conciencia luminosa, nuestra voluntad fuerte, nuestra afectividad vigorosa, nuestra capacidad de tomar decisiones fuerte. Porque estos valores están basados en la certeza de que con la ayuda de la gracia de Dios el ser humano puede realizar en medio de las luchas la plenitud de su vocación al amor.

viernes, 15 de octubre de 2010

EL BIEN PRECIOSO DEL MATRIMONIO Y LA FAMILIA (I)

INTRODUCCION
Estamos en una sociedad muy compleja y contradictoria, que defiende y ataca las mismas cosas al mismo tiempo. Es una sociedad que reconoce los bienes que tiene, pero al mismo tiempo los pisotea. Se defiende el matrimonio y se le ataca buscando que cada vez tenga menos valor y compromiso, se defiende a los niños y se les ataca con leyes que los hacen cada vez más vulnerables a muchos tipos de manipulación, se defiende a la mujer y se la ataca con agresiones que la rebajan cada vez más a la condición de objeto de uso, se defiende al hombre y cada vez se le despoja más de su fuerza  interior. El problema está en que no nos demos cuenta de lo que sucede y nos contagiemos de este mismo virus. Por eso es importante el fortalecimiento de las defensas interiores, que consiste sobre todo en el fortalecimiento espiritual que nos pone alertas, nos da vigor, nos ilumina los caminos y nos orienta hacia visiones diferentes de la vida.
Ahondar sobre EL BIEN PRECIOSO DEL MATRIMONIO Y LA FAMILIA, y hacerlo a la luz de Dios, no es caer en reflexiones melosas sino encontrar la riqueza de la estructura que constituye la columna vertebral de quienes reciben el don del matrimonio en su vida. Las cuatro parábolas con las que termina el capítulo trece de San Mateo nos pueden ayudar a descubrir este bien, a discernir su salvaguardia y a tener elementos para protegerlo en lo cotidiano.

EL SENDERO DEL EVANGELIO (Mateo 13, 44-52)

44 El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.  45 El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; 46 y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.


Se puede perder de vista la riqueza de los dones que se reciben. Los seres humanos podemos dejar de valorar las cosas a causa de su frecuente uso, o de que nos enredamos en otros asuntos, o de que consideramos que no las podemos perder. Sin embargo, cuando vemos lo que otros aprecian aquellas situaciones o personas a las que nosotros casi no damos valor práctico, podemos renovar nuestra jerarquía de valores.
Estas parábolas que san Mateo recoge de la boca de Jesús tienen  un esquema parecido. Un personaje, el encuentro con algo de altísimo valor, un sentimiento de plenitud, una decisión que compromete de modo fundamental, el alcance del objetivo propuesto. Pero también hay algunas diferencias.
·         La parábola del tesoro en el campo da la impresión de que todo es fruto de la casualidad, lo que se encuentra vale objetivamente más que lo que se tiene, la posesión que se adquiere lo convierte en hombre más rico.
·         La parábola de la perla deja muy claro que el personaje tiene una misión en la vida, que se cumple cuando encuentra la perla fina. No es fruto del azar que la encuentre, pues a eso está dedicado de modo profesional. La perla encontrada vale más que todo lo que se tiene porque cumple el sentido de la vida del comerciante.
·         Es como si el evangelio diera un paso entre dos niveles. El nivel de lo que valen las cosas y el nivel de lo que valen las cosas para mí. Estos dos niveles se aplican a muchas realidades de la vida humana.
Muchos valoran el matrimonio y la familia, ven en ella la realidad a la que aspiran, con la que quieren tejer su existencia, con la que se ven viviendo a lo largo de los años que puedan llegar a tener. Con frecuencia estas mismas personas consiguen construir una buena familia, armoniosa, estructurada, fuerte ante a los sobresaltos y vaivenes de la vida, semillero de nuevas vidas humanas bien educadas para tomar su camino y estructurar su existencia en el futuro. Esto hace que el matrimonio y la familia sean un bien precioso para estas personas.
Sin embargo esto, siendo importante, no es suficiente. La vivencia del bien precioso que es el matrimonio y la familia, no se puede dejar a la improvisación. Requiere de una planeación, de una experiencia, de una búsqueda programada, de una valoración renovada, de una jerarquía de valores decidida, renovada, asumida como propia, defendida, acrecentada.
Esto se produce cuando se descubre todo lo que vale el tesoro o cuán valiosa es la perla. Esto se produce cuando el tener algo valioso y tenerlo en abundancia no nos hace caer en el derroche. Esto es posible cuando de modo habitual no se pierde el significado profundo del don del matrimonio y de la familia en la propia vida. Juan Pablo II diseñaba así esta perla preciosa: Queridos por Dios con la misma creación, matrimonio y familia están internamente ordenados a realizarse en Cristo y tienen necesidad de su gracia para ser curados de las heridas del pecado y ser devueltos «a su principio», es decir, al conocimiento pleno y a la realización integral del designio de Dios. (Juan Pablo II, Familiaris Consortio, 3)
Siguiendo estas palabra del Papa podríamos diseñar la riqueza del matrimonio y de la familia de este modo:
·         El matrimonio y la familia son parte del amor con el que Dios crea al mundo.
·         El matrimonio y la familia se encuadran y alimentan dentro del misterio de amor y relación que Dios vive en su interior. Amor y relación infinitos entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo.
·         El matrimonio y la familia han sufrido el misterio del pecado en su íntima estructura
·         El matrimonio y la familia se renuevan con la gracia de Dios, (presencia, fortaleza, reordenamiento, cimiento, vigor) es decir con la presencia de Dios mismo en ellos.
·         Esta presencia devuelve al matrimonio y a la familia a su realidad original llena de riqueza
·         De este modo se conoce y se realiza todo lo que el amor de Dios diseñó para el matrimonio y la familia.