jueves, 27 de diciembre de 2012

EL CAMINO QUE LLEVA A BELEN... Y A NAZARET



Introducción 
Posiblemente el tiempo de Adviento y Navidad es el tiempo que más marca los estilos de la vida de las familias. Es muy llamativo cómo cada familia tiene una forma de celebrarlo, pero también cómo nuestra sociedad nos marca lo que tenemos que hacer en estos días. Y por eso no es raro que las familias se vean como obligadas a asumir unos estilos de vida que originalmente no hubieran querido tenerse. El materialismo, el consumismo, el stress, la exageración, parecen que se imponen en todo. Sin embargo, esta época es solo un síntoma de cómo, a lo largo del año, este problema se hace presente en lo cotidiano. Cuántas decisiones toma una familia en contra de sus valores y convicciones. Qué gran presión tienen los jóvenes, los esposos, los padres, a la hora de afrontar el modo cotidiano de comportarse. Por eso la familia tiene que atreverse a preguntarse si el estilo de vida que tiene es el que quiere o el que se le impone. Hoy son muchos los estilos de vida que intentan sobreponerse a los valores familiares y a veces podemos perdernos en las opciones que tomamos en la familia. El Adviento y la Navidad nos ponen delante de los ojos un marco de referencia, el marco de referencia de la familia de Nazaret, que vamos contemplando en sus decisiones y líneas de comportamiento. Casi podríamos decir que desde el 17 de diciembre hasta el 6 de enero, son tres semanas en las que tenemos delante de los ojos el modelo de la familia que Dios quiso elegir para vivir entre nosotros. Una familia que vivió en un ambiente en el que tuvo que descubrir cómo debía ser para ser fiel a sí misma y, de este modo, ser fiel al querer de Dios. Contemplar el estilo de la Sagrada Familia no es solamente una romántica perspectiva para este tiempo de fin de año, sino que se debería convertir un prototipo del modo en que podemos desarrollar la vida familiar cotidiana. 


1. El estilo de la Sagrada Familia 
La Sagrada Familia tal y como se nos muestra en la Sagrada Escritura tiene un estilo muy sencillo: el estilo que nace de la capacidad de recibir y compartir todo con el otro. El origen de la Sagrada Familia radica en la venida de Jesús al mundo y en la capacidad de recibir, de acoger que tienen José y María. Las palabras que dice María ante el anuncio del ángel lo manifiestan: “hágase en mí”. También esas son las palabras que escuchará José: “no tengas miedo de recibir a María”. Ese será el estilo de la vida en Belén y en Nazaret: ver lo que sucede y guardarlo en el propio corazón. Al mismo tiempo, la familia de Jesús es una familia que comparte todo: Jesús comparte con ellos su divinidad, la presencia de Dios entre nosotros, comparte con ellos la misión que el Padre le ha encomendado y que les hace modificar sus planes en torno a la voluntad de Dios: el matrimonio virginal, la ida a Belén, la huida a Egipto, el regreso a Nazaret… son todos momentos que nos hablan de una familia que va al ritmo de Dios en su vida. Jesús comparte con José y María la misión que él mismo ha recibido, la misión de amor y la misión de ponerse al servicio de la salvación de los hombres. 
Este modo de ser se lleva a cabo, otro rasgo de la familia de Nazaret, en medio de la vida diaria. Jesús viene al mundo, pero no lo hace en lo extraordinario y llamativo, sino en el silencio, en la total inmersión en la vida cotidiana de una familia judía del siglo primero de nuestra era. Podríamos decir que no son José y María los que cambian su estilo, sino que es el hijo de Dios quien se adapta al estilo de sus padres en la tierra. La familia de Nazaret es, por lo tanto, una familia que recibe, una familia que comparte, una familia que vive en medio de su tiempo y cultura. Es llamativo que el plan de Dios sea hacer que Jesús atraviese todas las experiencias normales de un ser humano, en su nacimiento, en su infancia, en su juventud… en todo igual a nosotros, menos en el pecado. Jesús tiene que vivir muchas de las experiencias humanas normales para santificar toda la vida de la familia humana. El se hace uno de nosotros, entra en una familia humana, vive treinta años de normalidad sencilla ante los hombres, que no notan nada raro en el hijo de la familia de José y María, convirtiéndose así en un testimonio de lo importante de lo “no importante” en la vida de la Sagrada Familia. 
En ese contexto de familia normal, Jesús va creciendo. Primero en las entrañas de María, luego en la oscuridad de Belén, después en la normalidad de Nazaret. La Sagrada Familia es así el ámbito en que Jesús va desarrollándose en sabiduría y gracia, nos dice la Sagrada Escritura. Es decir, es en ese ámbito donde Jesús va desarrollando todos sus dones humanos y todos sus dones divinos. Su vida de familia, sin mayores estridencias, le permite este progreso. El evangelio nos muestra paso a paso, como Jesús, la Palabra que viene de lo alto, el Hijo del Padre, asume nuestra humanidad: se hace niño, crece como un muchacho en una familia, vive la experiencia de la religiosidad y de la ley, participa en la vida cotidiana marcada por los días de trabajo, el descanso del sábado, el calendario de las fiestas. El «hijo del Altísimo» hace la experiencia de la fragilidad y de la pobreza, rasgo normal de la vida de Israel en su época. Los personajes que aparecen en su entorno son gentes que tienen como rasgo central su anhelo de hacer presente a Dios en su vida: los pastores, los sabios de oriente, Simeón y Ana que lo encuentran en el templo. Jesús no nace en el poder y en la riqueza, en la abundancia y en el aplauso. Desde el principio, tendrá que experimentar el misterio del rechazo por parte de los seres humanos y aprender a ser humano tocando nuestra miseria. El estilo de la familia de Nazaret es no dejar de lado la realidad de la vida, con su cara no siempre agradable, pero, al mismo tiempo, con una profunda confianza en Dios. 
La experiencia de la familia de Nazaret es de una plena compenetración con la vida humana. Así, en ella, Jesús aprendió las palabras de los hombres, las relaciones familiares, la experiencia de la amistad y de la conflictividad, de la salud y de la enfermedad, de la alegría y del dolor. La familia de Jesús hace que cada cosa que se vive, pueda convertirse en un lenguaje con el cual Dios habla y en el cual a Dios se le escucha. Jesús, como palabra de Dios, nos hablará en esas realidades que el mismo había vivido antes. Es importante recalcar que el estilo de la familia de Nazaret es el de la humildad y el ocultamiento, es decir, el estilo de la mayoría de los seres humanos. Es también en la sencillez de Belen y Nazaret donde se produce el don del amor mismo de Dios, es en la vida sencilla de José y María donde Jesús aprende a descubrir el rostro paterno de Dios. 
Otro rasgo importante de la familia de Jesús es que vive su estilo en su contexto histórico concreto, sufre las vicisitudes económicas, políticas, sociales de la época en la que se encuentra. Jesús vive a fondo su realidad histórica. Asimismo, Jesús vive en una familia marcada por la espiritualidad judía de fidelidad a la ley, que se convertirá en el marco de referencia de encuentro con Dios durante toda su vida. Nada nos hace ver que la familia de Nazaret se excluya de su ambiente, y, al mismo tiempo, vemos que la familia de Nazaret vive su identidad propia en medio de ese ambiente. 

2. La familia un estilo de ser sagrados 
La contemplación que, a lo largo de todo el periodo de Adviento y Navidad, haremos de la Sagrada Familia, se convierte en una invitación a trazar un camino para nuestras familias, de tal modo que podamos poner los puntos de referencia esenciales que marquen el estilo de la familia cristiana. No se trata de ser diferentes, como lo vimos en la familia de Jesús. Se trata de vivir la propia identidad en medio del mundo, en que la familia se encuentra. 
Por eso, el primer rasgo de una familia cristiana que mira a la familia de Jesús, es el de ser un ámbito en el que se recibe a la persona y se le ayuda a caminar hacia su plenitud. La familia no es solo el lugar donde se recibe la vida física, sino también es el sitio en que cada persona se va desarrollando hasta lograr lo mejor de sí. Para esto, cada familia tiene que ser capaz de preservar la propia intimidad, de acompañar con respeto la historia de cada uno, de sembrar y cultivar aquellas tradiciones familiares que enriquecen a todos, de ser fuente de confianza en medio de las circunstancias de la vida, de ser motivadora de la esperanza en el Señor. La familia humana camina en un estilo “sagrado” cuando descubre, valora y comparte los dones recibidos por cada miembro de la misma, cuando se convierte en un lugar de equilibrio en medio de las tensiones diarias del trabajo, cuando llena sus relaciones de afecto y caridad, cuando empuja a sus integrantes a vivir con compromiso y gratuidad mutuas. Esto convierte a la familia en lugar de descanso y de impulso, de llegada y de partida, de paz y de proyecto, de ternura y de responsabilidad. 
Sin embargo, esto no excluye que en muchas ocasiones la familia tenga que hacer frente a presiones externas en las que será difícil lograr lo que se ve como ideal y tendrá que vivir en medio de situaciones que duelen al corazón o a la conciencia. Pero, aun en estas situaciones, la familia cristiana como la Sagrada Familia tiene en su interior la certeza de que puede redimir el mal que enfrenta o con el que convive. Como la sal del mundo, la familia tiene que estar presente en todas las situaciones buenas o malas, para potenciar las buenas y para purificar las malas, con su acción, su testimonio y su oración. 
La familia cristiana puede llevar al crecimiento de cada uno de sus miembros pues genera unos vínculos de afecto, de seguridad, que permiten a sus integrantes crecer en medio de las circunstancias concretas de la vida y así responder a los retos que las circunstancias presentan. El entorno de familiar aporta beneficios muy importantes no solo a la dimensión física, también a la psicológica y la espiritual. La familia hace que los vínculos construyan a las personas: los vínculos del afecto, los de la dimensión religiosa, los de las raíces de la cultura en la que se vive, las personas que rodean, los entornos cotidianos y las posibilidades del futuro. 
Nuestra humanidad la forja una familia, con sus riquezas y sus fragilidades, por eso, la familia que mira al hogar de Nazaret desarrolla la vida de pareja con un estilo singular, que se transmite a los hijos a fin de que se difunda en la sociedad y en la comunidad de la Iglesia. 

3. Los caminos de mi familia hacia Nazaret 
Los días de Adviento y Navidad, y la oportunidad que dan de contemplar el hogar en el que vino a nacer Jesús, son una magnífica ocasión que cada hogar tiene para valorar el tesoro de su identidad que se concreta en su vida. Por ello, la contemplación de Belén y Nazaret conlleva propuestas que una familia puede llevar a cabo en su progreso cotidiano. Esto supondrá, en primer lugar, que la familia luche por tener menos dispersión y más encuentro, menos prisas y más diálogo, menos cosas y más presencia de los miembros de la familia en la casa. Un cuidado particular tendrá que tener la familia en analizar el modo en que lleva los comportamientos en la casa, el modo en que se estructura el hogar, la forma en que se llevan los estilos de comunicarse, el tipo de decisiones que se toman, las ilusiones y esperanzas que se cultivan, la cercanía en los sufrimientos que se atraviesan, las luchas que se sostienen, los proyectos que se comparten. 
La experiencia de la familia de Jesús es una experiencia de confianza, de libertad, de encuentro, de descanso, de compartir. La familia de José y María, que recibe y hace crecer a Jesús, es un lugar de encuentro del hombre con Dios, y también de encuentro del ser humano con el prójimo. La familia cristiana debe ser, por lo tanto, un lugar de encuentro entre hombre y mujer, de encuentro con el Señor en la oración, la Palabra de Dios y la Eucaristía. Además, como la familia de Jesús, la familia cristiana no puede encerrarse sobre sí misma, sino que debe abrirse a la comunidad y a la caridad. 
El amor que sostiene a la familia hace que, cada uno de sus miembros, lo prolongue hacia la acogida, el respeto, el servicio por todo hombre, movidos además por el mandamiento cristiano del amor. Esta caridad se traduce en el compromiso de promover una auténtica comunidad de personas, que difunde en todos sus ambientes un estilo más humano y fraterno de relaciones. El esfuerzo de la familia cristiana por reflejar a la familia de Nazaret tiene una manifestación muy especial en la solidaridad con el hermano que es pobre, débil, sufre, o es tratado injustamente. En esas oportunidades, la caridad de la familia sabrá y enseñará a descubrir el rostro de Cristo en un hermano al que hay que amar y servir. De este modo, la venida de Jesús a la familia de Belén no se limitará a ser un evento de tiempos pasados, sino que será un fermento de vida nueva en el corazón de cada familia. 

PREGUNTAS PARA LA PAREJA DE ESPOSOS 
¿Nuestra familia mira de vez en cuando el modelo de la Sagrada Familia para vivir las distintas dimensiones humanas y cristianas? 
¿Qué decisiones tomamos para que la familia sea espacio para crecer en sabiduría y gracia de Dios? 
¿Qué tipo de vínculos familiares, afectivos, religiosos, alimentan el crecimiento de la pareja y de los hijos? 

PREGUNTAS PARA EL GRUPO FAMILIAR Y LA COMUNIDAD 
¿Cuáles son los nuevos estilos de vida para la familia de hoy para vivir sus valores? 
¿Qué opciones y qué criterios guían las decisiones de familia en nuestra vida diaria? 
¿Qué dificultades comunicativas y sociales se deben afrontar para hacer de la familia un lugar de crecimiento humano y cristiano? 
¿Cuáles son las dificultades culturales que se encuentran a la hora de transmitir las formas de la vida buena y de la fe?

viernes, 19 de octubre de 2012

CRECER LA PERSONA, CRECER LA FAMILIA


RETIRO DE ESPIRITUALIDAD DE FAMILIA - OCTUBRE 2012


La familia es una obra de Dios, que es el creador del ser humano. Pero a veces, los seres humanos desfiguramos el proyecto que Dios tiene sobre nosotros. A veces por errores, otras veces es de modo voluntario como se desfigura la familia. Lo desfiguramos con nuestros pecados, también lo desfiguramos con nuestras fragilidades y con nuestros comportamientos involuntarios. Sin embargo Dios había creado algo diferente, pues Dios había propuesto un plan positivo para la familia. ¿Cuál es el rasgo central que Dios había propuesto? Se puede resumir en cinco palabras: VIO DIOS QUE ERA BUENO. La familia es algo bueno para el ser humano. Otra cosa es lo que nosotros hacemos con ella. De vez en cuando es positivo reflexionar sobre la imagen original del plan de Dios sobre la familia y sobre la actividad humana, porque así nos vuelve a quedar claro el ideal hacia el que tendríamos que tender, o vemos más claro en qué puntos podemos estar flaqueando en nuestra familia.


Lucas 12,22 Y dijo a sus discípulos: Por eso les digo: No se preocupen por su vida, qué comerán; ni por su cuerpo, qué vestirán. 23 Porque la vida es más que el alimento, y el cuerpo más que la ropa. 24 Consideren los cuervos, que ni siembran ni siegan; no tienen bodega ni granero, y sin embargo, Dios los alimenta; ¡cuánto más valen ustedes que las aves! 25 ¿Y quién de ustedes, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida? 26 Si ustedes, pues, no pueden hacer algo tan pequeño, ¿por qué se preocupan por lo demás? 27 Consideren los lirios, cómo crecen; no trabajan ni hilan; pero les digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de éstos. 28 Y si Dios viste así la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! 29 Ustedes, pues, no busquen qué han de comer, ni qué han de beber, y no estén preocupados. 30 Porque los pueblos del mundo buscan ansiosamente todas estas cosas; pero su Padre sabe que necesitan estas cosas. 31 Mas busquen su reino, y estas cosas les serán añadidas. 32 No temas, rebaño pequeño, porque su Padre ha decidido darles el reino. 33 Vendan sus posesiones y den limosnas; háganse bolsas que no se deterioran, un tesoro en los cielos que no se agota, donde no se acerca ningún ladrón ni la polilla destruye. 34 Porque donde esté su tesoro, allí también estará su corazón

LA PERSONA CRECE EN LA FAMILIA EN LA QUE CRECE LA DIGNIDAD
Quizá el primer punto, para seguir tomando como referencia el plan de Dios, en el que nos tendríamos que fijar, es si en la familia las personas se reducen a la categoría de objetos, de cosas que se pueden usar. Debido al estilo de vida de la familia, puede pasar que nos olvidemos de las personas y remarquemos las funciones. O sea, que, de pronto, las personas de mi familia sean más importantes por lo que hacen, por lo que aportan que por lo que son. Si el marido o la mujer aportan trabajo y dinero, entonces son buenos. Si los hijos aportan buenas calificaciones o trabajo, entonces son buenos. Esto nos puede pasar con todos los miembros de la familia.
 Sin embargo la dignidad de cada persona hace que no podamos establecer una verdadera relación con alguien, mientras sea motivo de uso, y no motivo de admiración. Cuando contemplamos algo bonito, somos capaces de descubrir su riqueza. Cuando contemplamos a un hijo, cómo es en su persona, es cuando podemos hacer algo por él. Sin embargo, cuando vemos al hijo solo como un motivo de satisfacción personal, solo como un motivo de enaltecimiento personal, corremos el riesgo de dejar de lado el valor que el hijo tiene en sí, para ver solo el valor que el hijo tiene para nosotros. Eso es utilizar al otro. Usar a alguien es robarle la belleza de su interior, porque es ponerlo al servicio de la propia conveniencia, en vez de tener la perspectiva de lo que es bueno para él mismo. Cuando usamos al otro dejamos de contemplar su belleza.
Una pregunta importante de la relación familiar no es ¿qué quiero yo de mis hijos? sino, ¿qué quiere Dios de mi hijo? ¿Para qué me lo dio? Esa misma pregunta aparece de cara al cónyuge. ¿Qué quiere Dios de esta persona que es mi esposo o mi esposa? En la familia son necesarios los momentos en los que la admiración del otro, de su trabajo, de su presencia, se hace consciente para descubrir su dignidad y su bien. Momentos en los que se rompe la tentación del consumismo y del utilitarismo no solo respecto a los bienes, sino también respecto a las personas. Cuando nos hacemos estas preguntas y las respondemos adecuadamente descubrimos que la presencia del otro en nuestra vida es muy buena, como dice la Biblia.

LA PERSONA CRECE EN LA FAMILIA QUE CRECE EN DIALOGO
El segundo aspecto que brota del primero es ser conscientes de que las relaciones con los demás, son siempre una especie de diálogo: es como si siempre apareciera la pregunta: ¿qué me dice mi hijo? ¿Qué me dice mi cónyuge? La esencia de la relación de Dios con nosotros es una palabra: EMPIEZA A EXISTIR. La esencia de nuestra relación con los miembros de nuestra familia es también el dialogo. Pero si yo reduzco al silencio al otro en mi familia, estoy matando lo que Dios quiso para él. En el momento en que callamos al otro, es como si lo hiciéramos nuestro sirviente, nuestro esclavo, que ya no tiene derecho a hablar, a ser persona. La posibilidad del dialogo es el símbolo de la dignidad y de la libertad del otro, símbolo de que el otro no puede ser reducido a un objeto.
Callamos al otro cuando lo hacemos un simple trabajador del hogar, en cualquier campo. Cuando lo reducimos a un trabajador que me reporta un beneficio. Esto puede sonar duro. Pero es un aspecto que tenemos que examinar en nuestro corazón. Cuando la persona no es tenida en cuenta por ella misma, la hago mi esclava. Toda relación en casa, debe llevarse siempre a cabo desde el respeto a la dignidad del otro, respeto que se vive dándole la seguridad de que a mi lado, en mi casa, siempre será querido. No hay cosa peor que una relación incierta, inestable, en la que uno de los miembros de la familia no sabe si mañana seguirá siendo lo que hoy es para el otro. Cuando no se da la estabilidad, la relación se hace de miedo, sin garantías. Una relación de miedo se hace estéril, porque, en el fondo, no tiene futuro. Todo lo que se lleva a cabo en la casa debe salvaguardar y promover la dignidad de persona de cada uno de los miembros de la misma.  Esto es especialmente importante cuando el otro atraviesa momentos difíciles, en sus relaciones, en su salud, en su desempeño profesional.

LA PERSONA CRECE EN LA FAMILIA QUE CRECE EN GRATUIDAD
En tercer lugar, la familia siempre tiene que garantizar la dignidad. Si se pierde la admiración por la dignidad del otro, se le convierte en un funcionario y el hogar deja de ser un lugar habitable y acogedor. En cierto sentido, podemos hablar de una ecología del hogar, es decir, de un respeto por el entorno que el hogar tiene que tener, evitando la degradación de las relaciones, la contaminación de los afectos, la despreocupación por los problemas ajenos. No podemos olvidar que todos somos responsables de todos en la casa. Todos somos responsables de todos en sus diversas tareas como miembros del mismo hogar. Esto se logra cuando la relación familiar se establece desde la gratuidad, es decir, desde el hacer las cosas no por lo que me reditúan sino por el bien de la persona con las que las hago. La gratuidad hace verdaderas las relaciones interpersonales y sociales. La gratuidad consolida los afectos familiares. La gratuidad es un rasgo esencial de la comunidad familiar humana. La gratuidad nace del cariño, nace del reconocimiento del otro.
La gratuidad pide respeto y también pide tiempo. ¿Por qué? Porque la gratuidad nos recuerda que el tiempo dado al otro puede ser más valioso que el tiempo que a veces llamamos productivo, el tiempo en que se gana dinero, se hace carrera, se consolidan influencias laborales. El tiempo dado al otro en familia  es un tiempo que nos hace personas enriquecidas por las relaciones humanas que la comunidad familiar genera. Si esto no se valora, si a esto no se le da importancia, siempre se corre el riesgo de dejar de lado lo que la familia es para uno. Ciertamente eso no es fácil por los ritmos de trabajo de hoy, que dictados por la economía del consumo, limitan hasta casi anularlos, especialmente en el caso de ciertas profesiones, los espacios de la vida común, sobre todo en familia. La presencia invadente de la tecnología en el hogar hace parecer que el progreso tecnológico en vez de aumentar el tiempo libre, lo reduce todavía más. Los frenéticos ritmos laborales, los viajes para ir al trabajo y volver a casa, reducen drásticamente el espacio para confrontarse y compartir entre los cónyuges y la posibilidad de estar con los hijos. Siempre queda el reto de vivir en el mundo moderno sin perder la riqueza de las relaciones humanas, familiares y comunitarias.

LA PERSONA CRECE EN LA FAMILIA QUE CRECE EN DESCANSO
En cuarto lugar descubrimos que la familia no un simple lugar de funcionamiento, sino que también es un lugar de descanso. Dios no solo crea. Dios también descansa. Más aún, la biblia nos habla de que Dios bajaba a descansar por la tarde con la primera pareja humana. Descansar en la familia no es solo no hacer nada. Descansar en la familia es tener los espacios en los que las relaciones entre los miembros de la misma no son de acumulación, sino de compartir, no son de predominar, sino de estar disponible, no son de tener más poder, sino de servir más. La familia es un lugar de descanso cuando en ella se cultivan las relaciones gratuitas de los afectos familiares y de los vínculos de amistad que nacen de provenir de la misma carne y sangre. En este sentido, la familia nos protege de ser vistos por los demás y también por nosotros mismos en función de algo, como si fuéramos un producto intercambiable por algo más.
Esto tiene una gran relevancia porque el descanso en familia permite no solo dar su lugar a las personas: También permite dar su lugar a Dios. Parte de la visión que tenemos que tener de nuestra familia, es verla en la perspectiva de Dios. Cuando la familia solo se ve desde lo que somos los seres humanos, estamos contemplándola como algo que un día se acaba. Cuando la vemos en la perspectiva de Dios, la estamos contemplando como algo que se perpetúa no solo en la carne y la sangre, sino también en la eternidad. La familia vista a la luz de Dios es un lugar de gratitud. Gratitud por el don del otro. Gratitud por el regalo de las personas que nos acompañan. Por eso el tiempo para Dios en la familia nos permite ver que no venimos nada más de un origen casual de dos personas que se encontraron, sino que venimos de un amor que nos pensó como somos en la eternidad. El tiempo para Dios en la familia es la experiencia de que la acción de Dios sigue viva entre cada uno de los miembros que la configuran. Sin Dios, la familia, se dirige a la nada. Con Dios, la familia surge de la nada por un gesto de amor, vive en ese gesto de amor y se perpetúa en esa dimensión de amor.
Si la familia tiene un tiempo para Dios, descubrimos que el otro, el esposo, el hermano, el hijo, son personas con las que me vincula algo más que la simple funcionalidad. Todo lo que hago, lo hago como una persona para otras personas. El pan que cada uno a su modo se gana trabajando, no es sólo para uno mismo, sino que da sustento a los demás con los que se vive, al tiempo que cada uno recibe un sustento de aquéllos con los que vive. Una visión así de la familia, hace que todo lo que en ella se lleva a cabo, tenga como fruto el nutrir la relación de los esposos entre sí y con la vida de cada uno de los hijos. Si el otro es para mí un hijo de Dios, descubro que, aun con mis debilidades, y aun con las suyas, no lo puedo tratar de cualquier manera. Lo tengo que tratar con justicia y tengo que buscar, junto con él, el bien común de toda la familia. Esto no debe sonarnos a filosofía abstracta sino a un comportamiento concreto que genere un bien mayor dentro de la familia. Desde este fundamento, se establece un serio compromiso para la construcción de la comunidad familiar, entendida como un ámbito en el que todos tenemos un sitio.

CONCLUSION
La armonía de la familia proviene en definitiva de un montón de factores, ordenados todos ellos a hacer mejor a la persona humana. La armonía de la familia no es tanto el hecho de que no haya problemas, cuanto el que en la vida de familia todos vayan creciendo según su propia identidad y desde la relación con la comunidad familiar. Ser capaces de servir y colaborar,  sin servirse de los demás ni transformar la individualidad en  individualismo, hace de las funciones que cada uno desempeña en la familia un motivo de reciproca bendición. Así todo lo que cada uno aporta lo hace en generosidad y en respeto. Así todo lo que uno recibe lo hace en gratuidad y gratitud. La oración en familia se hace así bendición no solo por lo que se recibe, sino por aquellos con quienes se comparten los bienes.

PREGUNTAS PARA LA PAREJA DE ESPOSOS
¿Nos sentimos realizados en el modo en que cada uno colabora al bien de la comunidad familiar dentro y fuera del hogar?
¿Dialogamos sobre cómo nos enriquecemos en aquello que hacemos dentro o fuera de la casa: en el servicio mutuo, en la escuela, en el trabajo?
¿Hay algo en el modo en que funciona nuestra comunidad familiar que entre en conflicto con nuestros vínculos conyugales y familiares?
¿Tenemos la costumbre de hacer presente a Dios en algún momento de nuestro día? ¿Qué significado damos a la bendición de los alimentos o a otro momento de oración en familia?

PREGUNTAS PARA EL GRUPO FAMILIAR Y LA COMUNIDAD
¿En nuestro ambiente se presta atención a evitar la utilización del otro en los servicios que presta?
En la Caritas in veritate Benedicto XVI habla de condiciones para un «trabajo decente» (CV 63) ¿hay algún modo en que podemos hacer más digno el trabajo que los demás hacen para nosotros?
¿Cómo podemos hacer más beneficioso el uso de las tecnologías para la mejora de la comunidad familiar?
¿Qué formas de idolatría del consumo están presentes en la sociedad en la que vivimos?

viernes, 21 de septiembre de 2012


DE LA DIFERENCIA A LA COMPLEMENTARIEDAD, UN CAMINO EN FAMILIA

RETIRO DE ESPIRITUALIDAD DE FAMILIA – SEPTIEMBRE 2012


1. LA DIFERENCIA, CAMINO DE LA SOLEDAD
Hoy día es complejo entenderse con el diferente. Todos hablamos de tolerancia, de comprensión. Pero a la hora de la hora, nos damos cuenta de que el diferente a mi, es visto como un enemigo mío. La diferencia se ve como un límite, como algo que me corta, que me impide ser yo mismo en plenitud. La diferencia se ve como un motivo de distanciamiento entre las personas, de modo que el otro es alguien de quien me alejo por el hecho de ser diferentes. Cuando esto se aplica a la familia, los problemas se agravan. Pues aunque en la comunidad familiar todos seamos iguales, es claro que todos somos diferentes. La primera diferencia comienza en los esposos. Dos psicologías, dos afectividades, dos modos de ser humano, dos educaciones. Si algo queda claro es que el varón y la mujer son muy diferentes.
De esta diferencia se puede servir el bien o el mal. El mal se sabe servir de la diferencia y la transforma en desconfianza, en incomprensión, en distancia. El mal al que también podemos llamar pecado, se encarga de hacer de la diferencia un motivo para oprimir al otro, para anularlo, o para justificar los propios egoísmos. En el ser humano, la diferencia al servicio del egoísmo, se hace dominio del otro, se hace falta de respeto al otro, afán de imposición de las propias visiones. En el ser humano, la diferencia al servicio del mal se hace imposibilidad de comunicación, se hace cerrazón de corazón.
El pecado hace que la diferencia se convierta en separación. Y entonces viene la soledad. Pero Dios había dicho que no era bueno que el hombre estuviera solo. Con lo cual, la diferencia al servicio del mal, hace que el ser humano camine por el camino de lo “no bueno”. La soledad hace más pesada la vida. La soledad siembra la amargura, la desilusión. La soledad impide salir adelante ante el reto del mal. El mal que se sirve de la diferencia, deja solo al ser humano, y, entonces, el ser humano es más débil y no tiene puntos de referencia para poder encontrar un camino de salida. La soledad encierra, pero no para proteger, sino para vaciar. Desde la soledad es más difícil vencer al pecado, pues es más fácil que el único horizonte sea el del propio egoísmo. Así podemos dar un tercer paso. La diferencia usada por el mal, no solo genera la soledad, sino que también genera la esterilidad. El solitario no puede engendrar, se ve condenado a no tener posteridad. El que esta solo, no tiene apertura a la vida, al futuro, a la esperanza. Aquí se impone un sencillo examen de conciencia sobre lo que puede suceder en la familia respecto a la aceptación del otro, y de este modo, analizar si estamos o no abriendo nuestra vida al que no solo no es yo, sino que tampoco es como yo.

2. LA DIFERENCIA, UNA APERTURA AL OTRO
 Si la presencia de la diferencia no es para la soledad, ¿entonces para qué es? En el plan de Dios, la diferencia entre el hombre y la mujer tiene una finalidad enriquecedora. Lo primero que descubrimos es que la diferencia no es un límite, sino una apertura, una posibilidad. Apertura a la riqueza del otro, posibilidad de multiplicarme por las cosas buenas que el otro tiene. La vida matrimonial y la vida familiar toman un camino totalmente diferente cuando nos damos cuenta de que el otro, precisamente por ser otro, es una riqueza para mi vida.
La presencia del otro en mi vida es una ocasión para el diálogo. El diálogo entendido no solo como intercambio de palabras, sino sobre todo, el diálogo entendido como intercambio de existencias, de interpretaciones de la vida, de sentidos de la historia propia. La presencia del otro en mi vida, me obliga y me enseña al diálogo. Al diálogo no solo con una persona humana, sino también al diálogo con Dios. No podemos dialogar con Dios a quien no vemos, si no somos capaces de dialogar con el hermano a quien sí vemos. La vida de trato con Dios necesita de la vida de trato con el otro.
¿Qué consecuencia tiene este diálogo? ¿Solamente se tratará de intercambiar puntos de vista, o de descubrir cosas muy interesantes en el otro? No. Hay algo más. El diálogo me permite descubrirme a mí, a mi en la verdad de mi ser. El trato con el otro es un espejo de mí mismo, me permite reconocerme con autenticidad. Quien se cierra al otro, acaba por no conocerse a sí mismo y por caminar en una ilusión de lo que uno es en verdad. La vida de matrimonio me descubre a mi mismo como yo soy en verdad y no como me imagino que soy. La vida de familia me hacer ver mis virtudes, mis capacidades, mis oportunidades, en definitiva, me hace entenderme como de verdad soy. Pero para esto, no me puedo cerrar al otro, ese otro que es el cónyuge, ese otro que es el hijo, o el hermano o el padre.

3. LA FAMILIA, APERTURA A LA AYUDA Y A LA COMPLEMENTARIEDAD
La apertura al otro permite descubrir un universo nuevo en la relación de pareja y en la vida de familia. El otro ya no se ve como un obstáculo, sino como una ayuda, el otro ya no se ve como un opuesto, sino como un complemento. Ayuda y complementariedad son los tesoros que abre la verdadera comprensión de la diferencia.
El hombre y la mujer, diferentes el uno del otro, se hacen mutua ayuda. La presencia del otro me da la certeza de que tengo un aliado en la adversidad. La adversidad, esa realidad que se hace constante en la vida humana. La adversidad que nace de los problemas externos, de las personas con las que se convive, o que son parte de la propia historia. La adversidad que proviene del misterio del dolor y de la muerte. Ante todo esto, el cónyuge se convierte en aliado, porque da consuelo, da compañía, da una mirada, una mano, que no solucionan ni disipan la adversidad, pero la hacen más llevadera. El ser humano necesita de la ayuda en la adversidad, pues muchas veces esta se hace más grande en la soledad, y a veces, incluso puede ser ocasión para llegar al pecado: al pecado por la fragilidad ante la tentación, o al pecado por la desesperación ante lo inmenso de la prueba. La presencia de otro que me ama, para el que soy importante, da una especial fortaleza, y sobre todo, otorga una gran esperanza de poder atravesar la dificultad. Esta ayuda no es algo abstracto, sino que se concreta en una persona y un tiempo. La ayuda que me otorga la otra persona no consiste solo en actos externos, sino que tiene el rostro de la comunicación con el otro, del poderle compartir mi interior, y del saber que el otro me abre su interior. El diálogo y la intimidad se convierten así, en las herramientas con las que los esposos y los miembros de la familia enfrentan la soledad y el pecado, que aparecen en la adversidad. El diálogo no son solo las palabras, sino también las miradas y la cercanía de los cuerpos. La intimidad no es solo la sexualidad, sino también el corazón y el espíritu abiertos al otro.
Por otro lado, decáimos que la ayuda se concreta en un tiempo, un tiempo que ha de ser exclusivo para la otra persona, un tiempo dedicado a compartir y a compartirse con el otro, un tiempo por encima de las ocupaciones, de los deberes, de las tareas, de los ritmos de trabajo, que llegan a ser extenuantes, quitan oportunidades y energías para el cuidado de la relación entre los esposos. La pareja y la familia necesitan la ocasión para el diálogo y la intimidad en el tiempo que podríamos llamar de la fiesta, que es la libertad de otra ocupación, la disponibilidad para estar “solamente y a solas” para el otro.
Si el primer elemento es la ayuda, el segundo es la complementariedad. El hombre y la mujer son complementarios en sus cuerpos, signo de que también los son en sus espíritus. El “lenguaje del cuerpo”, o sea, lo que los cuerpos nos enseñan de la complementariedad masculina y femenina, nos dice que hombre y mujer están llamados a una comunión entre si, a una unidad de sus vidas, de sus proyectos. Esta complementariedad manifiesta también que nosotros solos no podemos llegar a ser completos, que necesitamos a otro para serlo. De este modo, la necesidad del otro, manifestada en el cónyuge, nos invita a elevar la mirada a la necesidad del OTRO, la necesidad de una relación personal con el Creador que es también un ser personal. Relación personal que transforma la vida y que se hace santidad, es decir presencia de Dios en todas las dimensiones de la existencia. La complementariedad de los esposos manifiesta de este modo el misterio de Dios: Dios amor, Dios personal, Dios cercano, Dios que se da a sí mismo, Dios misericordioso, Dios dador de vida, Dios que hace con cada ser humano una alianza para siempre,…
La complementariedad es una de las grandes riquezas de la vida familiar y si se usa sin egoísmos, sin prepotencias, sin resentimientos, se hace una oportunidad maravillosa de plenitud para cada uno de los miembros de la familia. La complementariedad enseña tantas virtudes humanas y cristianas: la apertura, la humildad, la tolerancia, la comprensión, el correcto conocimiento de uno mismo y del otro, la misericordia ofrecida y recibida, la unión de las fortalezas y la superación de las debilidades, la caridad,…

En conclusión, la contemplación del hombre y la mujer creados por Dios para formar una sola carne de la que brota la familia, nos permite considerar el designio de Dios, que quiso que, en la pareja humana, más que en cualquier otra criatura, brillase su imagen. El hombre y la mujer que se aman con todo su ser, son la cuna que Dios ha elegido para depositar Su amor, a fin de que los seres humanos, que forman cada familia, puedan conocerlo, acogerlo y vivirlo, de generación en generación, en una relación que se hace experiencia y vida diaria.

PREGUNTAS PARA LA PAREJA DE ESPOSOS
1.    ¿Cómo vivimos el amor y la ternura en nuestra relación?
2.    ¿Qué obstáculos impiden nuestro camino de alianza profunda?
3.    ¿Nuestro amor de pareja se cierra sobre sí mismo o se abre a los hijos, a la sociedad y a la Iglesia? ¿Cómo sucede esto?
4.    ¿Qué pequeña decisión podemos tomar para mejorar nuestro entendimiento?
PREGUNTAS PARA EL GRUPO FAMILIAR Y LA COMUNIDAD
1.    ¿Cómo promover en nuestra comunidad el valor del amor esponsal, es decir del amor que se hace apertura, complementariedad y ayuda?
2.    ¿Cómo favorecer la comunicación y la ayuda recíproca entre las familias?
3.    ¿Cómo ayudar a aquellos que tienen dificultades en la vida de pareja y de familia por la falta de apertura de uno al otro?

miércoles, 20 de junio de 2012

UN DIOS VIVO EN UNA FAMILIA VIVA



FAMILIARIS CONSORTIO 59-62
La familia no puede vivir sin Dios. Si la familia viene de Dios, si él es su creador, su origen y su meta, no puede dejar a Dios al margen. Cuando se habla de esto, también tenemos que pensar que Dios no es un ente alejado, al que solo se le da culto externo. Dios es un ser personal, por eso la revelación cristiana nos habla de la trinidad de personas. Y como tal, requiere una relación personal. Esa relación personal es la oración. La oración alimenta la relación con Dios y la relación con Dios hace viva la oración. De aquí que la oración, como relación personal de la familia con Dios, sea algo vital para la familia. La oración, podríamos decir, es un alimento de la vida de la familia. Como un árbol se nutre de la savia, así la familia se nutre de sus raíces en Dios. Como un árbol da frutos, como parte de la vida misma para perpetuarse, así la familia necesita dar frutos que la hagan ir más allá de un presente inmediato, hacia la eternidad. La oración es parte constitutiva y esencial de la vida cristiana considerada en su integridad y profundidad. Más aún, pertenece a nuestra misma «humanidad» y es «la primera expresión de la verdad interior del hombre, la primera condición de la auténtica libertad del espíritu». Esto es lo que implica lo que a veces llamamos como vida de oración en familia, que no son rezos en familia, sino precisamente la oración como algo vivo y vivificador en la vida familiar.
Los protagonistas de esta vida, no pueden ser otros más que los mismos padres-esposos. De ellos depende que la vida de relación con Dios en la familia se inicie, se prolongue, continúe. Por ello, los esposos no deben dejar de lado su propia vida espiritual entendida como una relación que va de su persona a la persona del otro, y de la mutua relación a la relación con Dios. Como dice Juan Pablo II, la oración en familia es una oración hecha en común, marido y mujer juntos, padres e hijos juntos. La comunión en la plegaria es a la vez fruto y exigencia de esa comunión que deriva de los sacramentos del bautismo y del matrimonio. A los miembros de la familia cristiana pueden aplicarse de modo particular las palabras con las cuales el Señor Jesús promete su presencia: «Les digo en verdad que si dos de ustedes se juntan sobre la tierra en pedir cualquier cosa, se lo otorgará mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Es importante reconocer que la vida de oración en familia no es solo la suma de los rezos en familia, por muy laudables que sean estas prácticas, sino que es sobre todo una vida que se va desarrollando en modo armónico en la relación con Dios. La oración por tanto no es un accidente, una eventualidad, un plus del que se puede prescindir en la vida de familia, sino parte de su misma raíz.

PRIMER MOMENTO: EL CONTENIDO DE LA ORACION EN FAMILIA

Cap.11, 1 Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, ensénanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos». 2 El les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, 3 danos cada día nuestro pan cotidiano, 4 y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación».

La oración no es solo una repetición de palabras, aunque a veces esto sea lo que hacemos mejor. La oración es sobre todo un encuentro con alguien que nos pide que nos relacionemos con él. Cuando los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a orar, posiblemente estaban solamente buscando algunas fórmulas. Sin embargo, Jesús les entrega algo muy distinto. Les entrega una posibilidad de relacionarse con Dios como Padre, como alguien a quien hay que reconocer para la propia vida y como alguien que nos ayuda a reconocernos como lo que nosotros somos en nuestra vida. Tal y como nos le entrega san Lucas, el padrenuestro es una oración de cinco frases a diferencia de las siete de San Mateo.
Pero la estructura de la oración es muy semejante. Comienza con una invocación que ya en sí misma es un programa de relación: Dios es un Padre, por lo tanto alguien a quien nos une no cualquier cosa sino la vida misma. Con Dios no nos une algo abstracto, sino la vida misma que nosotros tenemos. Las peticiones incluyen todo lo que tiene que tener la oración: el reconocimiento de quién es Dios, el reconocimiento de quiénes somos nosotros, lo que él es para nosotros, lo que nosotros necesitamos de Él. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 804 y 805): El primer grupo de peticiones nos lleva hacia El, para Él: ¡tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad! Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquel que amamos. … El segundo grupo de peticiones son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la mirada del Padre de las misericordias. Se refieren a nuestra vida como tal, sea para alimentarla, sea para sanarla del pecado.
El Padrenuestro es por lo tanto el contenido de toda nuestra oración en lo concreto de la vida. En él encontramos todo lo que necesitamos. Lo que acompaña nuestro caminar concreto y hacia lo que se dirige nuestro corazón. Por eso el padrenuestro es la oración de la familia, porque en él se encierra todo el caminar de los esposos, de los padres, de los hijos, de los hermanos, en la misma vida de familia que se desarrolla en las diversas circunstancias, a través de las cuales Dios habla a cada uno y pide de nosotros una respuesta auténtica: alegrías y dolores, esperanzas y tristezas, nacimientos y cumpleaños, aniversarios de la boda de los padres, partidas, alejamientos y regresos, elecciones importantes y decisivas, muerte de personas queridas, etc., señalan la intervención del amor de Dios en la historia de la familia. Por eso, reconocer a Dios como Padre en la vida de familia, lleva también a la acción de gracias, la imploración, el abandono confiado de la familia al Padre común que está en los cielos. De la oración del padrenuestro concluimos que la dignidad y las responsabilidades de la familia cristiana solamente pueden ser vividas con la ayuda incesante de Dios, que será concedida sin falta a cuantos la pidan con humildad y confianza en la oración.

SEGUNDO MOMENTO: LA ACTITUD DE LA ORACION EN FAMILIA

5 Les dijo también: «Si uno de ustedes tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: "Amigo, préstame tres panes, 6 porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle", 7 y aquél, desde dentro, le responde: "No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos", 8 les aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite».

La oración requiere de una actitud fundamental: la certeza de que está basada en la amistad. Lo que el evangelio de Lucas nos deja ver es que la petición tiene como base la raíz de la amistad. Solo desde la amistad entendemos que la oración tiene un sentido. Pensar en una oración desde el miedo al castigo, o pensar en una oración desde el simple intercambio comercial es lo más alejado de la oración cristiana. La oración cristiana nace de la seguridad de que del otro lado hay un amigo que me responde, y en el que tengo la certeza de que me puede ayudar. Un amigo al que las dificultades no le impiden en última instancia estar a mi lado para llenar mis necesidades, pero sobre todo para mostrarme la autenticidad de su amistad por mí. Una amistad que nace de nuestra indigencia, de la conciencia de lo necesitados que somos y de la incapacidad que nosotros solos tenemos para enfrentar los problemas más profundos de la existencia. La oración cristiana brota de la profunda confianza en la amistad, no de los méritos que a veces podríamos tener o de los que podríamos carecer: El es amigo por encima de toda dificultad, es Bueno más allá de toda bondad: Porque el amigo al que buscamos es por encima de todo un amigo fiel que nos da la fuerza para ir más allá de nuestra fragilidad.
La certeza de la amistad nos lleva a saber que a quien nos dirigimos es cercano y comprende desde su corazón nuestras necesidades y sufrimientos. Por eso la oración en la noche de la vida al amigo nace de la confianza que nos pide ser activos en nuestras obras pero al mismo tiempo poner en sus manos toda inquietud agobiante y toda preocupación. Esta certeza no es solo racional, que se descubre por un conocimiento intelectual. Esta certeza es, sobre todo, fruto de la experiencia, y de modo particular, fruto del ejemplo que se ha visto y se ha vivido en la casa. Toca a los padres la hermosa tarea de educar a sus hijos en la plegaria, de introducirlos progresivamente al descubrimiento del misterio de Dios y del coloquio personal con Él. Los hijos aprenderán a descubrir en Dios un amigo al que se puede llegar a cualquier hora de la vida, porque se le conoce, se le ama y se tiene la certeza de que anquen a veces sea de modo misterioso él nunca nos deja irnos con las manos vacías.

TERCER MOMENTO: EL AMOR EN LA ORACION

9 Yo les digo: «Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá. 10 Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. 11 ¿Qué padre hay entre ustedes que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; 12 o, si pide un huevo, le da un escorpión? 13 Si, pues, ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!»

El evangelio de san Lucas termina su instrucción sobre la oración, haciéndonos ver que la clave de toda oración es el amor de Dios por cada uno de nosotros. Los ejemplos son muy claros, ningún padre da un mal a sus hijos, al contrario, lo que da siempre es un bien. Pero sobre todo lo que da con toda certeza es el mayor de los bienes: el Espíritu Santo, es decir su amor hecho persona.
Si de algo no puede prescindir la familia es del amor. Lo que la oración nos da, de modo fundamental, no es un amor cualquiera, pasajero, frágil, inconstante. Nos da el amor que se hace persona en la vida misma de Dios. El amor mismo de Dios es el mayor de los dones que recibimos en la oración. La oración es el desbordarse del amor de Dios hacia nosotros. Un amor que brotando de Dios a quien no vemos tiene que multiplicarse, extenderse, hacia el hermano y la hermana a quien si vemos y de modo especial, hacia los miembros de la familia con la que compartimos la vida y la humanidad. La oración hace que el corazón se abra, y de este modo se llene del amor misericordioso del Padre. De esta forma toda la familia toma la forma de ser de Dios: nunca dará una serpiente en vez de un pescado, nunca dará un alacrán en vez de huevo, nunca dará un mal en vez de bien que se le solicita. De modo especial esto se referirá a una de las tareas más necesarias en la familia y que al mismo tiempo es imprescindible: el perdón en el hogar. El perdón es el mejor reflejo de la presencia de Dios en la vida de familia. Al mismo tiempo, el perdón es la cumbre de la oración cristiana, pues la relación con Dios es recibida en un corazón que sintoniza con la misericordia y no solo con la justicia. El bien que llega hasta el perdón en la familia es un testimonio de que el amor es más fuerte que el pecado.
Todo esto es posible cuando el corazón de la familia se ha ido haciendo al modo del corazón de Dios. Así del corazón de los padres, hecho a imagen y semejanza del corazón de Dios, se irá construyendo el corazón de los hijos, por la fuerza del testimonio de aquellos a quienes les deben la vida. El ejemplo concreto, el testimonio vivo de los padres que oran junto con sus hijos cala profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar. De tal modo que cuando los hijos necesiten, busquen, llamen, sabrán que en el corazón de Dios se saciarán, encontrarán, siempre se les abrirá.

APLICACIONES PARA LA VIDA

Para ser maestros de oración, hay que ser discípulos de oración. Y en este tema, siempre podemos encontrarnos con el problema de viajar por mundos etéreos en los que nos perdemos, faltos de práctica. Ser maestros de oración en la casa se encuentra muchas veces con el obstáculo de nuestra poca formación en lo espiritual o de nuestro poco tiempo. Otras veces es el cansancio a causa del trabajo o el estrés que se produce por los eventos que acompañan a la vida familiar. Por eso nada suple el que de vez en cuando nos demos un tiempo para crecer de modo personal en la vida de oración, o dediquemos momentos para orar en pareja, compartiendo el evangelio o algún texto de tipo espiritual que nos sirva de trampolín para nuestra relación con Dios. Hay una serie de acciones concretas que pueden ser como un gimnasio en el que nos vayamos ejercitando para profundizar nuestra relación con Dios en lo personal y en lo familiar.
·        Tener sencillos momentos de oración doméstica, desde la bendición de los alimentos, la acción de gracias por cosas sencillas que suceden en el hogar, terminar el día con un momento de oración común. También puede ser de ayuda la celebración hogareña y adecuada de los tiempos y fiestas de la Iglesia, como la cuaresma, la navidad, la pascua, a alguna festividad mariana de modo especial. Todo esto sirve de introducción a otros momentos más personales y más profundos de relación con Dios en la oración.
·        Los padres podrán ser para los hijos maestros con sencillez de diversos modos de oración en el hogar adaptada a las diversas exigencias y situaciones de la vida: quizá se puedan mencionar de modo concreto, tener momentos de oración en la mañana y en la noche, dedicar momentos a la lectura y meditación de la Palabra de Dios, aprovechar la preparación a los sacramentos, fomentar la devoción y consagración al Corazón de Jesús, así como la vivencia de las varias formas de culto a la Virgen Santísima, sobre todo el rosario, o la bendición de la mesa, sin dejar de lado las expresiones de la religiosidad popular, como pueden ser peregrinaciones, procesiones, etc.
·        Los padres serán los primeros encargados de la progresiva participación de todos los miembros de la familia cristiana en la Eucaristía, sobre todo los domingos y días festivos, y en los otros sacramentos, de modo particular en los de la iniciación cristiana de los hijos. esto requiere un compromiso personal que no se debe dejar a la deriva. Por supuesto que un elemento esencial será el progresivo compromiso de los miembros de la familia con la comunidad eclesial en sus diversas expresiones: parroquia, diócesis, movimientos laicales, apostolados.
·        La oración nunca puede ser una evasión que desvíe del compromiso cotidiano, sino que ha de ser un fuerte empuje para que la familia cristiana ponga en práctica sus responsabilidades de cara a la sociedad. De la oración tiene que brotar el compromiso con el hermano, de modo especial el pobre, el necesitado, el que no conoce a Dios, el que se encuentra alejado de la relación viva con el Señor. De la oración en familia podrán brotar iniciativas de servicio en la promoción humana de los prójimos, que redundarán en un mejor entorno humano y cristiano.

jueves, 17 de mayo de 2012

BUSCAR A JESÚS EN FAMILIA DE LA MANO DE MARÍA

RETIRO DE ESPIRITUALIDAD FAMILIAR – MAYO 2012
BUSCAR A JESÚS EN FAMILIA DE LA MANO DE MARÍA
(FAMILIARIS CONSORTIO 22)
 Normalmente solemos usar el mes de mayo para recordar el papel de la mujer en la vida de la familia. Son varias las ocasiones que concurren, el día de la madre, las fiestas centradas en la Virgen María. Sin embargo el pensamiento sobre el papel de la mujer en la familia y por qué no de la Virgen María en la familia, rara vez van más allá de una dimensión de tipo sentimental en la que prácticamente las consecuencias son muy leves. Por otro lado nos cuesta integrar el papel de María en la familia, fuera de algunos elementos de devoción muy valiosos, como el rosario, la presencia de sus imágenes en nuestras casas. Por eso meditar sobre el sentido de la mujer y de María en la familia pueden ser de utilidad para descubrir riquezas que a todos nos benefician y que nos ayudan a reencontrarnos con la esencia de la familia cristiana en compañía de María, la madre de Jesús, el modelo de la creatura redimida por la gracia de Cristo. Para ello usaremos el episodio del niño Jesús perdido y encontrado en el Templo. Un episodio en el que de un modo sencillo vemos el papel de María mujer y m adre en la búsqueda de Jesús para la familia. La importancia de María en la familia de Nazaret nos hace descubrir que Dios manifiesta también de la forma más elevada posible la dignidad de la mujer asumiendo Él mismo la carne humana de María Virgen, que la Iglesia honra como Madre de Dios, llamándola la nueva Eva y proponiéndola como modelo de la mujer redimida.


PRIMER MOMENTO: LA FAMILIA QUE PIERDE A JESÚS

(LUCAS 2) 42 Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta 43 y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres. 44 Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; 45 pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.


·         La escena nos sitúa en un momento muy concreto de la historia de la familia de Nazaret. Junto con parientes y conocidos han bajado a Jerusalén para una de las grandes festividades de los judíos. Tras estar ocho días en la ciudad santa, los peregrinos regresan a sus casas. Pero Jesús no lo hace. Se queda en Jerusalén y su familia se marcha sin él.
·         El evangelio elimina los nombres de José y María, a los que describe con el genérico “ellos” y nos da solamente el nombre de Jesús. Es como si nos quisiera decir que, cuando la familia pierde a Jesús, pierde algo tan importante que pierde su identidad. Algo semejante a lo que le pasa a la familia de Nazaret le pasa a muchas familias. En su camino pierden a Jesús. No siempre es culpa de alguien. Muchas veces es solo el contacto con la sociedad, en la que nos encontramos. Otras veces Dios permite de modo misterioso que su presencia se oscurezca entre los seres humanos, o entre las familias. Otras veces, sin embargo, es la negligencia, o la superficialidad, o algún defecto, lo que hace que parezca que Jesús desaparece de la vida de la familia.
·         Dice el evangelio que los peregrinos continuaron durante un día su camino, hasta que se dieron cuenta de que Jesús no estaba con ellos. Metidos en lo cotidiano, durante un cierto tiempo parece que la vida de la familia sigue igual, pero llega un momento, en que finalmente la familia se da cuenta de que ha perdido a Jesús. La vida diaria puede ocultar en su veloz caminar las ausencias importantes. Pero no impide que acabe descubriéndose la ausencia de Jesús´.
·         Entonces comienza la búsqueda. La búsqueda imperiosa entre los ambientes en los que se piensa que pudiera estar Jesús. Pero Jesús no está ahí. Jesús no está a veces a nuestro primer alcance. Hay que buscar más allá de lo que las propias fuerzas humanas pueden alcanzar. Cuando nos damos cuenta de que nosotros solos nada podemos, es la oportunidad de que comience un camino de regreso.
·         José y María se vuelven a Jerusalén. Para los evangelistas, volverse no es solo un movimiento espacial. Es también un movimiento espiritual. Es dejar el lugar en el que se estaba apartado de Dios y acercarse al lugar donde está Dios. Volverse a Jerusalén en busca de Jesús es saber que hay que dar pasos hacia atrás. eso se llama conversión. También la familia está llamada a la conversión. Llamada a volver al punto de partida, a volver a donde todo había comenzado, volver a la certeza de que Dios está en su centro. La conversión de la familia es necesaria, para encontrar de nuevo a Jesús. la conversión de la familia es volver a dar a Jesús la prioridad que a lo mejor se había olvidado en la vida. La familia solo puede encontrar su sentido e identidad cuando decide volver. Ciertamente que se puede seguir el camino hacia delante, pero de muy poco sirve, caminar sin saber para qué se camina.


SEGUNDO MOMENTO LA FAMILIA QUE ENCUENTRA A JESÚS

46 Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; 47 todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. 48 Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando». 49 El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?»

·         A través de este episodio, Jesús prepara a su madre para el misterio de la Redención. María, al igual que José, vive en esos tres dramáticos días, en que su Hijo se separa de ellos para permanecer en el templo, la anticipación del triduo de su pasión, muerte y resurrección. Al dejar partir a su madre y a José hacia Galilea, sin avisarles de su intención de permanecer en Jerusalén, Jesús los introduce en el misterio del sufrimiento que lleva a la alegría, anticipando lo que realizaría más tarde con los discípulos mediante el anuncio de su Pascua. El segundo momento de este evangelio nos permite descubrir la personalidad de Jesús al que la familia busca. Nos damos cuenta de que no todo está en buscar, sino que la búsqueda lleva a un conocimiento más preciso de la persona que se busca.
·         Su madre le pregunta: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» (Lc 2,48). En el encuentro con Jesús, la familia vuelve a estar completa. Lo interesante es que el papel de la mujer es central en este encuentro. Es la mujer la que guía este dialogo con Jesús que ha sido encontrado. Parecería que lo lógico es que fuera el padre quien toma la palabra, porque es quien tiene la autoridad y más sobre un hijo varón. Sin embargo, es la madre, María, quien toma la iniciativa, como una señal, tanto de la común dignidad del hombre y de la mujer en la nueva alianza, como del papel preeminente que tiene la mujer en el encuentro de la familia con Jesús. Las palabras de María son un signo de que el encuentro con Jesús de la familia reclama de manera sustancial el encuentro de la mujer con Jesús. En el diálogo vemos que también está presente el padre, José, pero el evangelio quiere recalcar la especial presencia femenina, como hará en la anunciación, o al pie de la cruz, o en la resurrección.
·         Buscar permite el encuentro. La búsqueda ha reanudado la relación. El evangelio nos hace ver que se ha producido un cambio. Buscar es reanudar la relación con Jesús. Sin embargo, no basta con buscar. Hay que encontrar al Jesús verdadero, que quizá no conocíamos bien antes de haberlo perdido, un Jesús completo, sin caricaturas ni desfiguraciones. Jesús revela a María y a José, de modo inesperado e imprevisto, el misterio de su Persona, invitándolos a superar las apariencias y abriéndoles perspectivas nuevas. Las palabras de Jesús dejan entender que José y María deberían saber dónde estaba el lugar al que tenían que ir para encontrarse de nuevo como familia. Lo deberían saber porque precisamente fue ahí donde ellos empezaron a ser familia. Toda familia empieza en la casa del padre, por eso toda familia vuelve a encontrarse por la mediación de la mujer reunida en la casa del padre.
·         El encuentro con Jesús es con el Jesús maestro y con el Jesús que nos guía hacia la casa del Padre. María encuentra a Jesús ocupado en su labor; Jesús no es simplemente su hijo, sino Hijo del Padre, que está en los cielos, enviado a cumplir una misión. La familia que encuentra a Jesús, vuelve a ser “la casa del padre”: expresión que en el evangelio de san Lucas, no es gratuita, pues se repetirá, por ejemplo, en la parábola del hijo prodigo: la casa de mi padre. La casa del padre es el lugar donde todos somos hijos de Dios, donde todos encontramos la misericordia y donde todos recobramos nuestra dignidad. La familia que regresa a Jesús regresa a la casa del padre, regresa al encuentro con su propia dignidad, regresa a lo que ha sido desde su origen y en su origen, en su casa de origen se encuentra de nuevo a sí misma.


TERCER MOMENTO LA FAMILIA QUE HACE CRECER A JESÚS

50 Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. 51 Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. 52 Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

·         Las palabras de Jesús son un enigma para María y José. Se quedan sin comprender del todo: Jesús se integra a la familia que José encabeza y lo hace con autenticidad. Este comportamiento hace que María ponga atención a todo lo que es Jesús en el hogar de Nazaret: A su desarrollo, a su vida diaria, al modo en que su presencia es al mismo tiempo cercana y misteriosa. Ellos no comprendieron. Es decir, ni María ni José. María se siente afligida por no comprender a su propio hijo y tendrá que ir descubriendo el misterio de su hijo poco a poco, hasta la resurrección. Por eso es que tendrá que ir meditando todo lo que ha visto de su hijo. De nuevo aparece el papel de la mujer, de la madre. Aunque creando al hombre «varón y mujer», Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a la mujer, enriqueciéndolos con los derechos inalienables y con las responsabilidades que son propias de la persona humana, sin embargo es la capacidad de conservar, de contemplar, que muchas veces los varones no tenemos enredados en la visión de otras cosas.
·         El encuentro con Jesús no desvela todos los misterios de la vida de la familia. Porque la vida es un misterio que se va revelando a lo largo del tiempo, según cada uno de sus miembros va encontrando su vocación. María enseña que una parte importante de la familia es contemplar, meditar, reflexionar, para ir descubriendo el significado del crecimiento del hijo, del crecimiento de la familia. Todo parece normal. Pero es en lo normal donde María nos enseña que como familia tenemos que ir al fondo del corazón de cada una de las personas que componen el hogar. En el clima de Nazaret, digno y marcado por el trabajo, María se esforzaba por comprender la trama providencial de la misión de su Hijo
·         De esta contemplación se deduce el crecimiento de la comunidad familiar. Cuando la familia se queda nada más en actividades, cuando la familia solo se preocupa de las cosas exteriores de los hijos, no percibe lo que sucede en el interior. Jesús crece en sabiduría, crece en estatura, crece en gracia. Jesús crece en todas las dimensiones pero esto es algo que su familia tiene que descubrir: Jesús debe crecer de modo completo en cada familia y la familia está llamada a hacer que Jesús crezca. Ciertamente que Jesús crezca en la familia es un don al que la familia tiene la responsabilidad de abrir el corazón con sencillez, siguiendo el ejemplo de María que busca entender lo que Dios pide de ella en su relación con Jesús. El ejemplo de María, tiene también que ver con la vocación especifica de la mujer en el hogar. Una vocación que es de apertura y guía de la familia para hacer crecer en ella de modo complementario con el varón a la persona de Jesús.


APLICACIONES PRÁCTICAS

El texto del evangelio que hemos meditado en el marco del valor que tiene la mujer en la familia, nos hace reflexionar sobre el papel que tenemos que analizar en cada familia. La cultura moderna tiene que redescubrir el valor de la mujer en la vida de familia en medio de las nuevas situaciones y retos que comporta nuestra sociedad. Como dice Familiaris Consortio, todo tiene que nacer del aprecio auténtico de la mujer siguiendo el ejemplo de Cristo: El delicado respeto de Jesús hacia las mujeres que llamó a su seguimiento y amistad, su aparición la mañana de Pascua a una mujer antes que a los otros discípulos, la misión confiada a las mujeres de llevar la buena nueva de la Resurrección a los apóstoles, son signos que confirman la estima especial del Señor Jesús hacia la mujer. Si a esto le añadimos la necesidad de rescatar el papel de María en la vida de familia, podríamos proponer las siguientes aplicaciones para la familia
·         María toma el papel de madre de Jesús no por una decisión personal, sino en respuesta a una vocación. María muestra a las familias de hoy que la relación humana –de modo especial la relación familiar- se basa en la vocación a la que hemos sido llamados como un don de Dios, al que se debe fidelidad y compromiso, aunque ello suponga rupturas sociales. Por ello ni el contexto sociopolítico, ni el cambio histórico, económico o cultural pueden erigirse en fundamento último de la familia. La clave es responder a la llamada humana que cada uno de los miembros de mi familia me hace en primera persona.
·         María se convierte en el motor de la familia de Nazaret, aun siendo mujer en una cultura que la relegaba completamente. María vive su vida familiar de un modo nuevo, fundado en la relación interpersonal que establece con José y con Jesús. María mantiene lo esencial de la familia y se abre a la novedad que se le demanda por la identidad propia de la sagrada familia. La familia tiene que estar abierta a los retos nuevos de la sociedad, pero sin perder el cuidado de las personas, la integridad de las personas en una familia abierta a la vida y al amor desde la relación interpersonal de sus miembros.
·         La familia cristiana necesita incluir en sus experiencias vivas cotidianas a María, enseñando a vivir con ella una relación cercana, de afecto filial, en correspondencia a su maternidad espiritual, que es humilde, suave y casi imperceptible presencia. En medio del ruido, las prisas, las ocupaciones y preocupaciones del vivir, hay que palpar y gustar su presencia, que es aliento, intercesión, protección, maternidad, para nuestras familias de hoy, unas familias que quieren ser nuevamente cristianas y, por lo tanto, marianas. Enseñar a meditar con el rosario, o simplemente a dialogar ante una imagen de María son prácticas que producen grandes frutos en la vida familiar
·         Hoy es necesario volver a dar su papel a la mujer en la vida familiar en su triple dimensión de madre, hija, hermana. El ejemplo de María ilumina y estimula la experiencia de tantas mujeres que realizan sus labores entre las paredes del hogar de modo humilde, oculto, repetitivo que, a menudo, no se aprecia bastante. los muchos años que vivió María en la casa de Nazaret revelan la riqueza de esa actividad de amor auténtico y de salvación. Urge descubrir los ámbitos en los que la mujer no es respetada en su dignidad, ni promovida en su valor. Como dice Familiaris Consortio: De la mujer hay que resaltar, ante todo, la igual dignidad y responsabilidad respecto al hombre; tal igualdad encuentra una forma singular de realización en la donación de uno mismo al otro y de ambos a los hijos, donación propia del matrimonio y de la familia. Lo que la misma razón humana intuye y reconoce, es revelado en plenitud por la Palabra de Dios; en efecto, la historia de la salvación es un testimonio continuo y luminoso de la dignidad de la mujer. La comunión conyugal hecha de amor y respeto entre un varón y una mujer será el camino mejor para enseñar cómo deben tratarse entre sí los hermanos y cuál es el papel de las hijas en el hogar.