jueves, 27 de enero de 2011

PANES Y PECES PARA UNA ENTREGA PLENA (RETIRO PARA MATRIMONIOS)

(LES COMPARTO ESTE RETIRO PARA MATRIMONIOS QUE IMPARTI EN EL MES DE ENERO A UN GRUPO DE PAREJAS. OJALA LES AYUDE)




PANES Y PECES PARA UNA ENTREGA PLENA

INTRODUCCION
El matrimonio es una realidad que tiene varias perspectivas. Dos muy importantes están marcadas por dos amores, el amor de un hombre y una mujer, y el amor de Dios por la humanidad. Desde un principio, el amor entre el hombre y la mujer no es algo aislado, aunque lo pudiera parecer, y, aunque a veces el amor de un hombre y de una mujer quisiera prescindir de Dios, aún así, Dios está presente de una y otra manera, más o menos perfecta, más o menos explícita. Pero no puede no estar presente quien es Amor y la fuente de todo amor que existe en el mundo.
A veces las realidades materiales de este mundo nos hablan de algo más trascendente. Como un atardecer nos eleva a la belleza de Dios, o un mar nos habla de su inmensidad, o lo complejo del misterio de la vida nos habla de su sabiduría infinita. El amor de un hombre y una mujer no solo nos habla de la vida de amor interior en Dios, sino también del amor que Dios tiene por la humanidad. Por eso el amor de un hombre y una mujer está llamado a reflejar el amor de Dios, a configurarse de acuerdo a las características del amor de Dios.
Esta realidad llega a su plenitud en el sacramento del matrimonio que vincula a los esposos del modo más profundamente indisoluble, porque su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia.
Intentemos profundizar en esta realidad, pues de ella podemos sacar lecciones riquísimas para la vivencia del matrimonio. La contemplación del evangelio de la multiplicación de los panes, nos puede servir de marco para entender muchos detalles de este amor que Dios ofrece a la humanidad.


La experiencia del desierto, la soledad, el hambre

34 Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. 35 Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde. 36 Despide a la gente, para que vaya a los campos y pueblos cercanos a comprar algo para comer». 37 Él respondió: «Denles de comer ustedes mismos». Ellos le dijeron: «Habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos».


La vida de los seres humanos en sus diversas circunstancias, no es tan diferente de lo que nos narra el evangelio de San Marcos, una gran muchedumbre, la noche que cae sobre ellos, el desierto alrededor, la carencia de elementos para saciar las necesidades.  Y esto de modo particular se ve y vive en el matrimonio. Cada matrimonio vive el misterio de su amor, pero en el fondo se encuentra también así, dos juntos en un desierto, cuando es de noche y sin nada en las manos. Esta experiencia es muy común que se sienta en la vida del amor conyugal, por muchas razones, algunas internas y otras externas. Es la experiencia de saber que hay como un vacio, una carencia, un faltante fundamental. Esta realidad se convierte en algunos casos en dureza del corazón, en un corazón que ya no espera la posibilidad de renovar lo que un día fue importante, fue jardín, fue plenitud, fue compañía. Lo malo es cuando uno ya no se siente con fuerzas para renovarse, para volver a experimental el amor sólido por el otro. Otras veces, el misterio del matrimonio participa del misterio de la cruz y puede no sentirse con fuerzas para llevarlo adelante, para ser capaz de seguir con el dolor que se experimenta en el corazón.
El evangelio de la multiplicación de los panes sin embargo, no solo nos narra el dolor de los seres humanos, también nos habla de la segunda dimensión del amor, el amor de Dios por nosotros, el amor que transforma la muchedumbre en personas, el amor que transforma de nuevo el desierto en jardín, el amor que transforma la carencia en plenitud. Es el amor que se encierra en la palabras Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor.
Un amor que decide liberar al ser humano de la dureza de corazón para hacerlo capaz de realizarse plenamente. Lo hace por el don de amor que el mismo Dios en la persona de Jesús nos entrega, asumiendo la naturaleza humana y ofreciéndose hasta el final por cada uno de nosotros, que somos su Iglesia, su Esposa. Lo más hermoso de esto no es que en este sacrificio se desvela enteramente el designio que Dios ha impreso en la humanidad del hombre y de la mujer desde su creación; sino que, por esta entrega, el matrimonio de los bautizados se convierte en el símbolo real de la nueva y eterna Alianza, sancionada con la sangre de Cristo. Así, ante el misterio de la dureza del corazón humano que se derrumba por la propia fragilidad, el Espíritu que infunde el Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó. Esto no es algo secundario o de misticismo devoto, eso es la realidad que permite que el amor conyugal alcance de este modo la plenitud a la que está ordenado interiormente, cual es esta plenitud, esta plenitud no es otra sino la caridad conyugal, que es el modo propio y específico con que los esposos participan y están llamados a vivir la misma caridad de Cristo que se dona sobre la cruz.
Todo esto nos puede sonar muy teórico, pero a la compasión de Jesús se añade una orden, práctica que está llamada a realizarse en la vivencia concreta. La compasión se traduce en una indicación: Denles de comer. No se queden con los brazos cruzados, hagan algo. Ante esto, vuelve a aparecer la falta de capacidad de los seres humanos para solucionar por si mismos los problemas más trascendentes: no tenemos dinero para alimentar a tantos. Es importante tocar la fragilidad de todos nosotros, para entender el don de amor que se nos hace en el misterio de amor sacramental que nos entrega Jesús en el matrimonio.

Porque de él hemos recibido don sobre don

38 Jesús preguntó: « ¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver». Después de averiguarlo, dijeron: «Cinco panes y dos pescados». 39 Él les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde, 40 y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta. 41 


En el camino del matrimonio, ni todo lo hace el ser humano, ni se le puede dejar todo a Dios, es una sintonía de esfuerzos, en los que el designio de Dios no ha querido que todo se deba a la gracia ni todo a la voluntad de los seres humanos. El texto del evangelio nos deja claro que hacen falta dos cosas para salir del desierto del amor, hace falta aportar lo poco o mucho que se tiene y hace falta seguir las indicaciones de Jesús. Ese es el misterio de la gracia y de la naturaleza por la que en el caso del matrimonio la comunidad íntima de vida y de amor conyugal, fundada por el Creador, es elevada y asumida en la caridad esponsal de Cristo, sostenida y enriquecida por su fuerza redentora.
Esto permite que a los cinco panes y dos peces, es decir a todo lo que los esposos aportan a la comunidad conyugal, el sacramento del matrimonio le añada una comunión en dos típicamente cristiana, porque representa el misterio de la Encarnación de Cristo y su misterio de Alianza. De este modo todo lo que significa ser esposos en el campo humano se inserta en el don que Jesús hace a cada pareja: el amor conyugal en el que entran todos los elementos de la persona —reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad—; la unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, que los hace un solo corazón y una sola alma; la exigencia de la indisolubilidad y fidelidad de la donación reciproca definitiva y la apertura a la fecundidad. Todas las características del amor conyugal natural adquieren un significado nuevo que las purifica, las consolida, y  las eleva hasta el punto de hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos.

Una bendición que se hace presencia y plenitud

Entonces él tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente.  42 Todos comieron hasta saciarse, 43 y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. 44 Los que comieron eran cinco mil hombres.


El modo en que Jesús otorga toda esta riqueza a los esposos, tiene mucho que ver con el modo en que él multiplica los panes. Toma los panes y los peces, pronuncia la bendición y lo distribuye a los discípulos para que a su vez ellos también lo distribuyan. Jesús asume sobre si lo que se le entrega, hace suyo el don de amor de los esposos, lo llena con su presencia, de tal modo que la unión se hace bendición para ellos, y luego lo pone en camino para que lo puedan repartir en lo concreto de la existencia.
Este proceso hace que la unión matrimonial sea una bendición, es decir pasa de ser un simple contrato, a ser un espacio de presencia de Dios no sólo para los esposos, sino también para todos los que entran en contacto con la comunidad conyugal que se forma. No solo el matrimonio es transformado, también lo son los esposos. Transformados para que a su vez ellos puedan ser bendición entre los demás, en los desiertos, las noches y las carencias ajenas.
Y esto sucede de un modo especial de cara a los hijos, pues los esposos son ante ellos testigos de lo que Dios ha hecho en su matrimonio, de la nueva dimensión espiritual que ha recibido el matrimonio al pasar por las manos, la oración y el don de Jesús.
El don recibido tiene un rasgo muy especial, es un don de amor, porque es un don del amor que redime y eleva el amor de los esposos. Por eso el sacramento del matrimonio tiene una especial referencia al amor que se entrega en la cruz. Al tipo de amor que se entrega en la cruz, el amor que da la vida por el amigo. Cada esposo se convierte en presencia y en testimonio de este tipo de amor.
Esto es algo maravilloso en el sacramento del matrimonio, la posibilidad de transformar la realidad maravillosa del amor humano en un instrumento de en encuentro trascendente, eterno, redentor, que incluye la vida conyugal en las grandes obras de Dios por la humanidad, permite dar testimonio de esta vida ante lo hijos, les da la gracia y el deber de poner por obra en el presente, el uno hacia el otro y hacia los hijos, las exigencias de un amor que perdona y que redime y acompaña en el caminar cotidiano hacia el encuentro definitivo en la vida eterna.
Esto convierte el matrimonio en un camino de plenitud de todas las dimensiones de la persona, algo que sacia el alma y la vida de cada esposo en una armonía de las satisfacciones humanas y de las satisfacciones del espíritu.
En una cultura que valora la búsqueda de la perfección, del pleno desarrollo, el sacramento del matrimonio cuando se vive en plenitud, cuando se valora en profundidad puede ser un instrumento que dé al ser humano en su vida de pareja una riqueza insospechada


Aplicaciones prácticas

·         Tomar conciencia de que la pareja aislada de Dios tiene muchas dificultades para afrontar todos los retos que le presenta el mundo cotidiano y acaba cayendo en la despersonalización, el vacio, la oscuridad, la soledad
·         El amor de un hombre y una mujer está llamado a reflejar el amor de Dios, a configurarse de acuerdo a las características del amor de Dios. Esto implica un reto de superación constante para los esposos.
·         La cercanía al amor de Dios ayuda a vencer la dureza de corazón y a tender con un nuevo esfuerzo hacia la donación en plenitud
·         Los esposos tienen que poner sus panes y sus peces, es decir buscar lo que les toca aportar para que la gracia de Dios actué con eficacia en su unión y pueda purificar, consolidar y elevar la vida matrimonial
·         La vida matrimonial debe ser un espacio de presencia de Dios para los esposos y para los demás miembros de la comunidad familiar siendo testigos del tipo de amor con el que Cristo nos amó a cada uno