jueves, 17 de febrero de 2011

JUNTOS O UNIDOS: UN RETO DE CRECIMIENTO FAMILIAR

JUNTOS O UNIDOS: UN RETO DE CRECIMIENTO FAMILIAR

INTRODUCCION

Uno de los rasgos más importantes de la familia es la de ser una comunidad de personas. Este rasgo es tan fundamental que cada familia lo desarrolla de modo propio, de modo responsable. Si una familia no es una comunidad de personas, si es solamente una agregación de individuos, está destinada a frustrarse, porque, tarde o temprano, acabará enfrentando el fracaso de su propia esencia. Ciertamente, las cosas no siempre salen como se habían planeado, pero aun cuando se puedan dar errores, fallos, decepciones, la familia en si misma logra su objetivo y de un modo u otro, a veces de formas un poco oscuras, consigue su propósito. Pero si la familia se permite ser una cuna de individualismos, tendrá un fracaso seguro. La familia no sólo está llamada a ser la puerta de la comunión interna, sino también la puerta de la comunión en niveles superiores de convivencia, como es la sociedad en lo humano y la iglesia en lo sobrenatural. Si la familia no proyecta a sus integrantes hacia estos dos niveles, también se ve anulada en lo importante, pues no abre a sus miembros hacia las comunidades que desarrollan a la persona en sus capacidades de más amplio horizonte.
Meditar ante Dios sobre esta responsabilidad es muy necesario, pues supone cuestionarse hasta qué punto se pudiera haber infiltrado en el propio corazón una actitud de maldad, de escándalo entendido como pérdida de la fe y de la visión de la propia misión, de haber permitido que la sal que estamos llamados a ser cada uno de nosotros se haya vuelto insípida, el corazón duro o ciego en la capacidad de descubrir lo que Dios quiere para nuestra familia.

LA DISGREGACION DE LA FAMILIA, FRUSTRACION QUE NOS DESTRUYE

Marcos 9,42-10,16

42 Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. 43 Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. 44. 45 Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. 46. 47 Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, 48 donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.49 Porque cada uno será salado por el fuego. 50 La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar? Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros».


Cuando Dios piensa en el ser humano, lo piensa feliz, lo piensa pleno. Pero eso es imposible en la soledad. La soledad no es buena, dice la biblia, el ser humano necesita de alguien que sea su compañero, el que está con él. El ser humano ha sido hecho para vivir en comunidad. La soledad no tiene sentido por sí misma, si no es para un enriquecimiento interior que abre de nuevo a la comunión, que abre de nuevo a una donación mayor. La reflexión, el destinar tiempo a pensar, tiene que ser para abrirse con más riqueza al otro, para darse con más intensidad al otro... eso es lo que Dios había querido para el ser humano, una vida de comunión que lo hiciera rico, una vida de comunión que se multiplicase en los hijos como señal de la fecundidad personal. Del mismo modo que la unión del cuerpo del hombre y de la mujer es un signo de la unión de las dos personas de modo integral, los hijos son una señal de la plenitud que alcanza el ser humano cuando vive en comunión. Pero esta comunión original se rompió, se rompió la plenitud que daba la unión entre el hombre y la mujer, y se sustituyó la donación por el dominio. Se rompió la fecundidad que se hacía material en los hijos, y se sustituyó la alegría por el dolor. El pecado original no solo rompió la relación del hombre con Dios. El pecado original generó la desestabilización interior de la persona, que ya no encontraba en la comunión la plenitud, ni encontraba en la fecundidad su realización.
La herida del pecado es mucho más que la consecuencia de un mal que se ha cometido. Es como quien rompe un vaso y se le cae el agua que estaba dentro. La herida del pecado genera en el ser humano una fractura mucho más intensa, mucho más seria, porque permite al egoísmo invadir toda la relación de amor, permite al miedo irrumpir en una relación de esperanza, permite al individualismo fracturar los lazos que unen con los demás. Esto tiene graves consecuencias, no solo para la persona en si misma, sino también para toda la humanidad, que se halla disgregada por el pecado. Esta frase podría parecer que solo tiene resonancias teológicas, pero es la descripción más fuerte de lo que acontece en los seres humanos, es la descripción del estado en el que se encuentra la humanidad que en vez de dirigirse a la comunión, se dirige a la dispersión. Pero la dispersión es la muerte. Quizá no la muerte del cuerpo, pero ciertamente sí la muerte del alma. La dispersión mata el amor entre los esposos, la dispersión rompe la capacidad de sacar adelante a la siguiente generación, la dispersión desvincula a los hijos de su comunidad de origen. La dispersión acaba con los lazos entre los hermanos. Y más aún la dispersión se siembra para propagarse a la siguiente generación.

LA RECUPERACION DE UN CORAZON PERDIDO

10 1 Después que partió de allí, Jesús fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Se reunió nuevamente la multitud alrededor de él y, como de costumbre, les estuvo enseñando una vez más. 2 Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: « ¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?». 3 El les respondió: « ¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?». 4 Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella». 5 Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. 6 Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. 7 Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, 8 y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. 9 Que el hombre no separe lo que Dios ha unido». 10 Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. 11 Él les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; 12 y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio».


La clave de la obra redentora de Cristo tendrá como objetivo importante el restaurar la comunión entre la familia humana, restaurando la comunión entre la familia primaria. La familia humana, disgregada por el pecado, queda reconstituida en su unidad por la fuerza redentora de la muerte y resurrección de Cristo.(37) El matrimonio cristiano, partícipe de la eficacia salvífica de este acontecimiento, constituye el lugar natural dentro del cual se lleva a cabo la inserción de la persona humana en la gran familia de la Iglesia. Pero eso, Jesús restituye el matrimonio a su dignidad original, porque ese es el camino para que la familia pueda ser el inicio de una nueva manera de ver el mundo y las cosas. Por eso, Jesús repone al matrimonio su componente inicial: la bondad de corazón, que se contrapone a la dureza de corazón. El camino de regreso de la disgregación no pasa por altas teorías, pasa por la construcción de familias que venzan la dureza de corazón en cada uno de sus miembros. Y la dureza de corazón se vence regresando al principio, volviendo a hacer presente el plan de Dios en la familia, volviendo a descubrir el gran don que Dios hace a cada ser humano, invitándolo a ser su imagen y su semejanza, a redescubrir su dignidad, que no puede ser ni pisoteada ni usada, a redescubrir el maravilloso destino de plenitud que Dios pone en el corazón de cada ser humano.
El remedio contra la dureza de corazón no es una regla moral, sino el encuentro de una persona en la propia vida, el encuentro del otro como una persona, del esposo como persona, de la esposa como persona, de cada uno de los hijos como persona. De este modo, la familia rompe la disgregación y se convierte en una comunión, en una red de relaciones interpersonales que forman una comunidad y que abre a cada uno de sus miembros a la posibilidad de insertarse en comunidades mucho más amplias, como es la sociedad y es la Iglesia. En el matrimonio y en la familia se constituye un conjunto de relaciones interpersonales —relación conyugal, paternidad-maternidad, filiación, fraternidad— mediante las cuales toda persona humana queda introducida en la «familia humana» y en la «familia de Dios», que es la Iglesia. Es muy serio lo que sucede cuando se permite la disgregación, se rompe el vinculo interior de la pareja, pero sobre todo se genera una nueva situación a la que el evangelio llama adulterio, esto va más allá del pecado sexual, que aparecería en primer plano, esto es el fracaso interior del ser humano, es la búsqueda de un algo más que no he encontrado, es el volverse a quedar solo y necesitado.
El plan de Dios no es la disgregación, sino la unidad. Pero esta unidad no es la desaparición de cada uno, de las propias peculiaridades, por eso es comunión,  armonía de las dos personas que se hacen una sola cosa. No una cosa monolítica, sino una unidad de personas, en la cada uno sigue siendo él, pero enriquece y se enriquece con el otro, armoniza sus cualidades con las cualidades del otro, complementa los límites del otro no como quien corrige o como quien domina, sino como quien enriquece. Por esto hay que vencer la dureza de corazón. Porque mientras esa dureza esté viva en el matrimonio, la complementariedad se hace corrección, afán de dominio, interés por someter, la unidad de la carne se obtiene a base de la supresión del otro, no a base de la unión con el otro, de la asunción del otro, de la aceptación del otro. Lo que Dios une no es para aniquilar, sino para potenciar, multiplicar, logrando que el todo sea más que la suma de las partes. La comunión que genera la familia es la llamada a la felicidad plena de cada uno de sus miembros y esa felicidad a su vez redunda en la felicidad de todos los demás en una especie de espiral positiva de riqueza compartida.

DEJAR QUE DIOS NOS ABRACE

13 Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. 14 Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. 15 Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él». 16 Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.


¿Hacia dónde se dirige la comunión de personas que es la familia? Estamos juntos pero ¿para qué estamos juntos? Dios dijo que teníamos que teníamos que crecer y multiplicarnos, pero ¿para qué? Realmente el crecimiento del ser humano tiene un objetivo que es la felicidad, esa felicidad solo alcanzamos cuando hacemos presente a Dios en esta vida y lo encontramos en la otra. Por eso al ser humano no se le puede truncar su crecimiento. Y su crecimiento hacia la plenitud de todas las dimensiones de la persona, la física, la emocional, la intelectual, la social, la espiritual. Cada uno de nosotros estamos llamados, como dice Jesús, a poseer el Reino que nos pertenece, y no es justo que se nos impida llegar a esa plenitud. El materialismo, la falsa prudencia, la pereza, pueden hacer que dejemos de proyectarnos hacia la meta a la que estamos llamados. No crecemos de verdad, si no crecemos hacia Dios. No crecemos de verdad si no nos encontramos con la persona de Jesús, que es la plenitud del ser humano. Solo podemos crecer cuando aceptamos el plan de Dios como se acepta a un niño, como se acepta su vida, como una promesa, como una tarea que tiene que crecer, desarrollarse con mi participación, pero, al mismo tiempo, con mi respeto a su realidad propia. Aceptar como se acepta a un niño, es aceptar un misterio del que no vemos su final, pero sentimos su presencia.
Por eso la familia es de modo particular el lugar donde se crece plenamente, desde el que se empuja a cada uno de sus miembros a ser en plenitud lo que hoy es en promesa. La fecundidad de la familia no está solo en lo que hoy se es, sino en el camino por el cual se va recorriendo toda la existencia hacia un ser más y un ser mejor. El mandato de crecer y multiplicarse, dado al principio al hombre y a la mujer, alcanza de este modo su verdad y realización plenas. Este crecimiento no se debe truncar, de modo particular por el propio egoísmo o la propia conveniencia o la propia comodidad. Es un crecimiento que se convierte en una responsabilidad muy especial. Si yo no recibo el Reino de Dios de este modo, no puedo llegar a mi plenitud. Porque yo mismo me estoy cortando la posibilidad de ser todo lo que estoy llamado a ser. Es como si detuviéramos el crecimiento físico de un niño. Su cuerpo, su mente, nunca madura, nunca llega a su plenitud. Si eso lo hago yo conmigo mismo es algo grave, pero si lo hago con quienes me han sido confiados, mi cónyuge, mis hijos, mis hermanos, entonces la responsabilidad es mucho mayor. De aquí se derivan varias consecuencias, de modo especial para nosotros que hemos conocido y aceptado en nuestra vida el don de Cristo a través de la Iglesia, pues estamos llamados a insertar a quienes dependen de nosotros, no solo en la comunión personal que es la familia, no solo en la comunión humana que es la sociedad, sino también en la comunión sobrenatural que es la Iglesia. El matrimonio y la familia cristiana edifican la Iglesia; en efecto, dentro de la familia la persona humana no sólo es engendrada y progresivamente introducida, mediante la educación, en la comunidad humana, sino que mediante la regeneración por el bautismo y la educación en la fe, es introducida también en la familia de Dios, que es la Iglesia. La Iglesia encuentra así en la familia, nacida del sacramento, su cuna y el lugar donde puede actuar la propia inserción en las generaciones humanas, y éstas, a su vez, en la Iglesia.

APLICACIONES PRÁCTICAS

·         Descubrir si estamos formando un hogar individualista o un hogar de comunión
·         Es necesario descubrir que no podemos imponernos a los demás, que el principal trabajo del matrimonio es el esfuerzo por armonizar los diversos modos de ser de la familia
·         Cada uno tiene que examinarse si está permitiendo a los demás ser como Dios quiere que sean, en sus cualidades y en sus proyectos
·         Analizar si como familia estamos formando buenos ciudadanos y buenos cristianos o simplemente estamos dejando que crezcan individuos en nuestro hogar
·         Revisar el testimonio de miembros de la sociedad civil y de miembros de la iglesia que damos en la casa.
·         Analizar si tenemos metodologías para mejorar la comunión conyugal, si lo revisamos con frecuencia o si lo dejamos a la buena de Dios.