sábado, 16 de octubre de 2010

EL BIEN PRECIOSO DEL MATRIMONIO Y LA FAMILIA (II)

47 El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. 48 Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. 49 Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, 50 para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.



Cuando se tiene la mirada clara sobre una realidad, es más fácil discernir lo bueno o lo malo que hay a su alrededor, lo que le puede dañar o beneficiar. Es más fácil discernir lo que dentro de esa misma realidad está funcionando de modo adecuado, o por el contrario, está dañando a todo el resto.
La parábola de la red barredera parte de una realidad humana. No siempre podemos recoger sólo cosas buenas en la vida. Debido al carácter frágil de las personas, debido al entorno fracturado en que vivimos y del que no es sencillo desprenderse, debido a los problemas naturales de una realidad limitada, no todo lo que se recoge en la red es igual de valioso, incluso a veces puede ser dañino. La escena que Jesús cuenta, tuvo que haberla visto miles de veces en el mar de Galilea. El trajín de la pesca, el esfuerzo tempranero de los hombres por traer a la orilla el fruto de un duro trabajo a lo largo de la noche, la suma de cansancios a la hora de tener que seleccionar los pescados que se iban a vender en el mercado, el desecho de lo que no sirve que, siendo necesario, llena de una cierta desilusión por el esfuerzo que se ha desperdiciado en lo que no vale.
La red del matrimonio y la familia, en el mar del mundo no puede evitar recoger lo que en el mundo hay. Muchas de esas cosas son buenas. Otras no lo son tanto. Otras son definitivamente nocivas para la familia. El matrimonio arrastra con todo eso, en un difícil esfuerzo cotidiano, que hay que enfrentar con realismo. No es posible aislarse, pero no es posible permitir contagiarse.
Todo lo que hay en la red son peces, pero no todo lo que hay en la red lo puedo llevar al mercado de la vida. Todo lo que una familia recibe a lo largo de cada día se queda en su red: los egoísmos, las perezas, los cansancios, las iras, las avaricias, las prepotencias, las fallas de la psicología, los arranques de la afectividad, los momentos de entrega, los actos de generosidad, los esfuerzos llenos de sacrificio, las luchas por ser mejores, los actos de bondad, los desprendimientos personales, los actos de servicio, las superaciones personales, los actos de dominio propio,… los pescados son muchísimos, pero no todo se puede vender. No todo se puede aceptar para el mercado de la construcción de la familia y de la vida de pareja. Hay que sentarse a discernir lo bueno de lo malo. Hay que tomar la decisión de no meter en la canasta lo que no sirve. De otro modo se va deformando y a veces incluso destruyendo la familia, porque se deforma o destruye la propia persona, la capacidad de relación, la orientación hacia el bien de todos.
Esta parábola llena de esperanza, porque nos habla de la posibilidad de separar el bien del mal, de la posibilidad de que no sea el mal lo que se queda en la canasta de nuestra existencia. Esto es una buena noticia para el matrimonio y la familia, para las personas que lo forman y pueden haber caído en el desánimo, para quienes con un cierto temor se acercan a construir en la propia vida un matrimonio y una familia. Este evangelio nos dice que es posible conseguir que, en la canasta de la propia existencia, se haya separado el mal del bien.
Este evangelio nos dice que en medio de los problemas naturales, lógicos, reales, la familia puede seguir siendo motivo de esperanza cuando tiene sólidos los criterios de discernimiento ante las realidades que vive. Pero para esto es necesario la aceptación y la vivencia de una serie de valores que no nos vuelvan ciegos, indolentes, desanimados, incapaces. Son los valores del evangelio, los valores de un estilo de vida según Cristo que mantienen nuestra conciencia luminosa, nuestra voluntad fuerte, nuestra afectividad vigorosa, nuestra capacidad de tomar decisiones fuerte. Porque estos valores están basados en la certeza de que con la ayuda de la gracia de Dios el ser humano puede realizar en medio de las luchas la plenitud de su vocación al amor.

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