sábado, 20 de abril de 2013

¡¡¡POR FIN LLEGO EL DOMINGO!!!



Cada vez que llega el fin de semana podemos sentir la mis misma experiencia: que las semanas caen sobre nosotros como una capa gris, de trabajo, de preocupaciones, de problemas. Cada vez que termina el fin de semana nos puede pasar que miramos hacia delante y solo vemos un horizonte difícil de retos complejos con nuestro cónyuge, con nuestros hijos, con nuestra vida laboral, etc. ¿Y el domingo? el domingo, como final e inicio de la semana, puede ser un momento de profunda esperanza., como lo fue el domingo de resurrección, tras la muerte de Jesús el viernes santo. El domingo nos debe ayudar a levantar la cabeza y a llenarnos de esperanza. ¿Por qué? porque el domingo nos llena de la esperanza de que Dios no nos abandona, sino que nos habla y se hace presente entre nosotros. El domingo nos llena de la esperanza de que la rutina de los días no es la ley única de nuestra vida, sino que lo es la libertad verdadera, esa que, como día de asueto, nos recuerda cada domingo, ante las esclavitudes, físicas y morales.  El domingo, vivido en cristiano, nos llena de esperanza de que un día el Señor nos liberará de todo lo que nos agobia. 

El centro de este modo de ver el día más importante de la semana es la misa dominical,  que, en sus diversas fases, nos regala tesoros de esperanza: como la certeza de la misericordia de Dios, al inicio de la celebración, o la llamada, en ocasiones suave y, en ocasiones exigente, que el Señor nos hace con su palabra en las lecturas y, de modo especial en el evangelio, verdadera buena noticia. La misa dominical eleva nuestro corazón cuando, en el credo, proclamamos nuestra fe en medio de muchas incertidumbres, o cuando, en la oración de los fieles, somos solidarios con los problemas de los demás. La misa dominical nos llena de esperanza, cuando ofrecemos nuestra pequeñez a Dios, que Él transforma en la maravilla del cuerpo y sangre de su Hijo Jesucristo. La misa dominical nos llena de esperanza, cuando, domingo tras domingo, en el misterio del sacramento del altar, somos iluminados por la fe para reconocer la presencia del mismo Señor en las especies de pan y de vino, el mismo amor redentor infinito del misterio que Jesús vivió en la Semana Santa. La misa dominical nos llena de esperanza, cuando compartimos con los demás el padrenuestro, la oración de los hijos de Dios, que sabemos que no queda defraudada, y nos damos la paz para comunicar a los demás la esperanza que tenemos en el corazón. La misa dominical nos llena de esperanza, cuando nos acercamos al altar a recibir al mismo Jesús que viene a llenar nuestras soledades, a compartir nuestras alegrías, a escuchar nuestras necesidades. Finalmente, la misa dominical nos llena de esperanza, cuando salimos confortados con la bendición de Dios para llevarla a nuestra convivencia con la familia o con los demás. 

Ciertamente, que  la eucaristía dominical no siempre será una gran pieza oratoria, o un recital de música hermosa, o un lugar de obras de arte, pero siempre será una presencia, que nos dice que la Pascua de Jesús no se quedó encerrada en un museo de historia hace dos mil años, sino que sigue teniendo la misma fuerza que encendió los corazones de los primeros seguidores de Jesús, tras el oscuro dolor del viernes santo. Por ello, cuando la familia, y cada uno de sus miembros, aprovecha la riqueza del domingo cristiano, reencuentra, en nuestra cultura del tiempo programado y del tiempo libre, la oportunidad de alimentar el sentido de la esperanza, para ella misma y para la comunidad en la que vive. Entonces de verdad podremos  decir ¡¡¡POR FIN LLEGO EL DOMINGO!!!

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