sábado, 13 de abril de 2013

DOMINGO ¿LLENO O VACIO?


En medio del caminar de todos los días, aparece un día especial, que tiene como rasgo esencial el hacer la experiencia de Jesús resucitado en nuestra vida. La costumbre puede haber hecho que olvidemos que este es el sentido del domingo, no tanto “ir a oír misa”, como se decía antes. Cada domingo volvemos a percibir que Jesucristo  camina en medio de nosotros con lo que nos dice (liturgia de la palabra) y con el don de su amor, entregado por nosotros en la cruz y la resurrección (liturgia de la eucaristía). En los primeros tiempos del cristianismo, como vemos en los Hechos de los Apóstoles, el domingo, el Día del Señor, no substituyó en seguida al sábado judío, sino que convivió con él. Poco a poco, el domingo, que tiene su origen en el recuerdo semanal de la resurrección de Jesús, acabó adquiriendo su pleno significado, al celebrar, al inicio de cada semana, la «presencia» actual del Señor resucitado en nuestra Iglesia y en nuestras familias, en la espera prometida de su venida gloriosa, que da sentido a las circunstancias de la existencia. 

Todo esto es importante en un momento en que hemos perdido mucho del sentido profundo del domingo. El que la cultura moderna dedique en muchos casos el sábado, y a veces también el viernes, a la fiesta, ha hecho que se asimile el domingo a ese tipo de fiesta. Una fiesta cerrada sobre sí misma, una fiesta que se hace solamente descanso material. Cuando el tiempo libre se orienta nada más hacia el descanso, hacia la desocupación, poco a poco se va vaciando, convirtiéndose nada más en un tiempo vacío de actividad que hay que llenar de algo, pero que no da sentido al resto del tiempo. Pero esto lleva a que dejemos un poco de lado la posibilidad de experimentar cada domingo la presencia del Señor Resucitado, es decir, alguien que viene a nuestra vida para sacarla del gris cotidiano y sobre todo de la falta de horizonte espiritual. El sentido que da Jesucristo a la existencia cotidiana permite descubrir que nuestros días no son una simple sucesión de horas en espera de un final, sino que tienen una proyección hacia una mayor riqueza interior, una certeza espiritual y una orientación hacia nuestros hermanos. 

Vivir el domingo como un encuentro con Jesús resucitado, haciendo de la eucaristía dominical el centro del domingo y de la fiesta, permite a cada persona y a cada familia mirar hacia el presente, el pasado y el futuro con otra perspectiva, la perspectiva de la presencia de Dios. Por esto el "día del Señor" es el "señor de los días", el día del encuentro con Cristo resucitado. En el domingo, la familia recibe la vida nueva del Resucitado, acoge el don del Espíritu, escucha la Palabra, comparte el pan eucarístico, se expresa en el amor fraterno. El domingo nos invita no solo a recibir el amor de Dios, sino a transmitirlo de modo coherente a los demás, empezando por los miembros de la propia familia. El domingo es el día de la Pascua, es decir, el día de la liberación del mal, (como el pueblo judío se vio libre de la esclavitud de Egipto y Jesús venció el pecado y la muerte con su muerte y con su resurrección). Así, cada domingo, recordamos que Jesús también vence nuestro mal y nos da fuerza para ser solidarios ante el mal ajeno, de modo especial para con los que están heridos en el cuerpo y en el alma: los enfermos, los necesitados, los pecadores. Con la fuerza de la Pascua, Jesús se nos muestra como la vida más fuerte que la muerte y por eso, acercarnos a él nos ayuda a ser fuente de vida, de alegría, de esperanza, de ilusión, para los demás.

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