viernes, 17 de mayo de 2013

¿QUE HAY PARA COMER?






Cuando vemos a unos novios que se van a su luna de miel, seriamos ingenuos si pensáramos que una vez casados, su comunidad familiar empieza a caminar en automático, de una vez para siempre. Toda familia, la que empieza y la que lleva mucho tiempo en la vida, necesita alimentarse, para que el desgaste cotidiano no acabe por deteriorarla. La comunidad familiar se alimenta del amor. Esta frase suena bonita ¿no? pero no es tan fácil hacerla concreta o no reducirla a un sentimiento que se evapora con mucha facilidad. ¿En qué consiste el amor que forma la comunidad de la familia? El amor, muchos más que ser un sentimiento, es una relación, es el encuentro de dos personas que se descubren como importantes de modo mutuo y que, como decía C.S. Lewis: nos enseña primero a notar a las personas que “casualmente estaban ahí”, luego a soportarlas, después a sonreírles, más tarde a disfrutarlas y, finalmente a apreciarlas. ¿Hechas para nosotros? Gracias a Dios que no. Son ellas mismas, más singulares de lo que pudimos haber creído y mucho más valiosas de lo que sospechamos. Amar, por tanto, es, primeramente, no tanto sentir, sino relacionarse. 

Ahora bien, al amor no le basta relacionarse, sino que tiene que comportar decisiones que confluyan hacia un bien. Sería absurdo que se estableciese una relación entre dos personas que fuera para el daño de los que la viven, esto es lo que sucede cuando se dan relaciones de sumisión, de codependencia, de abuso, etc. Decidir por el bien es siempre un reto, porque el egoísmo tiende a aislar, o a bloquear para orientarse hacia la decisión correcta de cara al bien de la relación. La relación tiene que ser un bien para aquellos que la viven: Un bien para el otro, un bien para uno mismo, un bien para la familia que forma. Lo que explica que una comunidad vaya adelante o se resquebraje son las decisiones que se toman: en lo afectivo, en lo económico, , en el uso de la sexualidad, en el manejo del propio temperamento, en la educación de los hijos etc. Son necesarias decisiones que tienen como consecuencia el bien de la persona, de la relación, el bien del alma del otro, el bien de la psicología del otro. El bien necesita decisiones, sin ellas el amor se va cayendo, enfriando, maltratando. 

Finalmente, el amor no se encierra en la relación de dos. El amor se expande de modo necesario, normalmente, en primer lugar, hacia los hijos. La vida familiar no puede limitarse a dar cosas y a cumplir con compromisos: debe hacer crecer el vínculo entre las personas, y elevarse hasta tocar también lo espiritual. Asimismo, cuando desde la familia se vive una experiencia de servicio en casa, por la ayuda recíproca y la participación en las fatigas comunes, se puede hacer nacer un corazón capaz de amor. En la familia. los hijos experimentan día tras día la entrega de los padres y su servicio, aprendiendo de modo concreto, por su ejemplo, el secreto del amor. Esta experiencia derivará hacia los horizontes más amplios de aquellos que vemos necesitados de nuestro amor. Es el amor que se hace solidaridad con el pobre. Es el amor al necesitado, en su cuerpo o en su espíritu, y al que se cruza en nuestras vidas pidiendo, a veces de modo silencioso, que caminemos a su lado. En el caso concreto de la familia cristiana, la eucaristía es el sacramento que alimenta el amor de la familia pues recuerda lo que dijo e hizo Jesús: este es mi cuerpo entregado, esta es mi sangre derramada por ustedes y para todos. Esta frase: «por ustedes y para todos» vincula la vida de la familia (por ustedes) y la apertura a los demás (para la multitud). De este modo, encontramos el gran sentido del amor que se vive en la familia: se nos da a nosotros a fin de que sea para todos. De este modo, encontramos el alimento que nutre la familia a lo largo del camino de la vida.

(con textos de La familia: el trabajo y la fiesta) 














No hay comentarios:

Publicar un comentario