domingo, 4 de marzo de 2012

HOMILIA DEL DIA DE LA FAMILIA 2012




Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Norberto Rivera C., Arzobispo Primado de México en la Catedral Metropolitana de México

4 de marzo de 2012.

El domingo primero de marzo, desde hace varios años, se ha dedicado en la República Mexicana a reflexionar sobre la familia. Son muchos los eventos que con este motivo se llevan a cabo: carreras, concursos, festivales. La sociedad civil se siente hoy motivada a reflexionar sobre el papel que la familia juega en nuestra vida. También la Iglesia, como parte de la sociedad humana, se suma a esta celebración, pues para ella, como decía el Beato Juan Pablo II, la familia es el camino de la Iglesia (Carta a las familias (1994), n. 2). Para la Iglesia, reflexionar sobre la familia no es simplemente tener en cuenta un elemento de tipo teórico. Es tener en cuenta a la realidad primaria en la que el ser humano encuentra su vocación personal y comunitaria en su camino hacia Dios.

Las lecturas del día de hoy nos exponen la necesidad de proponer la familia como un camino de vida, frente a un camino de muerte. Hoy se habla de la muerte de la familia, lo que sería semejante a como si, en efecto, Abraham hubiera dado muerte a Isaac. Sin embargo, esa no es la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es la vida no la muerte. Por eso el ángel detiene el brazo de Abraham y le impide dar muerte a su hijo para que la vida siga. Isaac es el hijo de la promesa. Como sabemos, Abraham no podía tener hijos de Sara. Su familia estaba condenada a extinguirse. Pero Dios le había regalado a Isaac, el hijo que garantizaba la descendencia, el hijo que era la promesa de la vida. Y ahora Abraham iba a matar a su hijo. Posiblemente en la mente de Abraham estaba la costumbre común en su época de sacrificar los hijos a las divinidades, como un rito de fecundidad. En cierto sentido, todavía Abraham pertenecía al mundo de la cultura de la muerte. Sin embargo, Dios lo rescata de esa mentalidad haciendo con él una alianza de vida, una alianza que expresa el amor a la vida y a la familia, a través de la descendencia que se convierte en bendición.

El episodio de Abraham es solamente una figura de lo que Dios haría con todos nosotros, dándonos vida eterna a través de su propio Hijo. Por eso, San Pablo nos dice que no hay nada a lo que nosotros le tengamos que temer. En la carta a los romanos, afirma que ante la cultura de la muerte, Dios nos da la cultura del amor, la cultura de la vida. ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Si Dios nos ha entregado la vida de su Hijo, ¿quién podrá, en nombre de la muerte, derrotar a la vida? La familia es la cuna de la vida humana, la cuna de la vida que debe ser respetada desde el momento de la concepción hasta la muerte natural. No debemos hacer de la familia un lugar de muerte, ni de muerte física, ni de muerte ética, ni de muerte espiritual. A pesar de esto, hay signos de nuestra sociedad que son signos de muerte que la familia tiene que enfrentar. Por desgracia sube el número de divorcios, es la muerte del matrimonio por una concepción de la comunidad conyugal que ha perdido el sentido de la verdad del matrimonio por la unión libre, el divorcio, las uniones homosexuales, la falta de fe en el matrimonio, manifestada en el declive las uniones matrimoniales. También sube el número de abortos, pues con la muerte de la familia, se va de la mano a la muerte del ser humano. Cuanto menos sólida esté la familia, más desprotegida queda la vida del ser humano.

Las lecturas de hoy nos hablan de dos montes. Un monte de muerte, el monte Moria, donde Abraham iba a matar a su hijo. Y un monte de vida, el monte Tabor, donde Dios nos muestra la vida divina de Jesús para darnos la vida a todos nosotros que somos sus hijos. La familia sin Dios corre el riesgo de quedarse en el monte Moria. La familia con Dios escucha la buena noticia de la promesa de la vida en Jesus, el Hijo predilecto del Padre. El monte Tabor donde Jesús se manifiesta lleno de gloria ante sus discípulos, es la certeza de que la muerte no es el final del camino del ser humano ni de la familia humana. El enfrentamiento con la muerte será necesario, pero no será fatídico pues en el monte Tabor se nos promete la vida como algo cierto, que acabará venciendo a la muerte.

La familia es la promesa de la vida, no la promesa de la muerte. La familia tiene que ir sembrando en su entorno una cultura de la vida, cada familia tiene que ser una promesa de vida, de vida humana, de vida familiar, de vida social. ¿Dónde hay que empezar a sembrar esta cultura de la vida? la familia tiene un lugar propio para hacerlo, que es la vida cotidiana, los ámbitos naturales dónde la familia se encuentra, el ámbito del trabajo, el ámbito del descanso, el ámbito de la fiesta. Este año, el día de la familia se convierte en el inicio de una reflexión a nivel arquidiocesano, un camino de reflexión sobre el significado de la familia en el mundo moderno. Un camino que se inicia con motivo de un acontecimiento que ya nos toco vivir en México, El encuentro mundial de familias con el Papa que, a finales de mayo de este año, se llevará a cabo en Milán, Italia. El tema que se ha tomado como marco de esta reflexión es la consideración de tres realidades que se encuentran profundamente unidas: la familia, el trabajo y la fiesta. Como decía el Papa Benedicto XVI: es preciso promover una reflexión y un compromiso encaminados a conciliar las exigencias y los tiempos del trabajo con los de la familia y a recuperar el verdadero sentido de la fiesta, especialmente del domingo, pascua semanal, día del Señor y día del hombre, día de la familia, de la comunidad y de la solidaridad.  El próximo Encuentro mundial de las familias constituye una ocasión privilegiada para repensar el trabajo y la fiesta en la perspectiva de una familia unida y abierta a la vida, bien insertada en la sociedad y en la Iglesia, atenta a la calidad de las relaciones además que a la economía del núcleo familiar.

Reflexionar sobre la familia, el trabajo y la fiesta es volver a proponer a nuestra sociedad la necesidad de una cultura de la vida, de una cultura de lo humano, de una cultura de la persona, de una cultura de la comunidad. Así como sucedió con Abraham en el Antiguo Testamento, hemos de luchar para evitar que una difundida mentalidad sacrifique a la familia sobre el altar del egoísmo, del consumismo, del individualismo. Porque una sociedad que destruye a sus familias es una sociedad condenada a destruirse a sí misma. El evangelio de hoy nos invita a descubrir, en el dinamismo del amor que se respira en la Sma. Trinidad, el dinamismo de amor que tiene que vivir en nuestras familias. Hay que volver a la cultura del amor, a la cultura de la generosidad, a la cultura de la solidaridad. Esto reclama el compromiso de todos nosotros: El compromiso para apoyar a las mujeres que se enfrentan a la tentación del aborto, el compromiso para ayudar a la reconciliación madura a los cónyuges en riesgo de fracturar su unión, el compromiso para seguir proponiendo a las nuevas generaciones la belleza y el valor del matrimonio entre hombre y mujer, fiel y para toda la vida, basado en el respeto y el amor mutuo. El evangelio de hoy nos deja oír  la  voz  de  Dios que nos dice: Escuchen a mi Hijo.
Escuchemos a Cristo, él nos libera de la cultura de la muerte, El nos regala la cultura de la vida, que el proteja a nuestras familias y las ayude a enfrentar con esperanza los retos y a vivir con gozo todas las bendiciones que cada día los mexicanos encontramos en nuestros hogares.

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