jueves, 16 de febrero de 2012

LA FAMILIA, UNA VOCACION A CRECER MÁS ALLA DE LOS PROPIOS LÍMITES

LA FAMILIA, UNA VOCACION A CRECER MÁS ALLA DE LOS PROPIOS LÍMITES
(Familiaris consortio 55 y 56)
Introducción
·         A veces sentimos que la santidad cristiana es, o solo para especialistas, o algo que llena de flojera. Por desgracia, a lo largo de los siglos, hemos convertido la santidad en una cuestión que de nada sirve para algunos y que no es nada práctica, o la hemos hecho algo alejado de la vida diaria, poco aplicable. Sin embargo, la santidad es lo menos abstracto que existe, pues no consiste en otra cosa que en una doble plenitud: la plenitud de la vida cristiana y la plenitud de la caridad. Esto ¿cómo se hace? Se hace poniendo todo el propio esfuerzo en vivir la propia vida de cara a Dios y de cara al prójimo. No es cuestión de cambiar de vida, sino de cambiar de corazón, poner como modelo del propio comportamiento, en las cosas grandes o pequeñas que se hacen, a Jesús, en medio de las situaciones en las que se nos va mostrando la voluntad de Dios. Por tanto, ser santo no es alejarse del mundo para llegar a Dios, sino llegar a Dios para meterse en el mundo. (catecismo de la iglesia católica 2013)

1.    Volver a encontrar la raíz que nos fundamenta
·         Lucas 13, 6 Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo  encontró. 7 Dijo entonces al viñador: "Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?" 8 Pero él le respondió: "Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, 9 por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas."»

·         El evangelio que les propongo tiene un camino de ascensión de vida, desde el rechazo por la falta de fruto, pasando por la liberación del mal, hacia la plenitud de las propias cualidades, no solo a nivel personal, sino también a nivel del entorno. Esto puede ser un camino de santidad, es decir un proceso que pasa por la misericordia que nos libra del mal, que nos libra de lo que nos hacia ser malas higueras, hasta convertirnos no solo en arbustos productivos, como la mostaza, sino incluso llegar a ser fermento para los demás.
·         Lo maravilloso de todo esto es que, este camino, no está alejado de las posibilidades de cada cristiano, o de cada familia. Este camino de plenitud está a la mano de todo aquel que quiera dar fruto en el terreno en que ha sido plantado. Por el contrario, es un camino cerrado para quien no este arraigado en su terreno, sin importar que tipo de árbol sea. Siguiendo el ejemplo de la higuera, es necesaria una raíz que permite a la familia dar fruto. Y, por el contrario, la falta de raíz hace que la familia desaparezca del terreno donde se había sembrado. Esta parábola de Jesús es una llamada de atención a no jugar con la raíz de la familia, es una llamada a preguntarse por la raíz de la familia.
·         ¿Cuál es esta raíz? Es importante recordar que la familia cristiana está inserta en la Iglesia, pueblo sacerdotal, mediante el sacramento del matrimonio, en el cual está enraizada y de la que se alimenta, es vivificada continuamente por el Señor y es llamada e invitada al diálogo con Dios mediante la vida sacramental, el ofrecimiento de la propia vida y oración. Es importante ser conscientes de que la familia no es un ente solitario, sino que está arraigada en la comunidad que Dios quiere formar: La Iglesia. Una raíz que la conecta no solo con la fuerza humana propia, sino con el poder de Dios. Una raíz que se convierte al mismo tiempo en un diálogo con Dios. Cada momento de la vida de familia es una oportunidad para vivir con plenitud la relación con Dios. Ya no hay una “separación” entre lo sacro y lo cotidiano. Cada momento cotidiano en su sencillez, en su pequeñez, es un momento de Dios por la conexión del sacramento del matrimonio, por el contacto personal desde esa realidad con Dios, por el interés por hacer presente a Dios en esa circunstancia.
·         Así la familia realiza un verdadero cometido sacerdotal, es decir una tarea de ofrecimiento del mundo en sus realidades grandes y pequeñas a Dios. El sacerdote no es solo el que celebra la misa. Por el sacerdocio común de los fieles, todas las realidades cotidianas de la vida conyugal y familiar son una ofrenda agradable a Dios. Con este trabajo de cada familia y desde cada familia, el mundo se santifica, es decir, el mundo se hace más pleno y el mundo se llena más del amor de Dios. De este modo, la misma iglesia se hace más santa, es decir cumple más con la misión para la que Cristo la fundó, ser camino de salvación para la humanidad. El amor del que la familia se llena es un amor de caridad, un amor de generosidad, un amor de entrega.

2.    Liberarnos de mal que nos impide mirar hacia arriba
·         10 Estaba un sábado enseñando en una sinagoga, 11 y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo  alguno enderezarse. 12 Al verla Jesús, la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». 13 Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios. 14 Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: «Hay  seis días en que se puede trabajar; vengan, pues, esos días a curarse, y no en día de sábado». 15 Replicóle el Señor: « ¡Hipócritas! ¿No desatan ustedes del pesebre en sábado a su buey o su asno para llevarlos a abrevar? 16 Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta  ligadura en día de sábado?» 17 Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.

·         El amor conyugal y familiar puede estar dañado no solo en la raíz, sino en el desarrollo de cada día. La escena de la mujer poseída por un espíritu desde hacía dieciocho años puede ser un símbolo de lo que a veces pasa en la familia. Es el amor que es poseído por un espíritu maligno, el espíritu del odio, el espíritu de la soberbia, el espíritu del materialismo, el espíritu de egoísmo, etc. Ese espíritu encorva el amor, no le permite ser libre, lo amarra, lo hace más doloroso. Ese espíritu impide al amor erguirse libre, mirar al cielo, verse en la plena dignidad de sí mismo. Esto es algo quizá muy presente en el mundo de hoy. Casi podríamos decir que la familia moderna se halla atrapada, doblada, encorvada, a causa de muchos males que la aquejan. La familia se puede esclavizar por el pecado. A veces el pecado externos que daña la estructura familiar. A veces el pecado interno que daña las relaciones, o que daña a as personas, generando situaciones de dolor, de impotencia de tristeza.
·         Pero la cercanía de Jesús la cura. Jesús sana a la mujer dándole la libertad. ¿Cómo se puede entender una familia sin libertad? ¿Cómo se puede entender un amor sin libertad? Cuando al amor se le roba la libertad de la donación, se encorva, se hace incapaz de levantarse. Jesús hace esto en sábado, es decir, por encima de la ley judaica. Una ley que solo podía señalar los males, señalar los problemas, sin en ningún momento ser capaz de liberar de esos problemas. Jesús al liberar a la mujer, nos enseña no solo que él destruye el mal, sino que él es la presencia de Dios que las normas legales no podían dar. Más aún, que él se convierte en la norma suprema de las relaciones entre los seres humanos y entre los seres humanos y Dios. Por eso la ley suprema desde Cristo es “ámense los unos a los otros como yo los he amado”.
·         La presencia de Cristo en el matrimonio y en la familia, no es solo una realidad de piadosa devoción. Es una realidad para liberar el amor de los miembros de la familia a fin de que alcance la verdadera estatura a la que es llamado. Esa presencia se lleva a cabo por el sacramento del matrimonio, en el que la alianza de los esposos se eleva a ser alianza de amor de Dios. Un amor que llega hasta el final, que no se detiene ante la cruz, ante el pecado, ante la miseria del corazón humano. Un amor que purifica el amor que se tienen los esposos, librándolo del egoísmo y llevándolo a plenitud. En virtud del misterio de la muerte y resurrección de Cristo, en el que el matrimonio cristiano se sitúa de nuevo, el amor conyugal es purificado y santificado: «El Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad». Qué importante es, en medio de este mundo, tan lleno de tantas encorvaduras, el volver a creer en la posibilidad de levantar la cabeza en la familia, el volver a tener la certeza de que la vida matrimonial esta llamada a las alturas de lo mejor de quienes la componen. Qué importante es, en medio de este mundo que ya no cree en nada, el volver a tener certezas respecto a algo tan básico como es la familia, certezas que no nacen de uno mismo, sino del contacto con la realidad que Dios regala al matrimonio. En el fondo, cada matrimonio atraviesa por las mismas etapas que la humanidad atraviesa en su relación con Dios:
o   creación,(cada matrimonio es creado para algo muy bueno, pero por desgracia no deja de aparecer la lejanía de Dios y del prójimo),  
o   alianza, (cada matrimonio se encuentra con la promesa de Dios de que lo llevará a la plenitud en medio de muchas vicisitudes)
o   cruz,(cada matrimonio vive de un modo o de otro la realidad de la presencia del pecado, del mal, del dolor)
o   resurrección (cada matrimonio y cada familia participa de la certeza de la victoria de Cristo sobre todo lo que de negativo hay en el ser humano) y del signo (cada matrimonio vive por su participación sacramental en su realidad, la calidad de ser un signo del amor de Dios por la humanidad, un amor fiel, un amor perpetuo, un amor fecundo, un amor de donación, un amor de misericordia)
·         El matrimonio está llamado a descubrir de nuevo la libertad que le da el encuentro con Cristo, sobre todo la libertad del pecado, la libertad de las esclavitudes a las que los seres humanos nos sometemos, la libertad de descubrir el bien que Dios hace en la vida a través de cada familia.

3.    Llevar a plenitud la propia identidad en la familia y en la sociedad
·         18 Decía, pues: « ¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? 19 Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y  las aves del cielo anidaron en sus ramas».  20 Dijo también: « ¿A qué compararé el Reino de Dios? 21 Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo».

·         El matrimonio no está llamado nada más a enraizarse en el plan de Dios y a liberarse del mal. El matrimonio tiene la vocación a multiplicarse en el bien, a multiplicar en ese bien a cada una de las personas que lo componen. Por eso, las dos últimas parábolas de Jesús son tan significativas. Por un lado, el matrimonio está llamado a ser como el grano de mostaza, un lugar donde los seres humanos crecen desde algo muy pequeño, un lugar en el que una vez desarrollado, los seres humanos pueden encontrar cobijo. Por otro lado, la realidad que es la familia cristiana, no se puede quedar encerrada en la pequeñez de su círculo. La familia cristiana está invitada a propagar su riqueza interior en la sociedad que la rodea. Como la levadura, los valores de la familia cristiana están llamados a propagarse en un mundo que no siempre tiene presente toda la riqueza del matrimonio y de la familia cristiana.
·         De esta doble realidad, cada familia no solo debe estar consciente, también debe estar agradecida. Es un regalo grande en un mundo cada vez más alejado de lo bueno, de las riquezas interiores, de las virtudes, el poder contemplar este don en la propia casa, ser agradecidos por ser lo que se es, ser agradecidos por tener lo que se tiene. Solamente es agradecido aquel que reconoce que lo que se tiene no es de uno mismo, sino que le ha sido dado como un regalo. Solamente es agradecido aquel que descubre el bien que le ha sido dado como un bien. Por eso la familia está llamada profesar su gratitud a Dios por el bien sublime que se les da de poder revivir en su existencia conyugal y familiar el amor mismo de Dios por los hombres y del Señor Jesús por la Iglesia, su esposa. Estas palabras pueden sonar raras. Sin embargo, un momento de reflexión nos puede hacer ver la grandeza que comporta el saberse no solo depositarios, sino desarrolladores del amor de Dios por la humanidad. Este amor hace grande al ser humano, lo libera de su egoísmo y le da una plenitud que por sí mismo no puede alcanzar. Y, al mismo tiempo, ese amor tiene un rasgo peculiar, que es el amor de Cristo por su Iglesia. San Pablo pone al matrimonio como un signo de este mismo amor, cuando se refiere a la entrega de Cristo, hasta la muerte, por la Iglesia. El amor de la familia revive el amor de Cristo por la Iglesia porque es un amor invitado a entregarse con generosidad, en búsqueda del bien del otro. Este amor hace de la comunidad familiar un bien especial para toda la comunidad humana. Un núcleo de personas que tienen como rasgo la entrega, son un fermento de bien entre los que les rodean, sea a nivel pequeño, sea a nivel grande.
·         La grandeza del amor de cada familia se manifiesta en la vivencia cotidiana de la plenitud recibida y porque el don de Jesucristo no se agota en la celebración del sacramento del matrimonio, sino que acompaña a los cónyuges a lo largo de toda su existencia. Esta certeza es particularmente importante, sobre todo para nuestra cultura que todo parece centrarlo en un inmediatismo que cierra los horizontes de la persona. El sacramento del matrimonio es como la semilla de mostaza, no se detiene en el pequeño granito, sino que busca llegar a ser un gran arbusto, es como la levadura, que va contagiando del amor que le ha sido donado a todas las realidades que toca: el trabajo, la escuela, la familia política, la economía, la educación de los hijos… El don del matrimonio da una fortaleza especial no solo para vivir todo eso, sino también para crecer en medio de la vivencia de todas las circunstancias y de este modo hacer mejor su vida y la vida de los que les rodean. Para de este modo no solo llegar a Dios, sino hacerlo presente en todos los momentos de la vida.

Aplicaciones prácticas
De todo lo que hemos analizado y meditado quizá podríamos sacar cuatro grandes aplicaciones para la vida de familia
-volver a revisar la raíz sobre la que se asienta nuestro matrimonio y nuestra familia. No podemos olvidar que el matrimonio nació en un altar, alimentado del amor de Dios. Que la boda no fue solo una bendición para poder vivir juntos, sino una presencia del amor de Dios para vivir juntos y hacer participes de ese amor a la familia que luego vendría. Quizá los frutos que hoy tenemos son señal de que se nos ha olvidado la raíz.
-analizar en que campos nuestro amor se ha encorvado, se ha hecho esclavo de quien sabe qué espíritu. Podríamos preguntarnos si no nos es necesario acercarnos a Cristo para que nos renueve interiormente, o si preferimos quedarnos con unas estructuras interiores que solamente nos atoran para  salir adelante
-cada familia es un grano de mostaza llamado a ser arbusto. Puede ser de utilidad el pensar como hemos desarrollado nuestra familia, donde hemos logrado hacerla un arbusto robusto. Como también podemos analizar en que campos el grano de mostaza se ha quedado casi sin crecer.
- cada familia es una levadura metida en la masa. No estaría mal mirar alrededor y revisar el bien que hemos hecho en nuestro entorno, así como aquellas situaciones que no hemos podido cambiar. Este análisis de modo especial nos puede llevar a asumir algún compromiso concreto en nuestra realidad familiar, social, eclesial…

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