domingo, 19 de diciembre de 2010

SEMBRADORES DE AMOR (III) UN CORAZON DE PEDREGAL

5 Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; 6 pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron.( 20 El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, 21 pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. )


El segundo campo es el terreno pedregoso. Aquí el enemigo de la vocación al amor es otro. Se trata de la superficialidad de vida. Las semillas son maravillosas, pero cuando las recibimos con superficialidad, el amor está llamado a perderse. La superficialidad parece divertida en cierto sentido. Resulta entretenido vivir de chistes, dejar de crecer y madurar, vivir la vida loca. Pero todo eso no es indiferente para la semilla del amor. Tarde o temprano, el sol sale, y la tierra no tiene la suficiente cantidad de humedad para resistir su fuerza. Incluso estábamos orgullosos de la pequeña plantita que había conseguido salir a la superficie, nos encantaban sus brotes, su color. Pero no había con qué sostenerla.
El evangelio habla de tribulaciones o de persecuciones, poniéndonos en guardia precisamente contra estos riesgos que, como el sol, acaban saliendo en el horizonte de la vida. Las tribulaciones, lo costoso de llevar adelante la vida de pareja, lo costoso de llevar adelante la educación de los hijos, los problemas con la dimensión material de la existencia en la economía, la salud, el ambiente de vida. Y las persecuciones precisamente por ser lo que eres, por ser esposo y esposa, por estar casados. Persecuciones de quienes buscan que se acabe la semilla de amor sembrada, persecuciones de la familia, persecuciones del ambiente, persecuciones a veces de la propia psicología o de los propios hábitos. No importa, todos tienen el mismo final que se resume en  una palabra: sucumbe, cae debajo, se desploma. Ahí siguen los brotes, ahí siguen las hojitas. Todo seco, sin vida.
Quizá uno de los ámbitos que se deben ahondar es el de la profundidad en la vida afectivo-sexual, que es uno de los signos más patentes del amor de donación mutua entre los esposos. En una cultura que al banalizar el cuerpo y sus relaciones, banaliza también el amor que a través del cuerpo se expresa, es necesario volver a escuchar estas palabras de Juan Pablo II: la sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano, solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte. La donación física total sería un engaño si no fuese signo y fruto de una donación en la que está presente toda la persona, incluso en su dimensión temporal; si la persona se reservase algo o la posibilidad de decidir de otra manera en orden al futuro, ya no se donaría totalmente.
Esto puede ser una imagen paradójica de muchos matrimonios, que ahí están, que todos los ven, pero que, por superficialidad, se encuentran totalmente secos. Esta superficialidad no siempre afecta a todas las áreas del matrimonio, pero no deja de ser interesante el analizar dónde pienso que hay brotes cuya vida está en riesgo: en la comunicación conyugal, en el respeto mutuo, en el crecimiento espiritual como pareja. Si no hay hondura en la vida, no hay vida en cuanto salga el sol.

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